viernes, 28 de octubre de 2011

31° domingo ordinario, A (30 octubre 2011)

Texto evangélico para meditar y rezar: 
Mateo, 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la agente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame ‘maestros’. Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen ‘maestros’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar ‘guías’, porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. 

Lectura (Lectio: qué dice el texto): lee atentamente el texto las veces que sea necesario hasta que logres distinguir los personajes y sus relaciones, los verbos principales y la situación señalada con su antes y su después. 
La primera parte de este discurso Jesús se dirige a la multitud y a los discípulos criticando con dureza la práctica religiosa de los escribas y fariseos. En la segunda parte se dirige en especial, ya no a los escribas y fariseos sino, a todos los discípulos, es decir, aquellos que tienen alguna responsabilidad concreta dentro de la comunidad, y les recuerda que para ellos no tiene ningún sentido el uso de títulos honoríficos; ninguno ha de buscar poder sino hacerse servidor; no son importantes los lugares primeros sino los últimos. Este relato es parte de las discusiones de Jesús con los diversos grupos; y estas son dirigidas contra los “escribas y fariseos”. 

Meditación (Meditatio: lo que dice Dios desde el texto): desde el texto busca lo que Dios dice para tu vida ordinaria. 
Meditamos como Jesús sigue siendo fiel a su misión de predicador, aun cuando tenga roces con los guías religiosos de su tiempo, las personas más dignas de su tiempo, sin quitarles su autoridad. Jesús ofrece la propuesta del Reino, es decir, denuncia la mala forma de actuar de los “escribas y fariseos” y ofrece criterios sobre cómo han de realizar los que harán este servicio en la comunidad; ninguna autoridad tendrán si no son coherentes en su vida; tampoco si no se refieren al único Maestro, al único Guía, al único Padre. También que toda la vida de discípulos debe referirse a Jesús: Él es el único Maestro. Que nunca se debe utilizar la identidad de cristiano, cristiana, para enaltecerse, sino sentirse pequeños por haber acogido el don de la fe, ante un Dios que tanto nos ama, que nos guía y que nos enseña. Las palabras de Jesús nos ofrecen una doble enseñanza que si nos impresiona por su dureza y realismo, tienen la ventaja de acercarnos con mayor inmediatez a cuanto Jesús quería: la búsqueda de Dios sobre todas las cosas y a cuanto El denunciaba: la simulación y el engaño en la vida del creyente. Al único que se ha que seguir es a Cristo. 

Oración (Oratio: lo que tú le dices a Dios): desde tu vida iluminada por el texto háblale a Dios.
Señor, quieres a tus discípulos siendo servidores unos de otros, hermanados siempre, sin alimentar sentimientos de superioridad ni arrogarse dignidades especiales. Señor, teniéndote como Padre Nuestro, descubriremos que tienes tantos hijos e hijas, y descubriremos como hacer este mundo más humano y fraterno; al tenerte como Maestro y Guía, descubriremos sabernos discípulos tuyos. Ayúdanos a sabernos hijos e hijas de nuestro Padre Dios y oyentes de Jesús. Que alejemos la simulación y el engaño, y que no basta aparentar ser bueno sin serlo, porque podríamos ser los nuevos fariseos. Que descubramos que en la Iglesia, en la Comunidad, la mayor grandeza la obtiene aquel que mejor sirve a los Hermanos. 

Contemplación (Contemplatio): haz silencio en lo más íntimo de tu corazón y desde allí agradece, adora, alaba y bendice a Dios; ofrécele cambiar en algo para bien tuyo, de los demás y gloria de Él. El Señor les bendiga y démosle gracias por todo. 

La Paz con ustedes.

lunes, 24 de octubre de 2011

DOMUND, A (23 octubre 2011)

Texto del Evangelio de San Marcos 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”. El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían. 

