viernes, 24 de junio de 2011

13° domingo Ordinario, A (26 junio 2011)

Texto a reflexionar y orar: 
Mateo 10, 37- 42

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará. Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa por ser justo. Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.

Lectura (Lectio): lee atentamente el texto cuantas veces sea necesario, hasta identificar su estructura: personajes, verbos, lugares, relaciones entre ellos y el mensaje central.
Jesús continúa enseñando, educando y preparando a sus discípulos para la misión a la cual los enviará. Con el texto de hoy terminarían, prácticamente, las enseñanzas previas al ejercicio misionero. En el texto del domingo, ordinario doce, Jesús invitaba a confiar en Dios y a dejar todo tipo de miedo que impidiera declararse en su favor delante de los hombres. El de hoy es continuación y ofrece unas afirmaciones nunca escuchadas que parecen, a oídos de cualquiera, radicales, totalmente centradas en Jesús. Primero exige a sus discípulos un amor absoluto, un amor tan grande hacia Él, que se pone sobre las leyes y lazos de toda paternidad/maternidad y de la filiación. El amor a Él tiene que ser mayor que el que se le tiene al padre, a la madre o a los hijos. En segundo lugar pide se le ofrezca la vida, lo más valioso que hay para un ser humano. De ese modo pide ser reconocido como Dios por sus discípulos, porque sólo Dios que da la vida puede pedirla y sólo a Él se le ofrece. En tercer lugar se identifica con sus discípulos y lo que se les haga a ellos se le hace a él y a su Padre, que le envió. Finalmente asegura que toda persona tiene el pago y premio de acuerdo a sus acciones, pero en el caso de lo que se hace a sus discípulos, por ser sus enviados y con quienes él se ha identificado, recibirá el premio de la misma persona de Jesús.

Meditación (Meditatio): saca del texto aquello que Dios nos dice a todos y te dice a ti en tu propia realidad.
Jesús aquí, y muchas veces más en el evangelio, se muestra desconcertante. Pide demasiado, pide todo, porque Él ha dado todo y la verdad es que es lo mismo que ofrece y pide: totalidad de vida, felicidad. Viendo bien las cosas él nopide que se deje de amar a los padres o a los hijos, sólo pide que el amor por Él esté sobre ellos porque es el mejor modo de amar a los que uno dice amar. Sin un amor absoluto y trascendente como el que Él da y pide, todo y todos quedaríamos aquí donde estamos sin dar un salto de calidad en el amor, la fe y la esperanza. Pide a sus discípulos una renuncia completa con el fin de poder ser y obtener más. Sólo amando como Él y amando desde Él se puede llevar a su mejor y auténtica dimensión el amor a los demás. Así el mejor amor para un discípulo de Jesús no es el del papá, la mamá o los hijos, o el de los amigos y conocidos, sino el que nace de ser recibido y amado por ser enviado de Jesús, por ser su discípulo. Por eso el discípulo ha de mostrar con claridad que ha dejado todo (bienes) y a todos (amores, afectos) por seguirlo y tenerlo a Él como a Dios, como el máximo bien y como al propio todo, porque desde Él ve todo y ama auténticamente a todos. Jesús hace caminar por caminos de riesgo, de dificultad, de desconcierto, de exigencias, pero ciertamente de plenitud, basta verlo a Él en relación con lo que le pide y le ofrece su Padre.

Oración (Oratio): desde el texto y desde tu vida háblale y respóndele a Dios.
Señor Jesús, descubrirte y seguirte es encontrar la Vida. Nos dices que delante de tu persona el discípulo ha de estar dispuesto a grandes renuncias, aunque sean legítimas, como a los lazos familiares. Tomar la cruz y seguirte, Señor; hasta dar la propia vida es ganarla; porque el perderte a Ti, es perderte y es perder todo. Además, me dices que recibir a los demás, al más pequeño, al pobre, al necesitado, es recibirte. Y recibirte a ti es recibir al Padre Celestial. Ayúdanos a ser tus discípulos. Amén.

Contemplación (Contemplatio): haz silencio y en lo más hondo de tu corazón, adora, alaba y bendice a Dios que te habla y te invita a cambiar tu vida y toma algún buen propósito que sea oportuno en este
momento.

Que pases un feliz fin de semana buscando el amor de Jesús y tratando de seguirlo más de cerca para amar mejor a tus seres queridos.

La Paz con ustedes.

miércoles, 15 de junio de 2011

Santísima Trinidad, A (19 junio 2011)

Texto a reflexionar y rezar: 
Juan 3, 16-18

“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvará por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”.

