viernes, 28 de enero de 2011

San Juan Bosco, Padre y Maestro de los jóvenes (30 enero 2011)

Del Evangelio de Mateo 18, 1-6. 10.
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es más grande en el Reino de los cielos?”
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran una piedra de molino al cuello y lo arrojaran al fondo del mar. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo”.

Lectura:
En este discurso se describen las instrucciones de la vida comunitaria. Está dirigido al grupo de discípulos, puesto que existían problemas de convivencia. Y Mateo presenta un modelo de comunidad en el que los discípulos, atentos a la voluntad de Dios, viven la fraternidad desde el perdón y la recepción de los más pequeños. A la pregunta que le hacen, Jesús responde con un gesto simbólico, que revela el cambio de valores que trae consigo la llegada del reino: el mayor es el que se hace semejante a un niño. Es decir, los discípulos deben ser como niños, es decir sencillos, desprendidos, generosos; deben estar atentos a las necesidades de los más débiles e indefensos; deben esforzarse seriamente, aunque siempre con respeto y amor, en buscar al hermano extraviado y reconducirlo al seno de la comunidad.
Jesús y los niños
Las historias de la relación de Jesús con los niños muestran su positiva actitud hacia ellos. Se negó a aceptar las actitudes de su sociedad hacia los niños, que los consideraba como insignificantes y sin importancia. Así como estaba dispuesto a tocar al leproso y a la mujer con flujo de sangre, también estaba dispuesto a recoger a un niño para enseñarles una lección a los discípulos y reunir niños alrededor de él como seres intrínsecamente importantes.
Aquí Jesús transforma una discusión entre adultos orgullosos que disputaban sobre quién era el más importante, en una lección – para mostrar que el Reino de Dios atribuye el valor más grande en el menor. Jesús se identifica con el niño. ‘Cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe.’
Unos versículos más adelante, los mismos discípulos están intentando impedir que los niños vean a Jesús. Una vez más confirma la importancia de los niños para él diciendo, ‘De los tales es el reino de Dios.’
Las autoridades religiosas no aprobaban el comportamiento de los niños cuando gritaban ‘Hosanna al Hijo de David!’ en el templo. Jesús es rápido en ponerse al lado de los niños y reconoce su habilidad para entender y compartir la verdad que les anunciaba.
Las acciones de Jesús reforzaron estas mismas prioridades. Dos de las tres personas que resucitó de entre los muertos era niños, jovencitos: la hija de Jairo (Marcos 5, 21-43) y el hijo de la viuda (Lucas 7, 11-17). Jesús aceptó a un chico pequeño cuya buena voluntad para compartir su almuerzo reveló la duda de los discípulos y, como resultado, se alimentaron cinco mil personas. El propio Jesús proporciona un ejemplo perfecto de desarrollo infantil: ‘Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él’. (Lucas 2, 40). Ciertamente estas simples palabras deberían guiarnos para que entendamos cómo debemos vivir en el Reino que Jesús proclamaba, puesto que toda persona es como dice el propio Jesús: “el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí”.
En la vida de la Iglesia muchos y muchas han seguido la enseñanza de Jesús y se han dedicado a atender al bien de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes; puesto que son siempre el futuro de la humanidad.

De entre todos ellos, está San Juan Bosco, el Padre y Maestro de la Juventud.
Juan Bosco nació en Castelnuovo (Italia) el 16 de Agosto de 1815. Huérfano de padre, su madre Margarita lo educa en el trabajo y la piedad. A los nueve años tienen un sueño profético en el que Jesús y María le indican su misión de transformar muchachos feroces en hijos de Dios.
Se empeñaba en ser sacerdote, pagando con su propio trabajo sus estudios, siendo un buen compañero. Una vez ordenado, descubre en las barriadas de Turín, el riesgo de los jóvenes que no tienen quien les muestre un camino mejor: la vida de Cristo. Los reúne y funda el Oratorio, donde en un clima de familia, el joven se siente acogido como hijo de Dios y llamado a comprometerse con su vida y con la Iglesia. Decía: “Me basta que seas joven para que te ame con toda el alma”
Fue un gran educador, escritor, confesor, constructor de Iglesias, fundador de congregaciones religiosas… pero sobretodo un padre para sus muchachos. Murió el 31 de Enero de 1888. Diciendo: “Digan a los jóvenes que los espero en el Paraíso”.
Imitemos de Don Bosco:
El amor a Jesús sacramentado, a María Auxiliadora y a la Iglesia, representada en el Papa; su entrega generosa por la salvación de los niños, adolescentes y jóvenes, especialmente los que son menos apreciados a los ojos del mundo; y su empeño en cultivar las vocaciones a la vida apostólica.
Oración:
Te damos gracia, Señor, 
porque en Don Bosco, 
nos has dado un Padre y un Amigo de los jóvenes. 
Él está a nuestro lado 
y nos enseña a descubrir 
que Tú eres el Dios del Amor. 
Te pedimos que nos ayudes a vivir 
creciendo en amistad contigo 
y buscando la salvación de los muchachos 
como él lo hizo. 
Amén.