Lectura: (Busca leyendo. Lee y desentraña el texto en sus partes, personajes, acciones, verbos y relaciones principales. Se trata de entender lo que dice el texto en si mismo). 
El texto no nos dice el lugar. No sólo se trata del último capítulo del evangelio, sino del epílogo del mismo. Se ubica dentro del tiempo de Pascua y de las apariciones del resucitado, siendo ésta la última. Todo esto le da un relieve muy especial al texto y su contenido. Este relato lo situamos cuando Jesús después de su Resurrección se les aparece a los once y les dice: en un primer momento, “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado”. Y, el otro momento, después de hablarles subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Nos presenta las últimas palabras de Jesús a los suyos; no son palabras para consolarlos, sino para confiarles la misión: el anuncio del Evangelio. Esas mismas señales que acompañarán a los futuros creyentes son las señales que han acompañado ya a los apóstoles durante la vida de Jesús e inmediatamente después de su resurrección. Finalmente nos dice que ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes; y el Señor actuaba y confirmaba su predicación. 

Meditación: (Y encontrarás meditando. Ahora busca lo que dice Dios a tu vida desde el mensaje del texto). 
Nos hace meditar como el Señor Jesús da el mandato: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado”. Sin embargo este nuevo mandato como resucitado es definitivo y tiene un carácter universal en cuanto que abarca al mundo actual, a todos los seres humanos y a toda criatura. Queda claro que el evangelio no se impone, sino que se propone y se confirma con ciertas señales, pero el que crea y se bautice ya habrá elegido la salvación, como regalo de Dios, y el que se resista habrá rechazado ese regalo traído en Jesucristo. Ahora bien, todos los que somos creyentes bautizados, y los que vendrán, asumimos el mandato del resucitado en calidad de nuevos discípulos, de nuevos misioneros, al punto de que la predicación del evangelio y el discipulado terminarán sólo cuando todo lo que exista en este mundo termine. Mientras dure este mundo durará este mandato, este envío misionero: “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura…”, y es seguro que el Señor estará y actuará con quienes, haciéndonos obedientes, vivamos en la alegría del evangelio, la buena noticia de la salvación 

Oración: (Llama orando. Desde el texto y su aplicación a mi vida le hablo al Señor). 
Gracias, Señor, porque te mostraste resucitado a los once, y te mostraste de tal manera, y les encomendaste tu Evangelio y tu Misión. Desde entonces les enviaste para que fueran a misionar y llevaran la salvación. Señor que al celebrar la jornada misionera este Domingo, te pedimos que aumentes la confianza en tu presencia constante en la Iglesia; haz que vivamos con entusiasmo y fidelidad la vocación misionera que nos has dado desde nuestro bautismo en la Iglesia; que nos sintamos alegres de ser enviados y de anunciar el Evangelio a las gentes de nuestro tiempo. Además te pedimos que haya muchas vocaciones misioneras, es decir, muchachos y muchachas, mucha gente a esta vocación de alto riesgo, por causa de tu nombre. Amén. 

Contemplación: Alaba, bendice y da gracias a Dios porque conoces el Evangelio. Recuerda que sólo una tercera parte de la humanidad acepta a Cristo y esto nos impulse a dar testimonio de sabernos felices por ser Iglesia misionera como Jesús. 

Feliz Domingo. La Paz con ustedes.

jueves, 13 de octubre de 2011

29° domingo ordinario, A (16 octubre 2011)

Texto evangélico para meditar y rezar: 
Mateo 22, 15-21 

En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosas, en algo de que pudieran acusarlo. Le enviaron, pues, a algunos de sus secuaces, junto con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran: “Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César?” Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones, les contestó: “Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme? Enséñenme la moneda del tributo”. Ellos le presentaron una moneda. Jesús les preguntó: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” Le respondieron. “Del César”. Y Jesús concluyó: “Den, pues, al César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. 

