martes, 24 de febrero de 2009

1° domingo de cuaresma, B (01 marzo 2009)


Texto de Marcos 1, 12-15

En aquel tiempo, el Espíritu impulso a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí entre animales salvajes, y los ángeles le servían.
Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.

LECTURA (lo que dice el texto): Jesús después de haber sido bautizado, es impulsado por el Espíritu al desierto. Los cuarenta días que Jesús pasa en el desierto son un tiempo prolongado de profunda experiencia religiosa; y son alusión a diferentes hechos de la Escritura, por ejemplo, los cuarenta años por el desierto (Ex 16, 35; Núm 14, 33; Hech 7, 36) o los cuarenta días de Moisés en el Sinaí (Ex 24, 18; 34, 28; Deut 9,9), o los cuarenta días de camino por Elías hasta el Horeb (1 Re 19,8). Y aparece “Satanás” (que significa ‘el acusador’: Job 1,6; 1Crón 21,1) se convierte en un ser personal, enemigo de Dios y de las personas. La Lucha de Jesús contra el mal en sus diversas formas será una constante en todo el Evangelio. Y después de la preparación empieza la actividad de Jesús en la Galilea. Las primeras palabras que Jesús pronuncia son un resumen de su predicación: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.

MEDITACIÓN (lo que me dice Dios por el texto): En este breve relato nos hace meditar que Jesús vence la tentación en el desierto, de manera real y simbólica. Y al vencer a Satanás comienza la paz del Mesías y sana la enemistad de la Creación. Es Cristo que exclama: “El tiempo se ha cumplido”, o sea, es el momento propicio, favorable, es el momento de buscar, y ya, ahora. “El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”: se ha de remarcar que no se trata de convertirse para que así llegue el Reino de Dios, sino, porque el Reino de Dios ha llegado es necesario la conversión. Se nos pide la conversión; es decir, el creer en la Buena Nueva que nos trae Jesús. Conversión es cambiar, sobretodo en nuestro interior, nuestra manera de pensar, de tal manera que haga cambiar todo lo exterior, también. Cambiar para llegar a lo que quiere el Señor Jesús. Aceptar y vivir el Evangelio. Vivir como Jesús. Porque es el anuncio de la Salvación, que es el Reino predicado por Jesús. Es el único que satisface a las gentes, sus esperanzas. Y está destinado a los pobres, puesto que son los únicos que serán capaces de verlo en la fe. Es viviendo el Evangelio que venceremos toda tentación.

ORACIÓN (lo que le digo y respondo desde el texto y desde mi vida): Con un texto de San Agustín: “Nuestra vida, en efecto, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones. Acabamos de escuchar en el Evangelio como el Señor Jesucristo fue tentado por el diablo en el desierto. El Cristo total era tentado por el diablo, ya que en él eras tú tentado. Cristo, en efecto, tenía de ti la condición humana para sí mismo, de sí mismo la salvación para ti; tenía de ti la muerte para sí mismo, de sí mismo la vida para ti; tenía de ti ultrajes para sí mismo, de sí mismo honores para ti; consiguientemente, tenía de ti la tentación para sí mismo, de sí mismo la victoria para ti. Si en él fuimos tentados, en él venceremos al diablo”.

CONTEMPLACIÓN (te toca a ti): guarda un momento de silencio y adora, admira, gusta y goza a Dios presente en su Palabra y en tu vida cotidiana.
Nosotros emprendemos también hoy un camino de reflexión y oración con todos los cristianos del mundo para dirigirnos espiritualmente hacia el Calvario, meditando en los misterios centrales de la fe. De este modo, nos prepararemos para experimentar, después del misterio de la Cruz, la alegría de la Pascua de Resurrección.
El período de Cuaresma, camino para la Pascua, nos ofrece un camino ascético y litúrgico que, ayudándonos a abrir los ojos ante nuestra debilidad, nos hace abrir el corazón al amor misericordioso de Cristo.


Con cariño, Nacho, SDB.

jueves, 19 de febrero de 2009

7º domingo ordinario, B (22 febrero 2009)


Palabra que perdona

Mc 2,1-12

Y entrando de nuevo en Cafarnaún, al cabo de unos días, corrió el rumor de que estaba en casa. Y se juntaron muchos, de forma que ya no había lugar ni siquiera junto a la puerta, y les anunciaba la palabra.
Y vienen llevándole un paralítico entre cuatro. Y, no pudiendo conducirlo hasta él a causa de la multitud, abrieron el techo donde él estaba, y por el boquete abierto descuelgan la camilla en la que el paralítico yacía. Y viendo Jesús la fe de ellos dice al paralítico:
‘Hijo, perdonados son tus pecados’.
Estaban allí algunos de los escribas sentados y cavilaban en sus corazones: ‘¿Cómo habla así éste? Está blasfemando.
¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?’
E inmediatamente, conociendo Jesús en su espíritu que así cavilaban en su interior, les dice: ‘¿Por qué caviláis eso en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico ‘Perdonados son tus pecados’, o decir: ‘Levántate, coge tu camilla y caminar’?
Pues para que sepáis que el hijo del hombre tiene poder de perdonar pecados sobre la tierra, - dice al paralítico - ‘A ti hablo: Levántate, coge tu camilla y marcha a tu casa’
Y se levantó, y al punto cargando la camilla salió delante de todos, de forma que se maravillaron todos y glorificaban a Dios diciendo: ‘Nunca vimos tal cosa’

