domingo, 29 de marzo de 2009

Domingo de Ramos, B (6 abril 2009)


Texto a meditar y orar:
Mc 14,1-15,47

El Domingo de Ramos se lee siempre la lectura completa de la Pasión del Señor, según uno de los evangelios. Y los relatos de la Pasión, como el de hoy, nacen de la necesidad sentida por la generación de los testigos de la Resurrección de explicarse el sentido de la muerte trágica de Jesús: quienes aseguraban haberle visto vivo, por fuerza tenían que decir que había muerto y narrar las circunstancias de su muerte. Para que su relato resultara convincente, debía transparentar un significado que no se agotase en la crónica de lo sucedido. Marcos lo logra insistiendo en una narración de los hechos que deje bien claro que lo que sucede es el cumplimiento de lo que ya habían dicho las Escritura: Dios lo había así determinado y ya estaba incluso preanunciado.

Lectura y Meditación. La cruz, un escándalo pero también el motivo de la salvación
No debería sorprendernos demasiado esta nuestra incapacidad de situar en la cruz de Cristo nuestra salvación: la muerte de Jesús en cruz fue y sigue siendo hoy, un escándalo. Como los primeros discípulos de Jesús, los creyentes seguimos resistiéndo¬nos a aceptar que su muerte violenta e injusta sea el camino escogido por Dios para venir en nuestra ayuda; no logramos entender que un destino tan ignominioso fuera inevitable ni comprendemos que el amor que Dios nos tiene tuviera que manifestarse en hechos tan desgraciados. La muerte de Jesús, innecesaria y gratuita como toda muerte, se nos hace más ilógica por lo brutal de sus circunstancias y la injusticia que la provocó. Cuesta trabajo admitir que tras la cruz de Cristo estuvo Dios.
Lo malo de todo esto no es que no logremos entender la razón de semejante muerte; sino que hoy es peor que no podamos solidarizarnos con quien la soportó. Sigue siendo una realidad incomprensible entre nosotros lo que sucedió en vida de Jesús: los pocos seguidores que le acompañaron durante los últimos días en Jerusalén, no tardaron en abandonarle a medida que él se acercaba al Calvario. Entonces como hoy, el lugar de la muerte de Cristo es el lugar de la traición de cuantos le seguían: el entusiasmo que Jesús suscitó entre sus seguidores murió en ellos antes de que él muriera en un patíbulo; no valía demasiado la pena continuar siguiendo a quien iba a acabar tan malamente. Entendemos muy bien a aquellos discípulos que no pudieron aguantar el espectáculo de la cruz: ¡tanto nos parecemos a ellos, que nos resultan hasta simpáticos!
Es posible, incluso, que nosotros hoy encontremos mayor dificultad aún, ya que en nuestros días la muerte es una realidad que olvidar, siempre que no nos ataña, y la injusticia un desorden del que desentenderse, siempre que no nos toque a nosotros. Compartimos con los primeros cristianos esa radical repugnancia a comprender que en la muerte de Cristo obtuvimos vida sin fin y salvación definitiva.