Lectura (qué dice el texto): lee atentamente el texto las veces que sea necesario hasta que logres distinguir los personajes y sus relaciones, los verbos principales y la situación señalada con su antes y su después. 
El párrafo evangélico forma parte de un grupo de “controversias”, en las cuales los adversarios de Jesús tratan de ponerlo en dificultades para presentarlo como sospechoso ante las autoridades políticas y religiosas de su tiempo y hacerlo aparecer mal e impopular ante la gente más simple que tenía simpatía por el profeta de Nazareth. Ésta controversia es de carácter típicamente político, por lo mismo explosiva y comprometedora. Jesús reconoce en seguida la malicia de sus interlocutores: al servirse de la moneda para satisfacer los tributos, están reconociendo, de hecho, una autoridad. Lo importante no es objetar un poder que no es duradero y que, en realidad, están manteniendo, sino mantenerse sujetos al poder soberano de Dios. Quien se sabe deudor de Dios, no le pesan mucho las demás deudas que mantenga; ser ciudadano del Reino no le libra de ser súbdito del César; pero Dios y su Reino van siempre en primer lugar. Ante una situación así, se capta lo insidioso de la pregunta que se le plantea a Jesús “¿Es lícito o no pagar tributo al César?”. Se le presentaba a Jesús un dilema del cual parecía no poder zafarse. Jesús sin embargo, no se deja encajonar. Aprovecha el juego “provocador” de sus adversarios para dar una lección de alto comportamiento religioso y político; en lugar de dividir, reconcilia al hombre con las razones más profundas de su vivir. Las dos cosas deben estar juntas para alcanzar sus fines propios a beneficio del hombre, que es ser indivisible. 

Meditación (lo que te dice Dios desde el texto): desde el texto busca lo que Dios te dice para tu vida ordinaria. 
En pocas palabras y con mucho sentido común, Jesús resuelve una cuestión espinosa. Los que preguntaban sobre el tributo bien sabían que estaban urdiéndole una trampa. De haber respondido afirmativamente, habría merecido el desprecio de sus oyentes, más patriotas y la condena de los piadosos; tanto unos como otros no querían reconocer más soberano que Dios. Si por el contrario su respuesta hubiera sido negativa, habría podido ser presentado ante las autoridades como un peligroso agitador social. Lo importante no es objetar un poder que no es duradero, que ellos mismos están manteniendo con su obediencia; sino más bien, saberse sujetos a Dios, cuya soberanía ni se sustenta con cuanto le damos, ni desaparece porque se la neguemos; poco tiene que ver la obediencia a la autoridad con el servicio de Dios. La libertad de Jesús con respecto a los problemas sociales no es fruto de su indiferencia, sino consecuencia de su pasión por Dios y su Reino.; a quien se sabe deudor de Dios no le pesan demasiado las otras deudas que mantenga, por graves que sean; ser ciudadano del Reino no libra a nadie de ser súbdito del César; pero Dios y su Reino van siempre en primer lugar. 

Oración (lo que tú le dices a Dios): desde tu vida iluminada por el texto háblale a Dios. 
Padre Bueno, Gracias por el gran regalo de tu presencia, de tu compañía y de tu Amor que es tan grande que nos sentimos endeudados, pues sólo de Ti lo hemos recibido todo y lo que Tú nos das es lo máximo que podemos esperar en la persona de tu Hijo Jesús. Así, cualquier otra obligación que tengamos en la vida, nos invita a cumplir, pero no nos puede esclavizar a vivir endeudados para siempre. El único compromiso de deuda es contigo, pues de Ti lo hemos recibido todo. Ésta es la libertad que nos enseña Jesús, es la libertad de los Hijos de Dios, que se saben deudores de Dios y no le pesan demasiado las otras deudas que mantenga en los compromisos de su vida. 

Contemplación: haz silencio en lo más íntimo de tu corazón y desde allí agradece, adora, alaba y bendice a Dios; ofrécele cambiar en algo para bien tuyo, de los demás y gloria de Él. En esta semana experimenta como lo hizo Cristo Jesús, a sentirte llamado a dar su lugar a las cosas y liberarte de cualquier ídolo, adoración, o amor que impidan saberte deudor sólo de del Dios. El Señor te bendiga. 

