Texto Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Lectura: Este relato lo situamos en el inicio del ministerio de Jesús en la Galilea. Ya nos había presentado varias curaciones. Ahora, nos presenta a Jesús y a un leproso, sin nombre. Un leproso que se acerca a Jesús transgrediendo la prohibición de aproximarse a la gente; y le suplica de rodillas, diciéndole: “si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadece de él y extendiendo la mano lo toca y le dice: “Sí quiero: sana”. A Jesús sin importarle el contacto físico con el leproso nos muestra que no le preocupaba ser considerado impuro. Y lo que Jesús da es la vida. Al leproso inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio. Lo despide con dos ordenes: no decir nada a nadie y la de presentarse al sacerdote para cumplir lo que dice el libro del Levítico (Lev 14,1-32) para ser declarado puro e integrarse a la vida social.; sin embargo el curado proclama públicamente su curación; de tal manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad y acudían a Él de todas partes.
Meditación: Nos hace meditar que el encuentro de Jesús con el leproso es totalmente una novedad: “se compadeció de él”, o sea,”sus entrañas se llenaron de ternura”, delante de la angustiosa desesperanza de aquella persona. Jesús no está de acuerdo que se le tuviera marginado. Jesús “extendiendo la mano” muestra el gesto liberador, no solamente al lanzar la mano sino al tocarlo. Jesús sabía de las normas rígidas que se debía tener sobre un leproso (la mishnah presenta setenta y dos tipos de lepra o enfermedades de la piel, y hasta se les prohibía de acercarse al muro de Jerusalén); sin embargo, después de curarlo lo invita a que se presente al sacerdote, para que sea readmitido por el representante y a la vida social y religiosa. Jesús asume el mal del otro y comparte su destino. Le dice: “Sí quiero: Sana”. Jesús es el lugar para acercarse al Reino y lo será incluso para aquellos que se acercan a los excluidos, marginados, superando todas las distancias. Jesús curándolo lo introduce a un nuevo encuentro con Dios y con la comunidad. El leproso sana de la manera más radical, por su fe y en su fe. El enfermo lo comprendió. Nosotros somos invitados a poderlo comprender. Jesús es el Dios cercano que acorta distancias. Jesús con estas señales, con estas curaciones, manifiesta que tiene todo poder ante el mal que destruye a la persona: que es el pecado, simbolizado en la lepra. Por eso la curación del pecado es la más radical que aquella de la lepra. Es Jesús el único que sana del pecado que es la enfermedad más grave, que puede acontecer en el hombre, en la mujer, en el joven; es decir, en cualquier persona.
Oración: “Si quieres, puedes curarme” es la súplica, es la oración de aquel que llega a reconocer el propio pecado, que es como la lepra. Señor, pidiéndote perdón proclamamos que Tú, Señor, eres grande, por las maravillas y por las grandes obras en la historia de las gentes y en nuestra historia personal, porque hemos experimentado tu grande Amor, al reconocer nuestra situación de pecado personal y social. Tú, Señor, siempre estas dispuesto a acercarte, a tocarnos con tu mano, con tu amor, porque tienes entrañas de misericordia, a todo aquel que, con fe, es capaz de decirte: “Si quieres, puedes curarme”. Eres el Dios con nosotros, siempre dispuesto a decirnos: “Quiero; queda limpio”.
Feliz Domingo. Que nos dejemos tocar por el Señor, y les bendiga con su Amor.
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Lectura: Este relato lo situamos en el inicio del ministerio de Jesús en la Galilea. Ya nos había presentado varias curaciones. Ahora, nos presenta a Jesús y a un leproso, sin nombre. Un leproso que se acerca a Jesús transgrediendo la prohibición de aproximarse a la gente; y le suplica de rodillas, diciéndole: “si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadece de él y extendiendo la mano lo toca y le dice: “Sí quiero: sana”. A Jesús sin importarle el contacto físico con el leproso nos muestra que no le preocupaba ser considerado impuro. Y lo que Jesús da es la vida. Al leproso inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio. Lo despide con dos ordenes: no decir nada a nadie y la de presentarse al sacerdote para cumplir lo que dice el libro del Levítico (Lev 14,1-32) para ser declarado puro e integrarse a la vida social.; sin embargo el curado proclama públicamente su curación; de tal manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad y acudían a Él de todas partes.
Meditación: Nos hace meditar que el encuentro de Jesús con el leproso es totalmente una novedad: “se compadeció de él”, o sea,”sus entrañas se llenaron de ternura”, delante de la angustiosa desesperanza de aquella persona. Jesús no está de acuerdo que se le tuviera marginado. Jesús “extendiendo la mano” muestra el gesto liberador, no solamente al lanzar la mano sino al tocarlo. Jesús sabía de las normas rígidas que se debía tener sobre un leproso (la mishnah presenta setenta y dos tipos de lepra o enfermedades de la piel, y hasta se les prohibía de acercarse al muro de Jerusalén); sin embargo, después de curarlo lo invita a que se presente al sacerdote, para que sea readmitido por el representante y a la vida social y religiosa. Jesús asume el mal del otro y comparte su destino. Le dice: “Sí quiero: Sana”. Jesús es el lugar para acercarse al Reino y lo será incluso para aquellos que se acercan a los excluidos, marginados, superando todas las distancias. Jesús curándolo lo introduce a un nuevo encuentro con Dios y con la comunidad. El leproso sana de la manera más radical, por su fe y en su fe. El enfermo lo comprendió. Nosotros somos invitados a poderlo comprender. Jesús es el Dios cercano que acorta distancias. Jesús con estas señales, con estas curaciones, manifiesta que tiene todo poder ante el mal que destruye a la persona: que es el pecado, simbolizado en la lepra. Por eso la curación del pecado es la más radical que aquella de la lepra. Es Jesús el único que sana del pecado que es la enfermedad más grave, que puede acontecer en el hombre, en la mujer, en el joven; es decir, en cualquier persona.
Oración: “Si quieres, puedes curarme” es la súplica, es la oración de aquel que llega a reconocer el propio pecado, que es como la lepra. Señor, pidiéndote perdón proclamamos que Tú, Señor, eres grande, por las maravillas y por las grandes obras en la historia de las gentes y en nuestra historia personal, porque hemos experimentado tu grande Amor, al reconocer nuestra situación de pecado personal y social. Tú, Señor, siempre estas dispuesto a acercarte, a tocarnos con tu mano, con tu amor, porque tienes entrañas de misericordia, a todo aquel que, con fe, es capaz de decirte: “Si quieres, puedes curarme”. Eres el Dios con nosotros, siempre dispuesto a decirnos: “Quiero; queda limpio”.
Feliz Domingo. Que nos dejemos tocar por el Señor, y les bendiga con su Amor.
Nacho, SDB.
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