La cruz de Cristo prueba del amor que Dios nos tiene
Somos, pues, los creyentes hoy, como los discípulos ayer, los peores enemigos, los más recalcitrantes, de la salvación que Dios ha pensado y realizado en la cruz de Cristo. Huye de nosotros la potencia de Dios, si se nos escapa de las manos, y del corazón, la cruz de Cristo; renunciando a ella, logramos ciertamente hacer más comprensible nuestro Dios, sin caer en la cuenta que un Dios a la medida de nuestro entendimiento no puede ser auténtico; un Dios que cupiera en nuestro corazón y que se acomodara a nuestros deseos, no sería mayor que nuestro corazón ni mejor que nuestros anhelos.
Contra la cruz se estrellan todos los intentos que el hombre emprende para domesticar a Dios; si despreciamos la cruz de Cristo, si la olvidamos o silenciamos, ¿cómo podríamos captar las razones de Dios, las razones de un amor que se ha dejado ver sólo en la cruz de Cristo?; nadie puede jamás sentirse realmente amado por Dios, si no acepta su forma de amarnos.
Y sin embargo, ello es tan antiguo como lo es el seguimiento de Jesús. Desde que llamó a unos hombres a que compartieran con él destino y forma de vida, proyectos y existencia diaria, se encontró con personas que le siguieron hasta la cruz, pero sólo hasta ella; allí le dejaron solo todos; quien más le prometieron fidelidad, con más ahínco le negó; uno de los que había distinguido con mayor intimidad fue quien le entregó. La convivencia prolongada día y noche no fue suficiente; el conocimiento adquirido en largas caminatas predicando el reino fue insuficiente; el entusiasmo y la fe no alcanzaron: ante la cruz sólo un desconocido, que, para mayor vergüenza de los discípulos, fue el responsable de la crucifixión se hizo creyente, así lo dice el evangelio de hoy.

Oración.
Gracias Padre Bueno, porque en la muerte de Jesús en la cruz nos revelas el infinito amor que nos tienes. Esta prueba de amor, es la prueba definitiva para nuestra vida como discípulos seguidores de tu Hijo; si queremos serte fieles, estamos comprometidos a responder ante el camino de la cruz. Que nos sintamos tan amados por Tí, que ese amor supere el escándalo de esta cruz; que este amor nos haga guardar la fidelidad a tí, sin tanto esfuerzo; que no nos cueste soportar tu muerte, siempre que comprendamos que es la máxima expresión de tu amor.
Señor Jesús, ten misericordia de nuestra dureza de corazón para entender los caminos de tu salvación, sostennos para no escandalizarnos jamás y renegar de tu voluntad. Te pedimos que nos ayudes a saber dirigirnos a tu Padre y entender la forma de hacer oración en el momento de nuestra salvación; en los momentos que son decisivos para descubrir cuál es la voluntad del Padre en nuestras vidas.
Que el amor que hemos descubierto en la Voluntad del Padre y en tu entrega amorosa, nos impulse a no abandonarte y dejarte solo, a no negarte por haberte conocido y dejarte sólo y huir
Hoy descubro la grandeza de tu amor y tu infinita misericordia, tanto que empiezo a entender que el sufrimiento, el dolor y la muerte son manifestaciones de que Tú me amas y que sales victorioso y eres el rey de la Nueva Vida que vence el mal con la resurrección

Contemplación: Te sugiero que durante esta semana Santa vayas leyendo, pausadamente todo el relato de la pasión que se narra en el evangelio de Marcos. Es bello y te ayudará a rezar y a meditar.
Tras haber escuchado, una año más, la crónica de la Pasión de Jesús sería más apropiado dejarse llevar por el corazón y silenciar toda palabra que nos aleje del drama de la cruz e impida contemplar a Cristo y éste crucificado; con frecuencia se entiende mejor aquello de lo que menos se habla y más se contempla con respeto. Además, sobre la muerte y el dolor no solemos hablar con gusto: "el hombre moderno, no obstante sus conquistas, roza en su experiencia personal y colectiva el abismo del abandono, lo absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales"; y no logra dar un sentido a tanto dolor ni se atreve ya a considerar que "todos estos sufrimientos han sido asumidos por Cristo en su grito de dolor y en su confiada entrega al Padre". Ni siquiera nosotros mismos, cristianos que vamos a celebrar la Pasión de Jesús como nuestra salvación, estamos convencidos de que, en ella y por ella, "la noche se convierte en día, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida" (Juan Pablo II, Mensaje a España [Madrid 1982] 140).

Te deseo una feliz y fecunda conclusión del camino cuaresmal, que debe llevarnos a una más grande identificación con Cristo a través de la participación a su misterio Pascual durante esta semana Santa.

P. Cleo sdb.

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