La Paz con ustedes.

jueves, 6 de octubre de 2011

28° domingo ordinario, A (9 octubre 2011)

Texto evangélico para meditar y rezar:
Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir. Envió de nuevo a otros criados que les dijeran. ‘Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales ordos; todo está listo. Vengan a la boda’. Pero los invitados no hicieron caso. Uno fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron. Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego les dijo a sus criados: ‘La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren’. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados. Cuando el rey entró a saludar a los convidados vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?’ Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: ‘Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. 

Lectura (qué dice el texto): lee atentamente el texto las veces que sea necesario hasta que logres distinguir los personajes y sus relaciones, los verbos principales y la situación señalada con su antes y su después. 
La parábola de este domingo hace un compendio de las relaciones de Dios con su pueblo. La primera parte narra la doble invitación a la boda y el rechazo de los invitados; resalta la paciencia de Dios con el antiguo pueblo rebelde, pero también la desastrosa consecuencia del rechazo. Hay hasta tres invitaciones a participar en la boda y la última está dirigida a todos, buenos y malos, que forman el nuevo pueblo. La última parte del relato presenta el juicio severo del rey contra un comensal que no llevaba el vestido de fiesta. Esta parábola está dirigida nuevamente a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. El banquete nupcial, que representa el Reino de Dios, es una imagen bíblica bien conocida. Y en el relato se dan hechos muy desconcertantes que asumen un significado alegórico y teológico: El rey que prepara “la boda para el hijo”; es Dios que celebra la alianza con los hombres mediante la misión de Cristo. El hijo no es el protagonista en el conjunto del relato; pero es a su boda que los hombres son invitados. El verbo “llamar”, invitar, es usado ocho veces en el relato. La invitación expresa el grande honor que Dios hace a Israel; ya que todos los miembros del pueblo elegido son convocados. A pesar del rechazo de los primeros y de su mal comportamiento con los enviados, el banquete está siempre listo, porque la actitud negativa de algunos no quita la buena y libre intención del rey. “Buenos y malos” son los invitados y esto es una característica expresión oriental que designa la totalidad. Todos pueden entrar en el Reino, a ninguno se le excluye, ya que la sala de la boda, debe estar llena. Esta llamada que viene de Dios es un momento decisivo para la vida del hombre; la aceptación de la invitación no puede ser rechazada, porque todo está listo, todo está preparado y no se espera más que la presencia de los convidados. Los primeros invitados no se interesan de la invitación divina y se muestran indiferentes; los intereses económicos y personales prevalecen sobre el deber y sobre la alegría de la fiesta nupcial. El hombre que ha entrado gratuitamente en la sala de bodas no es considerado digno por la falta de vestidos adecuados. No se ha puesto en la condición de participar en modo digno a la invitación del convite real; le faltaba el ejercicio de la justicia, la purificación, una verdadera conversión. La escena del convivio se transforma al final en un proceso judicial y el veredicto del rey se expresa mediante una imagen apocalíptica, que hace mención al castigo eterno. El haber entrado en la sala nupcial no nos asegura la garantía de la salvación: es necesario convertirse, estar vigilantes y practicar la justicia: Cada uno de los que han sido invitados al Reino es puesto en guardia contra una superficial respuesta a la invitación de Dios. 

