jueves, 5 de marzo de 2009

2° domingo Cuaresma, B (8 marzo 2009)


Marcos 9, 2-10

Lectura.

La transfiguración de Jesús da lugar a un diálogo continuado, que se presenta en tres actos, con diversos protagonistas cada uno, y una toma de posición como motivo central.

En la primera escena los discípulos asisten a la conversación de Jesús con Elías y Moisés y se atreven a pedir que la experiencia que están viviendo no se termine.

La inesperada irrupción de la nube y la voz que rompe la placidez de la visión domina la segunda escena: de contemplar a Jesús divino pasan los discípulos a escuchar al mismo Dios, que se presenta como Padre amante de su hijo.

Tras oír la voz de Dios la visión desaparece; en tercera escena, Jesús y sus discípulos son devueltos, y con cierta brusquedad, a la normalidad. No podrán, les advierte Jesús, contar lo visto; ni sabrán, añade el cronista, pues vuelven confusos por cuanto les acaba de decir un Jesús, de repente poco divino y muy mandón.

Reconocido como Cristo pero no aceptada aún su cruz, Jesús sube a un monte con tres de sus discípulos y les deja ver, momentáneamente, su verdadera identidad. La experiencia es tan placentera que Pedro se olvida de sí y de los compañeros para mirar sólo por Jesús y sus compañeros: está dispuesto a vivir a la intemperie con tal de prolongar lo que vive. La voz de Dios interrumpe su proyecto y sus sueños: reconociéndolo como Hijo querido, quiere Dios que se le obedezca; no son los sentimientos, por buenos que sean, sino la obediencia a Dios lo que debe suscitar la contemplación de Jesús. Seguirle es imperativo divino; y los tres discípulos volverán a la realidad y al llano, con un nuevo saber y sin un entendimiento mejor. Hasta que Jesús no resucite de entre los muertos no lograrán hacerse con el sentido de lo ocurrido: ni la convivencia continua ni la visión ocasional hicieron de los seguidores de Jesús mejores discípulos; sólo la experiencia de su resurrección. Más que dedicarse a envidiar a Pedro, por lo que pudo ver y oír, podríamos emplearnos en quedarnos encantados con Jesús.



Meditación

El evangelio de hoy nos recuerda el momento, insólito pero central en la vida de Jesús, cuando reveló su identidad verdadera a sus más íntimos. Podríamos hoy quizá hasta envidiar a esos discípulos que vieron a Jesús tan cautivador, tan resplandeciente, profeta entre profetas, hijo amado de Dios; a un Jesús así nos sería fácil seguirle; de un Jesús así, ¿cómo iba a ser difícil quedar seducido?; con un Jesús así todo se nos convertiría en hermoso y, como a Pedro, nos parecería natural quedarnos con él, aunque fuera a la intemperie. Pero, entonces, ¿cómo es que no vivimos tan entusiasmados por Jesús?. ¿Por qué no se nos transfigurará tam­bién a nosotros?

Jesús tomó consigo los discípulos que le habían seguido desde el principio, aquellos que habían puesto su confianza en el, y los llevó a un lugar apartado, sobre una montaña. En esta acción de Jesús tenemos expresado el requisito previo para ver a Jesús transfigurado: no fue a los extraños a quien Jesús se manifestó encantador, sino a quienes lo veían todos los días caminar y dormir, comer y predicar, rezar y descansar; la familiaridad con Jesús no fue un obstáculo para reconocer su verdadera identidad. Bien al contrario, serán siempre los discípulos fieles aquellos que podrán soñar con la sorpresa de verse descubriendo quién es realmente Jesús. No es que él no sea lo suficientemente maravilloso, lo bastante divino, para poder soprendernos un buen día; es que no encuentra discípulos fieles en su entorno, capaces de renunciar a todo y anteponerle a él a todos, para mostrarse como él es: un estupendo maestro y el hijo preferido de Dios.

