jueves, 18 de marzo de 2010

5º domingo cuaresma, C (21 marzo 2010)

Texto a meditar y orar:
Jn 8, 1-11

Lectio: Jesús se encuentra en la ciudad santa, Jerusalén. Es su penúltima visita a la ciudad, antes de la visita definitiva que estará marcada por su pasión, muerte y resurrección. Se nos habla de que Jesús sube al monte de los Olivos a orar, una costumbre que conservará incluso en su último día. La oración nocturna de Jesús antecede siempre sus acciones más importantes, nos indica la unión que tiene con Dios Padre, la sintonía que él logra con su voluntad para realizar su misión entre los hombres.

A Jesús se le presenta una mujer sorprendida en adulterio, según la ley mosáica debe morir lapidada - ella y el hombre con quien pecó (Lv 20, 10; Dt 22, 22-24) - bastaba para afirmar la acusación como verdadera que hubiera dos o tres testigos (Dt 17, 7). Hay anormalidades en el proceso: el hombre con quién la mujer pecó no está presente, la intención de los acusadores no es mantener la pureza del pueblo, sino poner a prueba a Jesús.

Jesús no desconoce la ley de Moisés, los testigos tendrán que ser los primeros en lanzar las piedras, su respuesta es clara: "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra". Jesús es testigo de la verdad (Jn 18, 37), y pide verdad para vivir la ley. Se alejan los viejos primeros, ¿los que han pecado más? En la antigüedad, los ancianos eran venerables, Jesús no califica la experiencia de los testigos - como hizo el profeta Daniel con Susana (Dn 13, 44-49)- sino que actúa según la voluntad de su Padre.

¿Qué escribe Jesús en el suelo? No lo sabemos. La escritura nos puede recordar la ley, ¿Jesús escribe la ley?, ¿la actualiza?; que la escriba en el polvo del suelo del templo, ¿nos indica la transitoriedad del delito frente a la eterna misericordia de Dios? No lo sabemos. Jesús, el hijo de Dios, el sin pecado, tampoco condena a la mujer; pero le dice: "no vuelvas a pecar". Jesús no aprueba el pecado, no está en contra de la ley; pero valora la vida del pecador (Ez 33, 11).

Meditatio: Jesús mantiene un contacto directo con Dios su Padre, ¿qué tanto dejo hablar a Dios en mi oración?, ¿le escucho?, ¿la Palabra de Dios es criterio en mi vida, me transforma; o yo la uso para fundamentar mis juicios, proyectos y hasta condenas?

Jesús denuncia la falsedad de intención de los testigos que acusan a la mujer, ¿busco yo la verdad de las demás personas?, ¿es recta mi intención al juzgar? Jesús va más allá de los actos, logra conocer el corazón de los hombres, porque ha sintonizado su corazón con el de su Padre. ¿Aprecio a los demás con los ojos de Dios, o juzgo desde mis conceptos e intereses? Más aún, ¿me aprecio de acuerdo al plan de salvación que Dios me ofrece, me juzgo como hijo de Dios o sólo me juzgo por mis acciones? No pongamos a prueba a Jesús queriéndolo hacer responsable de nuestros juicios.

Jesús es testigo de la Verdad, ¿qué tan verdadero soy conmigo mismo? Si los acusadores - nombre con que se designa a satanás en Ap 12, 10 - son vencidos por la verdad de la misericordia del Padre, ¿dejo triunfar el amor de Dios en mi vida?, ¿o acuso y me acuso? Acusar es buscar culpables, y quien busca culpables no ama y la verdad no habita en él.

Jesús no disuelve la ley, no aprueba el pecado, pero él garantiza la vida de la mujer pecadora "yo tampoco te acuso", de acuerdo a la voluntad del Padre. Jesús es la ley viviente, la Palabra de Dios: valoremos la fidelidad de Jesús que llegó hasta el ofrecer la propia vida. Dentro de unos días celebraremos el sacrificio de Jesús en la cruz, es paradójico: Dios no quiere la muerte del pecador, pero ofrece a su propio Hijo a la muerte para testimoniar la verdadera justicia. ¡Qué maravilloso es el amor de nuestro Dios!, no nos "acusa" como asesinos de su Hijo, sino que al resucitarlo, nos ofrece vida nueva. La voluntad de Dios rompe las lógicas humanas, y nos exige una respuesta más audaz: el "no vuelvas a pecar" no se encierra en el temor a un castigo, sino en la correspondencia al Amor que nos ha perdonado primero.