La Paz con ustedes.

jueves, 20 de enero de 2011

3er. domingo ordinario, A (23 enero 2011)

Texto a meditar, orar y vivir: 
Mateo 4, 12-23.

Al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiro a Galilea, y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Isaías:
Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que yacía en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”.
Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y su padre, lo siguieron.
Andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.

Lectura (Lectio): lee atentamente el texto varias veces hasta identificar su estructura: personajes, verbos, lugares, relaciones entre ellos y el mensaje central.
El párrafo evangélico de hoy presenta al centro la proclamación del Evangelio del Reino y se compone de cuatro partes: Primera: Jesús inicia su ministerio en Galilea que era una región floreciente desde el punto de vista económico, pero es considerada desde el punto de vista religioso una tierra pobre, tierra de tinieblas y de muerte que esperaba la revelación de Dios. Segunda: Se anuncia el Reino y se pide la conversión; éste es el contenido importante de la predicación de Jesús. Éste anuncio manifiesta que Dios está por intervenir eficazmente en la historia del mundo; el Reino de Dios se está acercando porque propone una nueva esperanza y obliga a cambiar los propios comportamientos. Tercera: Son llamados los primeros discípulos y experimentan en las palabras de Jesús una fuerza de atracción más grande de aquella que les proporcionaba la rutina de la vida a la cual se habían habituado; esta conversión de los discípulos habla ya de que el Reino de Dios comienza a realizarse. Cuarta: Presenta la actividad de Jesús, las enseñanzas y las curaciones como signos de la voluntad de Dios y de la llegada del Reino.

Meditación (Meditatio): saca del texto aquello que Dios nos dice a todos y te dice a ti en tu propia realidad.
Jesús será reconocido como Galileo por haber optado por aparecer en medio de los Galileos y ahí fijar su residencia; ésta decisión suya lo acompañará toda la vida. Dios empieza a realizar su promesa cuando su voluntad es ser compatriota de los que han sido humillados, de cuantos no son tomados en cuenta; los que no se sienten suficientemente considerados, aceptados o amados. El ministerio de Jesús empieza con ellos la predicación del Reino.
“Convertíos porque el Reino de Dios está cerca”; éstas primeras palabras de Jesús exigen un cambio radical de conducta; Jesús no podía ser, para los primeros discípulos luz y vida, esperanza y salvación, si ellos no comprendían su vida a la luz de Jesús. La conversión consistirá en poner la propia vida bajo la mirada de Dios y verla ¡y quererla¡ a la luz de sus exigencias. Si Dios no es el centro en la vida del creyente; es decir, lo que alimenta los planes y las esperanzas, el apoyo en las debilidades y en las carencias, entonces no hay conversión a lo que Dios quiere hacer de cada quien

Oración (Oratio): desde el texto y desde tu vida háblale y respóndele a Dios.
Padre, Bueno, que la venida de tu Hijo Jesús ha sido la manifestación más clara de la llegada de tu Reino a los hombres; hoy nos sentimos agradecidos porque nos has demostrado que nos quieres y te preocupas de nuestra salvación. Tú eres la luz que ilumina las tinieblas de los que se encuentran más apartados y más desamparados porque te has declarado amante de los más pobres y abandonados que se mantienen fieles y atentos a tu voluntad. Gracias, Padre, porque Jesús ha querido vivir entre nosotros los pequeños los que no tenemos nada que ofrecer y que nos sentimos desesperados, porque nos oprime el yugo de nuestros propios pecados; gracias, Padre, porque en Jesús se nos ha vuelto a abrir la esperanza del cielo.
Hoy, Padre, con ésta tu Palabra, y asistidos con la luz del Espíritu Santo queremos hacer nuestra conversión hacia Ti; poner nuestra propia vida bajo tu mirada y verla y quererla siempre a la luz de tus exigencias. Transforma Tú, nuestros corazones y enséñanos a seguir a Jesús porque teniéndolo a Él, habremos encontrado el sentido de nuestras vidas, como dice Charles de Foucauld: “Desde que descubrí que Dios existe, entendí que el único sentido de mi vida era vivir para Él”.