Lectura (Lectio): lee atentamente y cuantas veces sea necesario el texto hasta que logres distinguir claramente sus partes, los personajes y sus acciones y relaciones. Distingue el pensamiento o frase central. Encuentra lo que Dios dice en el texto.
Este pequeño pero denso trozo de evangelio pertenece al final del capítulo 3º de San Juan donde Jesús dialoga con Nicodemo y le invita a “nacer de nuevo del agua y del Espíritu”. La claridad del texto es única. Aquí aparecen dos de los sustantivos y verbos más utilizados por el evangelista San Juan: amor y vida, creer y salvar. En el versículo dieciséis está de manifiesto el grande amor de Dios por el mundo, por todas las gentes de todos los tiempos, es un amor inimaginable. A tanto llega este amor que entrega a su propio Hijo, al amado, con tal de que nadie se pierda, sino que todos tengan vida eterna. Visto bien podemos afirmar que Dios ya no puede amar más. En el versículo diecisiete, además de confirmar el amor de Dios, queda expresada la misión del Hijo: salvar al mundo y no condenarlo. Los paisanos del tiempo de Jesús creían que vendría Dios a condenar a los malos. En cambio en Jesús, Dios quiere salvar a todos, los hombres y mujeres de siempre, sin excepción. En el versículo dieciocho se retoma el tema de la fe en el Hijo ya señalado en el versículo dieciséis. A la entrega y al envío del Hijo por parte del Padre corresponde la fe de las gentes como respuesta. El que crea en él no se perderá pues tendrá la luz para caminar seguramente hacia el Padre, hacia la vida eterna. En cambio el que conociéndole le rechace, no tendrá la luz necesaria para ir a Dios y se perderá en su propia oscuridad.

Meditación (Meditatio): busca lo que Dios te dice a ti, en tu vida y circunstancias, desde el texto.
La Iglesia, después de las fiestas de Resurrección, ascensión y Pentecostés, nos invita a profesar convencidos que nuestro Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Celebramos así la fiesta de la Santísima Trinidad. San Pablo cuando en sus cartas saluda o bendice utiliza con frecuencia una fórmula trinitaria y hasta nombra a cada persona divina con alguna característica propia: “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con ustedes”. Si con la fiesta del domingo pasado terminábamos la Pascua; con la fiesta de hoy comenzamos el tiempo ordinario caminando juntos hacia Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. No estamos solos sino en comunión y acompañados en la vida; no estamos perdidos sino que iluminados sabemos por qué camino vamos; no estamos desorientados sino que ya sabemos a dónde y hacia quién vamos. A nosotros desde pequeños nos enseñaron a utilizar esta fórmula al momento de hacer la señal de la cruz porque en la cruz y resurrección conocimos la comunión de Dios Trino y su amor y gracia hacia nosotros. De ese modo reconocemos que no tenemos otro salvador fuera de Jesús, que no hay otra luz con la que podamos caminar hacia el Padre y hacia la vida eterna. A Dios Trinidad lo reconocemos en múltiples fórmulas y signos dentro de la liturgia y de la vida ordinaria, la fiesta de hoy es una invitación a “bendecir” con la señal de la cruz e invocando a la Santísima Trinidad a toda persona, particularmente a aquellos con quienes vivimos y nos encontramos a diario: familiares, amigos, compañeros de vida y de trabajo. De ese modo nunca olvidaremos el amor tan grande que Dios nos tiene a todos y cada uno de sus hijos e hijas.

Oración (Oratio): respóndele a Dios desde tu vida. Háblale haciendo oración como respuesta a lo que te dice.
Dios Padre: ¿Cómo no reconocer tu amor eterno e infinito por nosotros? Gracias por darnos a tu Hijo y por amarnos como a tu Hijo. Perdónanos por las veces que te hemos olvidado. Dios Hijo: ¿Cómo no reconocer tu gracia salvadora en nuestra vida? Gracias por habernos dado a conocer al Padre y por habernos dado la vida y vida en la cruz. Perdónanos por las veces que te he hemos rechazado. Dios Espíritu Santo: ¿Cómo no reconocerte como comunión entre el Padre y el Hijo y como nuestro santificador? Gracias por estar entre nosotros y con nosotros. Perdónanos por las veces que te hemos ignorado. Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Contemplación (Contemplatio):
haz silencio delante de Dios y de ese modo adóralo y contémplalo y, finalmente, saca alguna aplicación o propósito para vivir en conversión a Él durante la semana.