Oración: Padre misericordioso que nos has enviado a tu Hijo para que diera testimonio auténtico de tu Amor, danos la gracia de amarte, respetarte y conocerte en nuestros hermanos; que no juzguemos con un corazón soberbio, sino con un corazón que vibre junto con el tuyo; que podamos levantar la cabeza confiados en tu misericordia y al verte a los ojos, nos comprometamos en luchar contra el pecado, no por miedo, sino por amor. Danos la sabiduría de tu Espíritu para descubrir tu ley escrita por tu mano en nuestro interior, para reconocer tu voluntad de salvación y para fortalecer nuestra libertad; sólo así tendremos el valor de soltar las piedras con las que pretendemos esconder nuestros corazones heridos por el pecado, buscando hermanos y hermanas "más culpables" que nosotros, porque así nunca saborearemos las delicias de tu misericordia. ¡Sánanos con tus palabras! "Yo tampoco te condeno, vete y no vuelvas a pecar". Amén.

Contemplatio: Date tiempo para hacer un examen de conciencia delante de Dios: no delante de una ley de miedo, sino delante de Jesús, la Ley viva. Descubre la misericordia que él tiene contigo y piensa en la manera en cómo debieras juzgar y juzgarte. ¡Cuántos miedos queremos ocultar con nuestras acusaciones! Llénate de confianza en quien se ha presentado como la Verdad y la Vida, y disponte a celebrar esta Pascua como la oportunidad de ser un hombre nuevo, una mujer nueva; libre de acusaciones y con apertura al perdón.

sábado, 6 de marzo de 2010

3er. domingo Cuaresma, C (7 marzo 2010)



Texto a orar y meditar:
Lc 13, 1-9

En esa misma ocasión había allí algunos que le contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O pensáis que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. Y les dijo esta parábola: Cierto hombre tenía una higuera plantada en su viña; y fue a buscar fruto de ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: "Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo. Córtala. ¿Por qué ha de cansar la tierra?" Él entonces, respondiendo, le dijo: "Señor, déjala por este año todavía, hasta que yo cave alrededor de ella, y le eche abono, y si da fruto el año que viene, bien; y si no, córtala." Palabra del Señor.

Lectura:
Encontramos dos eventos de muertes inesperadas: una a mano de los hombres (galileos asesinados) otra a causa de un derrumbe (torre de Siloé). Jesús pregunta: ¿ eran más pecadores?, ¿eran más culpables que los demás?. Él mismo responde que no. A diferencia de la antigua visión de que todos los males son castigos de Dios, Jesús pone en claro que las muertes sueceden y punto. Es algo natural para el ser humano. Pero Jesús sí pone en advertencia sobre la necesidad de conversión, para no morir de manera semejante, no como una amenaza de un castigo, sino como urgencia ante la inminencia de la muerte. Propone el ejemplo de la higuera que no da fruto (que encontramos maldecida en Mt 21, 19ss) que habla del esfuerzo del viñador por conservarla y darle una nueva oportunidad. Sin embargo, ésta tiene una condición: dar fruto en adelante.

Meditación:
Jesús corrige el pensamiento muy arraigado que tenemos de que lo malo sucede como un castigo de parte de Dios, cuando más bien son consecuencias de nuestros actos (propios o de otros) o por simples eventos de la naturaleza. Los eventos de la naturaleza no dependen de nuestras fuerzas, pero sí la injusticia y la violencia con que muchas veces actuamos. Una cosa es cierta: nadie tiene la vida asegurada, por lo que Jesús invita a la conversión. San Juan Bosco recordaba a sus muchachos que había que estar siempre preparados para una buena muerte, ya que el que comienza desde hoy su proceso de conversión tiene más oportunidad de cambiar vicios y adquirir virtudes que aquel que deja este proceso para otro día. "Morir de manera semejante" nos puede evocar la impenitencia final, cuando la muerte nos sorprenda y no tengamos la oportunidad de un verdadero arrepentimiento. A nosotros hoy, como a la higuera, se nos da un tiempo de gracia en esta cuaresma para dar frutos de bondad y de servicio. Recordemos que ser cristiano no consiste en abstenernos de pecar (como una higuera sin plaga), sino de dar frutos de caridad. ¿Me siento interpelado a cambiar personalmente mi vida?, ¿o sólo me limito a ver los pecados de los otros? ¿Qué buenos frutos daré en esta cuaresma? ¿Me siento solidario con los pecados del mundo, recordando que todos los actos repercuten de unos a otros?

Oración:
Padre misericordioso, recibe en tu corazón a quienes han muerto repentinamente, que contemplen la belleza de tu rostro y logren convertir su persona al amor; y a nosotros, que aún peregrinamos hacia ti, danos la valentía para morir al pecado y dejarnos transformar con la fuerza de tu Espíritu en criaturas nuevas, para dar frutos de paz, de justicia y de reconciliación. Amén.

Contemplación:
Que la oportunidad que el Señor te da, como a la higuera, te llene de consuelo y te lleve a un compromiso en tu conversión. Igualmente, solidarízate con el sufrimiento de tantos hermanos que sufren a causa de los terremotos, las inundaciones y la violencia y el crimen organizado.