lunes, 11 de mayo de 2009

6° domingo Pascua, B (17 mayo 2009)


Texto a meditar y orar:
Jn 15,9-17

Lectura.
El texto evangélico de este domingo nos presenta a Jesús que desvela el secreto y el motivo último que ha guiado e impulsado toda su vida: el amor; y que nos vuelve a proponer en otra clave diferente qué es lo fundamental de la comunidad, en qué consiste su misión y cuál es la condición de su fecundidad. Ahora la imagen son los amigos invitados a colaborar en su trabajo. Ser de la comunidad de Jesús es cuestión de amor.Y la relación con Jesús ha de ser a ejemplo de la suya con el Padre.
El amor, origen y principio de la relación Padre-Hijo, es el motivo y el término de comparación en la relación que ha de existir entre Jesús y sus discípulos. La permanencia en esa relación amorosa la consigue una obediencia concreta. La alegría, que es regalo del mesías, que siente Jesús será, entonces, patrimonio de los discípulos dóciles. Ante un Cristo que se ausenta, los cristianos sabrán conservar la alegría si se aman: la obediencia debida al Señor se identifica con el amor mutuo.
La medida del amor fraterno, que no es libre, pues es objeto de mandato, tampoco está al arbitrio del discípulo: el amor del creyente tiene el amor de Cristo como norma. La disponibilidad para hacer la voluntad del Padre puede llevar hasta dar la propia vida por los amigos; la alegría del obediente no queda hipotecada ante la muerte propia. La declaración por parte de Jesús que hace amigos a sus discípulos es única en el Nuevo Testamento. La amistad de Jesús la tiene quien permanece siéndole discípulo obediente, es decir, quien como él ama hasta dar la vida por los amigos.
Como amigos, conocen las intenciones de su Señor; el criterio que garantiza la nueva relación que media entre Jesús y sus discípulos radica en la participación de éstos en sus planes, en el conocimiento de su programa, en las confidencias compartidas y no en la igualdad natural o en la opción previa por parte de los discípulos: han sido elegidos y destinados, seleccionados y puestos ante la tarea de dar ante el mundo el fruto permanente: amar al hermano. Y puesto que no han elegido ellos, sino que fueron elegidos, porque no son ya siervos sino amigos, porque ya no ignoran sino que saben su destino, se les puede ordenar el amor. Sólo a quien se le da a experimentar amor puede exigírsele que ame; para el amado, amar no es tarea impuesta sino necesidad por satisfacer.

Meditación.
Jesús en el evangelio de hoy continúa desarrollando la idea de la permanencia en él como modo y medio de vida para el discípulo. La permanencia no es inactividad pietista, ni dejar a un lado la propia iniciativa: la permanencia exige ponerse a trabajar en los mandamientos, el amor impone obediencia. Y es fuente de alegría plena. Y como el mandamiento nace del amor que Dios nos tiene, se reduce también al amor que debemos tenernos mutuamente. Este amor impuesto por quien nos lo ha proporcionado, no tiene más límite que la propia vida; hay que estar dispuestos a entregarla por los amigos. Quien obedece no es siervo, sino Amigo del Amante. Prueba que es querido por Dios no quien lo afirma, ni siquiera quien lo desea, sino quien hace su querer, amando al prójimo sin límites, con toda la vida.
Antes que tener que buscar al prójimo que amar, Cristo ha salido en nuestra búsqueda, se nos ha aproximado, nos ha distinguido con su amor. Yendo a nuestro encuentro, eligiéndonos como personas a quienes querer: nos bastaría con permanecer en su amor.
Sintiéndonos amados por Dios no nos debe ser imposible amar a los demás; porque de otra forma estamos mostrando nuestra incapacidad para amar. Nos estamos quedando sin experimentar cuánto nos quiere Él, cuánto nos conviene su amor; sólo porque no entendemos o no aceptamos su modo de amarnos, nos estamos privando de sentirnos amados. Y esto es claro, quien no se siente amado, está incapacitado para amar.
El discípulo de Jesús se sabe amado y sabe cómo permanecer en ese amor; dejándose amar por el Señor Jesús, aquél que ha dado la vida por él.
Dejando que su querer sea el nuestro, haciendo nuestra su voluntad, no nos extrañaremos de sus exigencias, ni nos acobardaremos ante sus tareas, en apariencia, tan imposible como es el amor fraterno.
La amistad de Jesús se consigue en la obediencia a su voluntad, por utópica e irrealizable que nos parezca. Jesús encuentra a sus amigos entre los que le son obedientes. Antes de quejarnos de su falta de amor, deberíamos examinarnos de nuestra falta de obediencia: el obediente de Dios jamás duda de su amor. Cuando dudamos del amor que Dios nos tiene - y parece que cada día, cada situación, nos dan nuevas razones para dudar de él -, estamos confesando nuestra desobediencia.
El fruto de la obediencia a Dios es el amor fraterno y el fruto del amor fraterno es la confianza ilimitada en el Dios amante.
La obediencia que Jesús pide a sus discípulos no es ciega; aunque sea muy exigente, nunca es servil. Pide nuestra vida, nuestra obediencia, porque ha dado la suya por nosotros; busca amigos que confían tanto en él que se atreven a vivir con libertad esa amistad de la que nunca dudarán. Sólo el amigo sabe las razones, sólo el íntimo conoce a su Señor.

Oración.
Oh Amor, de quien ha recibido nombre todo amor, Amor santo y santificador, vida que das la vida, revélanos el misterio de tu santo Amor y el secreto del canto que susurra en el corazón de tus hijos.
Nosotros poseemos una vida del espíritu solamente porque somos amados por Tí y el Espíritu viene a nosotros con su caridad.
Si conociéramos cuanto es grande tu amor por nosotros, jamás tendríamos miedo de ir tu encuentro con nuestra miseria y enfermedad espiritual, más bien conociendo tu amor, amaremos más presentarnos a tí con vestido de pobre. La miseria se vuelve ventaja nuestra cuando no tenemos que buscar más que misericordia.
Nos has llamado, Señor, te nos has revelado.
Delante de tu misterio insondable, dónanos el amor que cree.
Delante de nuestras frágiles fuerzas, danos el amor que espera.
Delante a las inevitables incomprensiones, danos el amor que soporta.
Delante del mal que nos hiere, danos el amor que perdona.
Delante a la nuestra y a otras miserias, danos tu amor que todo lo acoge.
Gracias, Señor, por invitarnos a vivir en el amor y llamarnos a ser obedientes a Tí. Manda tu Espíritu que me ayude a experimentar tu amor y descubrir cuánto me quieres y saberme y descubrirme amado por Tí por un don gratuito y no por un merecimiento personal. Enséñame a dejarme amar por Tí y obedecerte haciendo tu voluntad.

Contemplación.
Sentirme feliz porque experimento que Dios me quiere. Saberme y sentirme amado y contemplado por Dios. Invitado por Él a vivir en el amor y a obedecerle.

Un saludo para Ti y mi oración. P. Cleo sdb

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