miércoles, 9 de diciembre de 2009

3er. domingo Adviento, C (13 diciembre 2009)


Texto a meditar y orar:
Lc 3, 10-18


LECTIO. Igual que el domingo anterior, el evangelio presenta la figura de Juan el Bautista, pero su persona desaparece rápidamente detrás de la personalidad de aquel a quien él anuncia. La misión de Juan consiste en invitar a la disponibilidad para recibir a Cristo. Juan el Bautista logró despertar en el pueblo una actitud de espera señalando que está por realizarse el evento por excelencia, la llegada de Jesús. El objetivo de esta espera mantiene en tensión al creyente, Juan lo presenta a través de tres imágenes: la imagen del siervo, la imagen del agricultor y las imágenes de los dos bautismos.

La llamada a la conversión de parte del Bautista suscitó una respuesta positiva entre el pueblo, que Lucas ejemplariza en un triple diálogo, la gente, los publicanos y los soldados. Quien había incitado a la conversión a Dios, indica el modo de realizarla, en concreto, mediante una conversión al prójimo; la relación interpersonal, renovada, es consecuencia y prueba de una relación renovada con Dios. El amor al prójimo es el denominador común de las tres exigencias y respuestas de Juan el Bautista. Exige, Juan el Bautista relaciones de amor entre las personas y el restablecimiento del derecho mediante el respeto de la justicia de las personas y de las cosas. Las exigencias más importantes son la participación en la pobreza del otro y participar ayudándole y condividiendo, como lo hacía la primitiva comunidad cristiana.

Sorprende la forma tan radical de ésta exigencia en las palabras del Bautista; exige la renuncia, exige interés por los pobres y también a cuando no es indispensable para el sostenimiento de cada día. El Bautista enseña a su modo, que la espera va vivida en la radicalidad del amor al hermano.

Tras Juan vendrá uno que no sólo llamará a la conversión sino que la hará posible con el bautismo del Espíritu; y es Jesús que exigirá mucho más.



MEDITATIO. La alegría es la característica de ésta liturgia de este domingo.

Podrá el creyente estar seguro de preocupaciones profundas, si su ocupación primera es servir al Dios de la alegría. Podrá encarar un futuro con esperanza, porque cree que Dios en persona es su futuro. No puede robarle la alegría, dificultad alguna que surge en su vida, porque es testigo de un Dios que habitó entre los hombres. Y ser testigo de éste Dios-hombre, de modo creíble, sólo puede realizarse estando alegres: hoy esa es la misión, tal vez la más urgente, dar a los demás prueba y razones para vivir con alegría.

A pesar de todo lo malo que pueda haber a nuestro alrededor, a pesar de lo malo que podamos aún ser, el creyente tiene razones para vivir con gozo; no porque se las dé a sí mismo, sino porque Dios lo espera de él. El creyente que confía en que Dios está a su lado, puede conservar siempre la calma y dar siempre testimonio de su serena alegría.

Y es que la alegría que Dios espera del creyente, no es fruto del esfuerzo propio y superación de sus dificultades. Es la alegría del que se sabe cercano a Dios, a pesar de la prueba. Es la paz de quien conoce que su Dios comparte su pena y su preocupación; es el gozo de quien comprende que la fuerza de su esperanza le viene de Dios y no de sus propias fuerzas. La alegría del creyente es la alegría del que espera que Dios sea más grande que su propia necesidad.

Hoy hacen falta creyentes con ilusión, hombres que, por tener fe, conservan su esperanza.

Ésta es la conversión que Dios nos pide a cuantos vivimos esperándolo. Vivir sabiendo que Dios está de regreso, ha de convertir en gozo el tiempo de nuestra espera.



ORATIO. Señor Jesús, esperarte a Ti en este tiempo de adviento, y vivir en contínua espera es vivir en la radicalidad del amor al hermano.

Que Tú, Señor, quieras venir a vivir en nuestro mundo y habitar en nuestros corazones, me tiene que empeñar y comprometer en la construcción de un Reino que se está acercando y me tiene que hacer construir unas relaciones dignas del Señor que viene. La mejor espera del Señor, es la que se hace en familia, hermanados y empeñados en la construcción del Reino.

Vivir así, pensando en Ti y ansiándote, alienta mi esperanza y me hace vivir en alegría. Porque te quiero pedir que me ayudes a vivir sirviéndote y sirviendo a los hermanos; descubriendo en esto los motivos de mi vida y la alegría llena de esperanza de mi corazón.

Enséñame, Señor, a vivir con alegría y lleno de esperanza; despertando en los demás y en los que me has confiado, ilusiones para vivir y trabajar llenando de esperanza los corazones de todos. Gracias, Señor mío y Dios mío.



CONTEMPLATIO. Me llena de gozo y gratitud el reconocer a Dios cercano del hombre y en especial a mi vida. Un Dios encarnado, que es alegría y esperanza de salvación es un Dios que motiva a afrontar con una fe más profunda en Él, los problemas y dificultades de la vida; porque el amor sostiene la esperanza del que creyente que se sabe amado por su Dios. ¡Ven Señor, Jesús¡



Dios les bendiga. P. Cleo sdb.

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