Saludos y bendiciones para todos en casa. Ojalá que no pierdan y retomen la costumbre de bendecirse todos en la familia. Y sobre todo la Bendición que recibimos cuando participamos en la Eucaristía cada Domingo.

La Paz con ustedes.

jueves, 9 de junio de 2011

Domingo de Pentecostés, A (12 junio 2011)

“Reciban el Espíritu Santo”
Texto de Juan, 20, 19-23

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envió yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados, y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Lectura. El evangelio de hoy presenta la misión (del Espíritu a los discípulos y de los discípulos al mundo) para el perdón universal.
La iniciativa del Señor Resucitado de encontrarse con los apóstoles y discípulos, supera los obstáculos: la casa atrancada y unos discípulos encerrados en su temor, no son impedimentos. Es significativo que de unos hombres aterrados no habrían salido valientes predicadores de no haberse dado un encuentro real con el Señor Jesús; y luego, el texto presenta una alusión muy sutil del cuerpo resucitado del Señor Jesús. El darse a ver, con sus señales de la pasión confirma el interés del evangelista en probar la identificación de Jesús, que los discípulos lograron sólo gracias a la intervención del mismo Señor.
La presencia inesperada de Jesús en medio de ellos les devuelve la alegría. Y les concede, como regalo la paz. Su repetido saludo no es un mero deseo, sino don concedido y viático para una misión. El enviado de Dios, devuelto a la vida y vuelto al Padre, encarga a los suyos de su propia misión y los hace sus enviados.
También la lectura del evangelio nos recuerda en primer lugar la creación del primer hombre, cuando Dios inspira su aliento al barro y en segundo lugar, hace imaginar que se está cumpliendo la esperanza escatológica de la recreación de los huesos desencarnados que proclama el Profeta Ezequiel en su libro.
A la presencia del Espíritu, el Evangelio asegura junto con la presencia del Señor entre los suyos, el perdón universal e incondicionado de los pecados; es decir que para el Evangelio de Juan es la comunidad cristiana el único lugar en el mundo donde ya no tiene futuro el pecado del hombre, porque su misión, su tarea exclusiva es el perdón universal y hasta incondicional de los pecados. En manos de hombres queda ahora la misión del Hijo: abrir a los hombres al amor y capacitarlos para la entrega; más que autoridad y poder es éste un servicio y una responsabilidad que convierte a los discípulos en hombres nuevos.

Meditación. El nuevo Hombre, que es Jesús Resucitado, da la misión y la posibilidad a sus discípulos de ser nuevos hombres y hacer nueva a la humanidad, dándoles su Espíritu.
Quien cree en la Resurrección del Señor Jesús, tiene el perdón como quehacer y el Espíritu de Jesús como viático.
La presencia del Señor Resucitado saca al discípulo de sus temores, de sus miedos, de la inseguridad y le trae como primer regalo la alegría de tener presente a su Señor y le viene otorgado el don de la Paz.
Para el discípulo y para la comunidad de creyentes, es el Espíritu del Resucitado el que hace al hombre nuevo a los ojos de Dios; es el Espíritu que llenándoles de nueva vida hace surgir de la debilidad al hombre. Y es la misión del perdón lo que lo comprometerá en la nueva evangelización.
La comunidad cristiana, nació el día en que los discípulos de Jesús, superaron sus miedos, vieron al Resucitado y recuperaron la alegría de vivir y además, vieron el mundo como la gran misión. Era un sólo día, y sin Jesús a su alcance, pero llenos de su Espíritu, los discípulos hicieron más que durante los años de convivencia con Jesús por los caminos de Palestina.
Ser discípulo de Jesús, ser creyente es sentirse enviado por el Señor al mundo y aprender a vivir del Espíritu que nos ha sido dado como regalo. Sentir la presencia del Espíritu en nuestras vidas es recuperar la tarea para la cual nacimos al mundo como Iglesia: la tarea del perdón.

Oración. Señor Jesús, que has querido encontrarnos en el lugar de nuestras falsas seguridades; donde nuestros miedos y temores nos han encerrado y contemplar la decepción que nos causa el no poder testimoniarte como la Nueva Vida. Te agradecemos porque en tu presencia constante como Resucitado nos has dado, a la Iglesia, al Espíritu que nos hace gentes nuevas, nos da tu aliento y fuerza que nos envía a anunciar una nueva humanidad, realizando el perdón de los pecados para proclamar tu Amor.