Meditación (lo que te dice Dios desde el texto): desde el texto busca lo que Dios te dice para tu vida ordinaria La parábola de la boda real proclama el comportamiento insólito de Dios. 
Nada hay más importante para Él que su alegría. Sólo porque los invitados no acudan, la fiesta no ha de posponerse. Esto manifiesta con mayor claridad el asombroso deseo del rey de celebrar las nupcias y por la gratuita invitación que hace a los ociosos de los cruces de los caminos. Que Dios desee compartir la fiesta, le lleva a no poner demasiadas condiciones previas; pero ello no le impide exigir de sus invitados un mínimo de respeto: la participación en el banquete es inmerecida, pero la asistencia a él obliga a no aprovecharse de la fiesta sino a aceptarla y a vestirse para ella. No se merece la alegría de su Señor quien no cambia de hábito y se reviste de alegría. Como aquel rey a quien se le casa un hijo, nuestro Dios tiene ganas de fiesta y compartir con sus amigos la alegría, y porque no sabe guardarse su alegría para unos pocos, sus más íntimos, invita a todos los que cree sus súbditos. Y es curioso que quienes no se hubieran atrevido a rechazar una orden de su rey, en este caso los importantes del pueblo de Israel como son los sumos sacerdotes y los ancianos, se negaron a seguir su deseo. Solo porque no se les había impuesto; desobedecieron más fácilmente un deseo de su rey que una orden. Los primeros invitados no quisieron unirse al gozo de su rey, por miles de excusas, y se pasan la vida sin probar las alegrías de Él; porque de Él sólo aceptan sus órdenes y no sus ruegos: quien vive sólo para obedecer, aunque se desviva en ello, no dejará nunca de ser un criado; quien en cambio comparte el gozo de su Señor, se convertirá pronto en su íntimo; el siervo obedece más y mejor que el amigo, pero es con los amigos con quienes compartimos vida e intimidad, deseos y proyectos. Como en la parábola, a Dios le molesta menos la desobediencia de siervos, que las desatenciones de los amigos. Porque ocupados en sus negocios, se despreocuparon de la fiesta de su Señor y de sus ganas de compartirla; pesaron más los asuntos ordinarios de su vida que el banquete extraordinario de su Señor. Pero el gozo no merecido exige un mínimo de respeto a sus invitados, impone un reconocimiento de la gracia: aceptar la compañía de Dios y su gozo ha de cambiar nuestros hábitos. No se merece la alegría de su Señor, quien no cambia de hábito y se reviste de alegría; sentarse a su mesa exige asentir su alegría. Si su invitación ni siquiera logra mudarnos de aspecto, en verdad que no merecería nuestro tiempo, ni Dios nuestras atenciones. Dios no es así: quiere de sus invitados una alegría que cambie sus vidas y sus hábitos. 

Oración (lo que tú le dices a Dios): desde tu vida iluminada por el texto háblale a Dios. 
Gracias, Padre Bueno, porque tienes intenciones de hacer fiesta y porque quieres hacernos patente tu invitación para la boda de tu Hijo. Lo que cuenta es el grande deseo que tienes de compartir con tus amigos, tus alegrías; de entrar a intimar con aquellos a quienes les tienes confianza y les das, no una orden, como a un siervo, sino una invitación como a unos amigos tuyos que son. Gracias, Señor, porque haces la invitación a todos; es un regalo de tu infinita bondad el acercarnos al banquete de bodas de tu Hijo, y el compartirnos íntimamente tu alegría y tu sentido de fiesta. Gracias, Padre, porque sin merecerlo de nuestra parte, pues somos tus siervos, ahora nos has elegido a la dignidad de amigos con los cuales quieres compartir tu alegría y la fiesta de tu Hijo. Aceptar tu invitación y compartir tu gozo y alegría, me exige cambiar mis hábitos y revestirme de alegría. Sentarme a la mesa de un Dios alegre, exige asentir su alegría. Y es que Tú, Dios, quieres de tus invitados una alegría que cambie sus vidas y sus hábitos. 

Contemplación: haz silencio en lo más íntimo de tu corazón y desde allí agradece, adora, alaba y bendice a Dios; ofrécele cambiar en algo para bien tuyo, de los demás y gloria de Él.
Me sé consolado cuando Dios Padre se ha fijado en mí para hacerme partícipe de la fiesta de su Hijo. Pero me siento indigno por no llevar el vestido adecuado a la misma. Y también me siento contemplado por Dios en mi vestimenta. Sintámonos invitados al banquete de ser misioneros del Reino en nuestro mundo, al participar en su fiesta. Octubre mes de las misiones y del Rosario. El Señor te bendiga. 

La Paz con ustedes.