Contemplación (Contemplatio): haz silencio y en lo más hondo de tu corazón adora, alaba y bendice a Dios que te habla y te invita a cambiar tu vida, a descubrirlo como la Luz que ilumina tu vida y a vivirla con profundidad y sentido.
Celebrando y orando en esta Semana por la Iglesia para que se llegue a la Unidad de los Cristianos. Y también preparándonos para la fiesta de San Juan Bosco, el Padre y Maestro de los Jóvenes. Les deseo que Dios les acompañe.

La Paz con ustedes.

miércoles, 12 de enero de 2011

2º domingo ordinario, A (16 enero 2011)

Comenzamos el tiempo que se llama Ordinario. Después de haber celebrado adviento, navidad, epifanía, viviremos el llamado tiempo Ordinario, en el período que va desde Epifanía hasta el comienzo de la Cuaresma; para retomarse nuevamente hasta después del Pentecostés. Lo distinguimos por el color verde en los ornamentos del celebrante.

Texto de Juan 1, 29-34

En aquel tiempo, vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo he dicho: ‘El que viene después de mi, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo’. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que él sea dado a conocer a Israel”.
Entonces Juan dio este testimonio: “Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo’. Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.

(Léelo serena y tranquilamente una o varias veces hasta desentrañar parte de su estructura, personajes y organización)

Lectura (Lectura de lo que dice el texto en sí mismo para entenderlo mejor): Por un lado nos presenta a Jesús que viene hacia Juan el Bautista, Jesús que esta de camino, que comienza su ministerio. Por otro lado nos presenta a Juan Bautista que da testimonio de Jesús diciendo: que Jesús “es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Él tiene precedencia sobre mí”, y añade que fue testigo de lo que sucedió cuando Jesús fue bautizado: “El Espíritu descendió en forma de paloma y se posó sobre Él”, y sobre el que se pose el Espíritu Santo: “Ese es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo”, “Él es el Hijo de Dios”. Una de las palabras claves de este evangelio es “dar testimonio” (vv 32.34) que viene repetido dos veces. Y otra, es el verbo “ver”, señalado por Juan el Bautista; además de ver con los propios ojos de carne, es necesario ver más en profundidad. Y el texto nos repite tres veces: “Este es Aquel…”

Meditación (Reflexión personal y profundización sobre la palabra, lo que a mí me dice ahora en mi familia, vida y circunstancias): Uno de los temas de meditación es el testimonio del Bautista al reconocer a Jesús como el “Hijo de Dios”: solamente es posible por el Espíritu. Sin ese don del Espíritu Santo no es posible reconocer a Jesús y mucho menos seguirlo, lo que quiere decir que el testimonio no se agota con el anuncio sino que comporta toda la vida, una vida coherente con aquello que se predica. Así vemos a Juan el Bautista que fue disponible y con suficiente coraje para decirlo en público: afirmando la misión de Jesús, señalando en Jesús el “Cordero que quita el pecado”, y envió a Jesús a todos los que habían acudido a él. Como en el tiempo de Juan el Bautista, hoy sigue Dios necesitando de gentes que den testimonio. Nos hacen falta creyentes que se dediquen a vivir testimoniando cuanto creen.

Oración (Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su evangelio. Le respondo): Te alabamos a Ti Señor Jesús, tu eres el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que ya existía antes que todos, el que da su vida por nuestra salvación, eres tú el que pasando sobre Ti el Espíritu Santo, vienes a bautizarnos con este mismo Espíritu Santo. Tú eres Jesús, el Hijo de Dios. ¡Oh Padre! te pedimos que nos ilumines con el Espíritu Santo para que podamos conocer a Jesús y dar testimonio de El, en lo ordinario de la vida, en los acontecimientos, en las cosas, en las personas para que después, de la misma manera en que Juan actuó, podamos verlo y dar testimonio de Él. Te pedimos que nos perdones, puesto que eres el Cordero de Dios, por las veces en que nosotros mismos nos ponemos una venda en los ojos para no verte; y por lo tanto, no dar testimonio de Tí.

Contemplación (Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar, adoro y alabo, y tomo decisiones para actuar de acuerdo a la Palabra de Dios en mi vida ordinaria personal, familiar, laboral, social, escolar…)…

Saludos y bendiciones. ¡Feliz domingo! Nacho SDB
La Paz con ustedes.

miércoles, 5 de enero de 2011

Bautismo del Señor, A (9 enero 2011)

Texto a meditar, orar y vivir:  
Mateo 3, 13-17


En aquel tiempo, Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan se resistía diciendo. “Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?” Jesús le respondió: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere”. Entonces Juan accedió a bautizarlo.
Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma y oyó una voz que decía desde el cielo: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”.

