miércoles, 16 de julio de 2008

Domingo 16º ordinario, A (20 julio 2008)


Texto a meditar y orar:
Mateo 13, 24-43


Lectura (Lectio): lee atentamente el texto cuantas veces sea necesario, hasta identificar su estructura: personajes, verbos, lugares, relaciones entre ellos y el mensaje central.

La parábola de la cizaña que hoy meditamos, está centrada sobre la paciencia de Dios. Y marca significativamente un contraste entre la mentalidad del patrón del campo y aquella de los servidores: impacientes e imprudentes los segundos; paciente, prudente y sabio el primero. Jesús introduce una distinción entre el tiempo presente, para pensarlo en tiempo de espera, de misericordia, de acogida de los pecadores, de conversión como una invitación a todos, con el tiempo final, que sólo será el tiempo del rendir cuentas.

Por otra parte, la comunidad mesiánica instaurada por Jesús es actualmente una realidad en la cual habitan juntos el germen del bien y al mismo tiempo las fuerzas del mal, una realidad plenamente injertada en la historia y por lo mismo incompleta, en camino hacia la instauración completa y final que tendrá lugar sólo en el misterioso futuro de Dios.

En labios de Jesús, por tanto, la parábola es una invitación dirigida a los fieles a dejar a un lado cualquier impaciencia entre hacer el bien o el mal y a los “sordos”, y a replantear sus posiciones. Es anuncio de esperanza, basado no sobre la convicción de que las fuerzas del mal no lograrán sofocar las semillas de la alegría y de la santidad, sino sobre todo, basada en el presente, sobre la misericordia de Dios.

Las dos pequeñas parábolas; la del grano de mostaza y la de la levadura, tratan también ellas, de corregir una distorsionada espera y sugieren una justa mentalidad respecto a la persona y a la obra de Jesús: el reino de Dios no se instaura en la potencia, en la magnificencia y en la gloria. Por lo mismo, ninguna impaciencia es legítima, ninguna desilusión puede ser motivada por resultados reducidos.

Las dos parábolas giran en torno a un contraste “pequeño, grande”. Pequeño es el grano de mostaza, pequeña es la levadura; grande es el árbol, grande es la masa de pasta. En la persona de Jesús ha tomado cuerpo una lucha que manifiesta los caracteres de la pequeñez y la simplicidad de los inicios, sin la aparición de toda la potencia y la riqueza que lleva por el contrario su máxima maduración.

Todavía más, la parábola de la levadura, respecto a aquella del grano de mostaza, deja ver el dinamismo y el poder transformador de Jesús y de su gracia pascual; ciertamente a través del silencio y de la elección entusiasta y escondida.

En la parábola de la cizaña, la respuesta del patrón es un freno a la impaciencia de los siervos y, por lo tanto, un correctivo para las esperas mal fundadas al respecto del Mesías y a su obra. Con la parábola del trigo y la cizaña Jesús proclama que en el Reino de Dios no todo lo que crece, con su predicación , es trigo limpio; y el día ha de llegar en que se haga justicia; mientras tanto, a todo lo que haya crecido se le concede una oportunidad. Dios como el sembrador tiene paciencia con su campo.

Meditación (Meditatio): saca del texto aquello que Dios nos dice a todos y te dice a ti en tu propia realidad.

La parábola nos habla de la presencia del mal en nuestro mundo como un dato palpable; pero Jesús, con ella quiere dar respuesta a nuestra angustia ante su poder amenazante; y más que nada pretende convencernos de la bondad de Dios, de su paciencia y de su mesura con los malos.

Hay dos convicciones de fondo: el mal es real; hay que contar con él en un mundo creado por Dios y dentro del hombre hecho a imagen de Dios. Por otra parte, Jesús enseña que hay que contar, en especial, con un Dios al que le preocupa esta presencia del mal en su mundo y en el hombre; un Dios que, por respeto al bien que existe junto con el mal, da largas a su intervención.

El discípulo debe saber convivir con el mal sin connivencias: tendrá que habituarse a responder a Dios junto a quien lo ignora e intentar hacer su voluntad entre quienes no la viven. La impaciencia frente al mal imperante no legitima al buen discípulo como tal, sólo sus buenas obras.

Es sorprendente la forma de reaccionar de Dios frente al mal; la paciencia de Dios no es debilidad, sino fortaleza, confianza en sí mismo y en el poder del bien. Mientras no llegue el día de la cosecha, el bueno puede dejar de serlo y el malo también: el cristiano tiene que saber que Dios ha tomado ya la decisión de vencer el mal existente en su corazón y en su entorno; pero ha saber también que espera que los que aún viven del mal, o en medio de él, lo reconozcan y se salven.

Hoy con esta parábola nos damos cuenta de que el mundo siendo un campo abonado por el mal. Dios nos tiene paciencia; esto nos lleva a ser más comprensivos, menos exigentes con los demás.

La Palabra es una invitación a fiarnos de la bondad de Dios y a tener paciencia con los malvados. Tener un Dios paciente con el mal tiene sus consecuencias: hay que aceptarlas y aceptarle como Él es. Tiene, con todo, de bueno que quienes creemos en Él podemos aceptarnos a nosotros mismos, aunque no seamos buenos del todo, y aceptar nuestro mundo, tal como es.

Oración (Oratio): desde el texto y desde tu vida háblale y respóndele a Dios.

Gracias, Padre, porque te preocupas de nosotros y nos quieres dentro del mundo y afrontando en medio del mundo el mal y los problemas que ocasiona; porque nos quieres en el mundo sin pactar alianzas con el mal, por el contrario luchando por ser levadura de un Reino nuevo que se manifiesta en la humildad, en la sencillez, en la pequeñez, pero en la firmeza de convicciones, en la profundidad de horizontes.

Hoy contemplamos agradecidos que tu forma de actuar y tu fortaleza es tenernos paciencia delante de nuestro proceso de crecimiento hacia el bien, caminando hacia el día de la cosecha; reconociendo que observas y contemplas la actitud de nuestro corazón. Esta debe ser mi actitud como discípulo tuyo, a la vez que me llamas a ser fermento de la “masa”, me pides ser paciente con los que no los son y valorar su persona por sus intenciones y no por sus actos, porque esa es tu actitud.

Contemplación (Contemplatio): haz silencio y en lo más hondo de tu corazón, adora, alaba y bendice a Dios que te habla y te invita a cambiar tu vida y toma algún buen propósito que sea oportuno en este momento.

Te invito a que te sientas contemplado por un Dios paciente, que ve tu corazón y que respetando tu proceso, te quiere mejor para que seas fermento en el mundo, en el ambiente donde vives y así, veas siempre la vida con confianza, con paciencia y con esperanza.

P. Cleo sdb

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