El discípulo de Jesús, precisamente porque está habi­tuado a estar con él, debe estar abierto a dejarse sorprender continuamente: quien no se maravilla de él, quien no le teme, quien no siente ganas de quedarse sólo con él, no es un discípulo digno de su confianza, no merece su intimidad. Y la consecuencia obvia de este encuentro será el sentirnos decir que debemos, sobre todo, escuchar sólo a Jesús: todo lo que hayamos podido conocer y experimentar, será menos importante; quien ha descubierto a Jesús, descubre la obligación de atenderle, de seguirle, de obedecerle. Jesús ha de ser el único punto de referencia del discípulo que lo ha visto tal como es: quien se ha entusiasmado con él una sola vez, permanece siempre con él entusiasmado; no podemos reducir nuestra vida cristiana a la escucha de su palabra una vez por semana: Dios mismo, directamente, ha impuesto a los discípulos la escucha de su Hijo amado siempre. Quien quiere permanecer con Jesús está obligado a permanecer escuchándole. No hay otro modo de que se nos convierta en ese hombre encantador que vieron Pedro y los otros dos discípulos. Escuchando lo que nos diga, lo descubriremos cercano y estupendo; y nos vendrá la gana de quedarnos con él, aunque no tengamos donde cobijarnos: quien le escucha, sabe que con él se está bien y que no se siente necesi­dad de nada más.

Pero no nos ilusionemos demasiado: esta experiencia de ver a Jesús tal como es, siempre es breve. 'De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús. Y bajaron con él de la montaña' Las experiencias bonitas con Jesús son reales, pero escasas; profundas, pero breves; se dan ciertamente, pero siempre duran poco. Es en la relación cotidiana con Jesús, con el Jesús de siempre, entre las dudas y resistencias de cada día, como los discípulos aprenden a escuchar su voz. La fe se vive en la duda; la fidelidad se prueba cuando es posible y tentadora la traición: los discípulos que vieron a Jesús extraordinario, volvieron enseguida a verle tan ordinario como era todos los días; pero sabían que podían contar con que cualquier día podía volvérseles otra vez tan divino como en realidad era. Ellos lo sabían y vivieron escuchándole.


Oración.

Señor Jesús. ¡Qué no diera yo, porque te me manifestaras tal cual eres, divino, cautivador! Me ilusionaría poder asistir, aunque fuera por un instante, a ese espectáculo que Pedro Juan y Santiago presenciaron. Pero bastaría que te viera como Dios te ve, que te quisiera como Él te quiere, que te aceptara como Él te pensó, para saberte divino, tal cual eres, hijo preferido del Padre. Si me dedicara a escucharte y a obedecerte, Tú te dedicarías, lo sé, a cautivarme: si fuera tu siervo, tú serías mi encanto. Dame la obediencia que me pides; para ello, te pido tu transfiguración, para hacerme tu discípulo.

No temeré ya la normalidad, la incomprensión, si puedo guardar en mi corazón el instante de tu divinidad cautivadora. Viviré con mi secreto en el corazón, conservaré la instantánea de nuestro encuentro, hasta que, por fin un día, nos veamos cara a cara.

Enséñame, Señor Jesús, a comprender el secreto de tu camino que es ineludible, el camino de la cruz; enséñame a optar por Tí, por tu persona aunque implique cualquier camino, y si es el por el que Tú has optado, enséñame a amarlo.

La revelación de Dios Padre, ha sido el mejor regalo para mí. El saber que Tú, Buen Jesús, eres el hijo predilecto y el más querido, me hace descubrir en Dios un Padre Bueno y lleno de Amor que nos ha manifestado que nos quiere, dándonos lo mejor que tiene, a su propio Hijo y pidiéndonos que le obedezcamos. Gracias, Padre, Bueno, porque así te ha parecido bien revelarnos en Cristo Jesús el amor que le tienes y en Él revelarnos que nos quieres y que quieres que seamos obedientes.


Contemplación.

Alaba, agradece, bendice y adora a Dios que te ama; escucha su voz que te dice. “tú, también con mi Hijo Jesús, eres mi hijo amado”. Escuchemos a Jesús, llenémonosle de nuestras atenciones, atengámonos a sus exigen­cias: terminaremos también nosotros un día por experimentar qué maravilloso es Jesús para todo aquél que le sigue y le obedece.



Mi saludo y mi oración: P. Cleo sdb.

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