miércoles, 6 de enero de 2010

Bautismo del Señor, C (10 enero 2010)


Texto a meditar y orar:
Lc 3, 15-17. 21-22


Lectura. Con la fiesta del Bautismo de Jesús la liturgia concluye el ciclo de la Navidad y de la Epifanía, es decir, el período de la manifestación de Jesús como Salvador.
El párrafo evangélico de este día describe la manifestación, también, del Hijo de Dios: la voz del Padre declara: “Tú eres mi Hijo amado; yo hoy te he engendrado”
Este párrafo evangélico concluye con la intervención del Padre, que desde el cielo proclama al profeta de Nazaret como su Hijo amado.
Jesús es designado por Dios como su “elegido”, en el cual se ha “complacido” y sobre el cual “ha puesto su Espíritu Santo”.
En el relato del Bautismo de Jesús se encuentran presente las tres Divinas Personas: Dios, el Hijo y el Espíritu Santo. Y en todos los escritos de Lucas se subraya la divinidad de Jesús, que es el Hijo del Altísimo, el Hijo de Dios; el Señor (Kýrios), y también se resalta mucho la acción del Espíritu Santo en relación con Jesús que está lleno del Espíritu Santo; Cristo está poseído, guiado y animado por el Espíritu Santo. Para Lucas, Cristo es el hombre del Espíritu, porque está animado y guiado sólo y siempre por esta persona divina. Así Jesús es presentado como el modelo de docilidad al Espíritu.
Además el Evangelio hace la presentación de Jesús como el hombre de oración. La manifestación de Jesús, sucedida en tal circunstancia, se ha realizado mientras Jesús rezaba. Lucas muestra que la oración auténtica desemboca en la contemplación indica en el profeta de Nazaret el modelo de oración. Cristo como modelo de oración para todos sus discípulos. Los momentos más importantes y significativos de la vida de Jesús van marcados por la experiencia de momentos de oración: ahora el Bautismo, la agonía, la Transfiguración, la elección de los Doce, etc.

Meditación. Al ser bautizado por Juan, Jesús se solidariza con los pecadores, Dios sale al descubierto para proclamarle su Hijo predilecto; su palabra y su Espíritu, ambos sensiblemente, lo individuan de entre la muchedumbre, ante la cual Dios se da a conocer como su Padre.
En su bautismo, Jesús nos da pruebas de su benevolencia; es decir, quien iba a exigir la conversión, se muestra necesitado de ella; con tal de no abrir distancias con nosotros, pecadores, se une al número de bautizados por Juan; se deja ver entre quienes necesitaban conversión, para no humillar a aquellos a quienes va a proponérsela. Tenemos en Jesús un Dios que, por no herir nuestra susceptibilidad, se ha puesto a nuestra altura; un Dios así, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado, merece todo respeto.
Jesús es Hijo amado de Dios. Y Dios se declara Padre de aquel que conoce su querer y lo realiza. Jesús se solidarizó con aquella gente que intentaba volver a Dios y, convirtiéndose a Dios, deseaba ponerle en el centro de sus vidas. El reconocimiento de la propia culpa, sin excusas y sin olvidos, hace al creyente hijo de Dios, semejantes al Hijo amado. Jesús es reconocido como Hijo de Dios en el bautismo, en el momento de su conversión al Padre.
Y es que la conversión del hombre a Dios, convierte a Dios en Padre nuestro siempre. Reconocer el propio pecado y la necesidad de vuelta a Dios nos consigue ser reconocidos hijos por Dios.
El bautismo de Jesús ha de recordarle al creyente que tiene un Dios dispuesto a declarar hijos suyos, siempre que el creyente tenga el valor de confesarse indigno de tenerlo como Dios. Un Dios que se proclama Padre de quien acepta ser un mal hijo; un Dios que nos declara predilectos, cuando reconocemos no haberle amado lo suficiente. Ése fue el Dios de Jesús en el día de su bautismo. Y éste puede ser nuestro Dios, si logramos vivir todos los días de nuestra vida el compromiso, que adquirimos el día de nuestro bautismo: quererlo y buscarlo sobre todas las cosas.

Oración. Te agradezco, Padre, Bueno: Porque celebrarte en éste tiempo, es recordar agradecido y celebrar comprometido todas las manifestaciones de tu gran bondad para con el hombre.
En el Bautismo de tu Hijo Jesús te nos has manifestado como un Padre que quiere a su Hijo Jesús y de Él te sientes complacido. Gracias por ayudarnos a descubrir el grande amor que le tienes a tu Hijo y por lograr entender, con la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones desde el día de nuestro bautismo, que tu amor en Cristo ha llegado hasta nosotros. Que tu amor se ha manifestado a cada uno de nosotros y se sigue manifestando cada vez que en nuestros corazones descubres la conversión del corazón, el anhelo de Ti y el ansia de buscarte a Ti.
Con el bautismo y con la acción de tu Espíritu, hazme hombre del Espíritu, donde los criterios de mi vida sean tan sólo cumplir tu voluntad y hacer tu querer. Ser bautizado con el Espíritu es querer empezar a vivir la vida con más plenitud. Para atreverme a ser más humano hasta el final. Para defender nuestra verdadera libertad, sin rendir mi ser a cualquier ídolo esclavizador Para permanecer abierto a todo el amor, a toda la verdad, a toda la ternura que se encierra en el ser. Para vivir incluso los acontecimientos más banales e insignificantes, con profundidad. Para seguir trabajando mi propia conversión. Para no perder la esperanza en las personas y en la vida
Que cada uno de los momentos de mi vida, y especialmente en los que tenga que tomar decisiones, vayan acompañado de un encuentro íntimo contigo y de un acompañamiento en el discernimiento con tu Espíritu.

Contemplación. Grande alegría de descubrirme amado por el Padre en Jesús y tocado por el amor de Dios en el momento de mi conversión a Él. Me descubro amado por Dios desde el día de mi bautismo y llamado a una misión de testimonio de su amor. Convertir mi corazón al Salvador y al amor de Dios.

P. Cleo

1 comentario:

JUAN JOSE dijo...

Siempre me he preguntado por qué Jesús fue a bautizarse. Según me han dicho, a él no le hacía falta. Sin embargo, entendiendo el bautismo como un compromiso al cambio me parece muy lógico que Jesús haya acudido porque él mismo estaba ya realizando un cambio, de hijo de familia a portavoz de la Buena Nueva del Padre.
Esto me indica que no basta arrepentirse, sino lo verdaderamente trascedental es el cambio. Y Jesús nos muestra cómo hacerlo y, tan es así, que contó con el beneplácito del Padre.