Contemplación. Me siento llamado a vivir en el Espíritu del Señor. Dejarme guiar por motivaciones de la Nueva Vida del Señor Resucitado. Estoy invitado a quitar de mi vida, miedos, recelos, suspicacias, desconfianzas y vivir serenamente la espera del Señor. Serán signos en mi vida de la presencia del Espíritu Santo, si vivo de la Alegría del Resucitado y si aprendo a ofrecer el perdón a los demás.

Feliz Fiesta de Pentecostés
La Paz con ustedes.

miércoles, 1 de junio de 2011

Domingo de la Ascención, A (5 junio 2011)

Texto a reflexionar y rezar: 
Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban.
Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

Con la Ascensión del Señor se unen dos momentos de la historia de la salvación: termina la acción histórica de Cristo y comienza el camino terreno de la Iglesia.

Lectura (Lectio): lee atentamente el texto cuantas veces sea necesario hasta identificar su estructura: personajes, verbos, lugares, relaciones entre ellos y el mensaje central.
Están Jesús y los Once. Este relato tiene lugar en Galilea, porque para S. Mateo ha sido el sitio principal de la actividad de Jesús; y Él los había citado en aquel Monte. Al verlo se postraron, lo adoraron unos, y otros titubeaban. Después Jesús se les acerca y les dice unas palabras que revelan que El tiene el poder y que se los transmitirá, para que vayan a enseñar a todas las naciones y las bauticen en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. También que enseñen a cumplir todo cuanto les ha mandado, es decir, llevar a las gentes al seguimiento del Señor, porque encontrarlo es vivir como El y no sólo aprender una doctrina; además una Comunidad que se encuentra con el Resucitado vive, lleva adelante esa Misión. Finalmente, les añade palabras de esperanza y confianza: “y sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Son significativas tres palabras, o verbos: ‘ir’, ‘enseñar’ y ‘bautizar’; quiere decir, dinamismo, testimonio, vida sacramental y al creyente le corresponde ‘cumplir’, porque es respuesta al Evangelio.

Meditación (Meditatio): saca del texto aquello que Dios nos dice a todos y te dice a ti en tu propia realidad.
Son varios los temas para meditar: primero, la presentación de Cristo, es decir, el señorío absoluto de Jesús sobre el cielo y la tierra “me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; segundo, la misión de los discípulos, es decir, Jesús les ordena “Vayan y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, y tercero, la promesa del Señor hasta el final de los tiempos que Mateo lo dice en sus últimas palabras, “Y sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. El monte en la Galilea, es símbolo donde espera Jesús a los Once, aquí o en la vida para siempre, signo del encuentro con el Resucitado; sin embargo, nos dice el texto, que algunos dudaban; la fe de los discípulos no está exenta de la duda, un riesgo que acompañará también la fe de la comunidad cristiana en la historia. Además, nos muestra que tiene todo poder en el cielo y en la tierra. Y nos dice palabras de esperanza: “Yo estaré con ustedes todos los días”, y nos entrega la Misión y el Mandato: “Vayan y enseñen a todas las naciones y bautícenlas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

Oración (Oratio): desde el texto y desde tu vida háblale y respóndele a Dios.
Señor, antes de subir al Padre te mostraste, a los once, glorioso, resucitado, allá en el monte de la Galilea. Unos discípulos se postraron adorándote y otros titubeaban, dudaban. Señor, les diste la tarea de ir, hacer discípulos que enseñaran y guardaran tus Palabras. Ellos continuaron aquello que Tú comenzaste puesto que sabían de tus promesas, ya que estarías siempre presente en medio de ellos, es decir, de nosotros: “Yo estaré con ustedes”. Tu Ascensión a los Cielos no es un mero recuerdo, es la invitación a ser tus Testigos, comprometidos en la tierra y con la mirada en los Cielos, porque “a donde llegó El, nuestra cabeza, tenemos la esperanza cierta de llegar nosotros que somos su cuerpo”. Señor, que no dudemos sino que vayamos, anunciemos y creamos en la fuerza de tu Palabra que es Evangelio para la historia, para el mundo de todos los tiempos.

Contemplación (Contemplatio): haz silencio y en lo más hondo de tu corazón adora, alaba y bendice a Dios que te habla y te invita a vivir con esperanza tu vida y toma algún buen propósito para ser su testigo en la tierra y vivir con esperanza de llegar a donde El subió.

La Paz con ustedes.