Introducción para ubicarnos en el tiempo litúrgico: Después de celebrar las fiestas de navidad y epifanía y antes de volver a los domingos del tiempo ordinario, el evangelio nos recuerda el bautismo de Jesús - última fiesta del tiempo de Navidad -. Hace unos días contemplábamos al niño Jesús recién nacido, visitado por los pastores y adorado por los magos, reconocido por todos como Hijo de Dios, como Mesías salvador. Este domingo contemplamos a Jesús ya adulto, de incógnito entre la multitud y queriendo ser bautizado por Juan. Hay que hacer, pues, un esfuerzo considerable para dejar atrás al niño de Belén, pequeño y adorable, para centrarnos en el seguimiento del profeta de Nazaret, que comienza a recorrer los caminos de Galilea buscando hombres dispuestos a escuchar “el evangelio de Dios” y ver en él la llegada del Reino prometido.

Lectura (Lectio): lee atentamente el texto cuantas veces sea necesario hasta identificar su estructura: personajes, verbos, lugares, relaciones entre ellos y el mensaje central.
El bautizo señala el inicio del ministerio público de Jesús: Dios los presentó ante el pueblo que se reunía en torno a Juan el Bautista como su Hijo predilecto. Jesús, en un breve diálogo, vence la resistencia del Juan Bautista. En ese diálogo se refleja la incomodidad de los primeros cristianos que no pudieron negar que Jesús, por propia voluntad, se sometió a ese rito de penitencia propuesto por Juan. El texto nos dice que Jesús, con su bautismo, quiso cumplir humildemente la voluntad de Dios en todo y por eso Dios lo reconoce como su amado Hijo. La fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre es lo que mejor revela que, efectivamente, él es el Hijo. Se llama obediencia el camino por el que hace su vida Jesús. Él sabe comportarse y vivir como auténtico Hijo del Padre. Por eso la voz que procede del Padre y el don de su Espíritu son la autentificación de su persona y la garantía de su encomienda: la predicación del Reino y del amor salvador y misericordioso de Dios a todos los hombres.

Meditación (Meditatio): saca del texto aquello que Dios nos dice a todos y te dice a ti en tu propia realidad.
El bautismo marcó el inicio de la actuación pública de Jesús. Fue una decisión muy difícil e importante que lo sacó del anonimato y lo acercó, junto con otros, a Juan el Bautista que predicaba la conversión y la escucha de Dios para tomarlo en serio, y más que nunca, en la vida diaria. Por eso, acercarse al bautismo, era manifestar públicamente que se estaba dispuesto a vivir de un modo nuevo, del modo que Dios pedía. Eso es consolador para nosotros, los que todavía no hemos tomado a Dios y su palabra en serio en nuestra vida ordinaria: Jesús, antes de hablarnos de Dios, de su Padre, y de acercarlo a nosotros con su modo de amarnos, se pone a nuestra altura, a la altura de los pecadores necesitados de Dios y de conversión. Así, él da el primer paso: se coloca entre los pecadores, se acerca a nosotros y nos ofrece su evangelio, a Dios. No habría que olvidarlo, cuando domingo tras domingo en la eucaristía, escuchemos y sintamos sus exigencias inauditas y creamos que es imposible su seguimiento: lo primero que hizo para predicarnos un Dios cercano fue acercarse a nosotros que lo necesitamos; antes que cualquier otra cosa compartió nuestra situación y se hizo compañero de bautismo nuestro para proponernos la conversión. Nosotros, los bautizados, estamos invitados a mirarlo a él para ver cómo hay que responder viviendo como hijos y como enviados a una misión.

Oración (Oratio): desde el texto y desde tu vida háblale y respóndele a Dios.
Señor Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, que para salvarnos llevaste hasta el extremo el misterio de la encarnación y nos enseñaste el modo de ser hijos de Dios, el modo de dejarnos conducir por el Espíritu Santo, el modo de llevar a cumplimiento nuestra misión dentro de la Iglesia y de la sociedad, te pedimos nos concedas la gracia de la humildad y de la obediencia para ser siempre fieles, como tú, a Dios Padre que nos ha hecho públicamente sus hijos por medio del bautismo. ¡Amén!

Contemplación (Contemplatio): haz silencio y en lo más hondo de tu corazón adora, alaba y bendice a Dios que te habla y te ha hecho su hija, su hijo y te invita a vivir este don de Dios.

Al celebrar el Bautismo del Señor, renovemos también nuestra dignidad de bautizados.
Feliz Domingo.


La Paz con ustedes.