1. Para entender el texto
Después de unas jornadas de enseñanza, Marcos inicia, de nuevo en Cafarnaún, una serie de controversias; el evangelio anunciado y practicado genera también polémica. De hecho, las palabras de Jesús, tanto o más que sus acciones, manifiestan el motivo de su misión y provocan una oposición cada vez más fuerte. Jesús sigue, imparable, desvelando su identidad a través de actuaciones cada vez más paradójicas, que suscitan obstinación y rechazo más que asombro o incredulidad; en la medida en que Jesús se va identificando por lo que hace; va creciendo el número de sus detractores, que empiezan a pensar en acabar con él. Hasta ahora no ha hecho más que el bien y ejercer con autoridad su magisterio. Los que lo contemplan tienen que decidirse en favor o en contra suya: su persona exige discernimiento y origina división.
En el encuentro con el paralítico Jesús se arroga un poder que corresponde sólo a Dios: curar podía hacerlo aquel a quien Dios se lo hubiera concedido; perdonar era oficio de Dios en exclusiva. Jesús, que no niega el presupuesto de sus antagonistas, realiza lo menos (curar) para dejar claro que puede mucho más (perdonar): promete lo que quiere. Algo muy de Dios actúa en él; tanto como para devolver la salvación más completa al hombre: combate en la raíz el mal que aqueja a los hombres.
A causa del gentío, el paralítico no tiene acceso a Jesús; los oyentes se lo impiden; pero sus ayudantes se ingenian, con tanta tozudez como inoportunidad, para llevarle hasta él a través del tejado. Nada anormal hay en que un enfermo tenga que recurrir a familiares o conocidos para llamar la atención de Jesús; lo chocante es que Jesús descubra fe en ese esfuerzo, ingenioso y terco, de llevar al enfermo ante él: esos improvisados camilleros no se arredraron ante la dificultad y Jesús no pudo evitar atender al paralítico, al ser testigo de la confianza que depositaban en él.
Y sorprende tanto a los enemigos como, seguramente, al beneficiario: quiere sanarlo en profundidad, librándole del pecado de forma totalmente gratuita. Da lo que no se le pide, promete mucho más de cuanto es deseado. La gracia que hace deja al descubierto la falta no advertida por el enfermo, al prometerle lo que no se tiene; él pensaba, a lo sumo, en sanar; Jesús quiere, sobre todo, perdonar.
La pretensión de Jesús está sujeta a prueba: Y el milagro ratificará lo afirmado: cumple lo más, realizando lo menos; es más fácil prometer perdón que levantar paralíticos, porque sólo esto último es verificable. La consecuencia es clara, quien devuelve la vida a los miembros muertos, es capaz de devolver la gracia a quien la ha perdido. El hombre, sanado y perdonado, no ha dicho una sola palabra: su existencia renovada es signo evidente de la presencia de Dios; un paralítico andando es la prueba más clara del poder divino que Jesús ejerce en la tierra.

2.- Para meditar la palabra
El paralítico tuvo la suerte de contar con unos cuantos que se las ingeniaron para llevarlo ante Jesús; no les intimidaron las dificultades, tuvieron imaginación y pusieron empeño en acceder a él. Y sobre todo, tuvo el paralítico la fortuna de que Jesús descubriera fe en sus esfuerzos por aproximársele. No tuvieron que decir lo que querían, pero hicieron lo que pudieron hasta conseguir que Jesús viera al enfermo y su fe. La fe que apreció Jesús en ellos se presentaba como ayuda al necesitado; era una fe que no sustituyó la confianza del enfermo, pero que tuvo que soportarle mientras lo llevaba ante Jesús: tuvieron fe, porque confiaron al paralítico a Jesús, en circunstancias adversas. Carezco de esa fe, que es compromiso con quien, de mi entorno, se siente mal, una fe que se hace maña y sagacidad para dar con la respuesta a su necesidad. Cada malestar de un hermano, cada enfermedad de un prójimo, es un reto a mi compasión, la ocasión donde se prueba mi fe. Se me hace difícil creer, siempre que me libro de quien me necesita; mi fe no es más audaz ni eficaz, porque no dejo que me cuestione la necesidad de mis hermanos; su malestar no despierta mi imaginación ni intranquiliza mi corazón. Si Jesús considera fe el acercarle al quien está mal, tengo en cada hermano indispuesto una oportunidad para hacerme creyente.
Jesús sorprendió al paralítico y a sus ayudantes, cuando vio fe en cuanto estaban haciendo; supo leer lo que ellos mismos no habían manifestado, ni pensado siquiera. Y Jesús sorprendió, igualmente, a los escribas, cuando les desveló sus pensamientos más íntimos; fue capaz de descubrir cuanto maquinaban en su interior. Jesús sabe apreciar a quien se le acerca, conoce las intenciones más ocultas de quienes están con él; no se deja engañar por apariencias ni estereotipos; valora a cada uno por lo que es y acierta a juzgarnos por cuanto hacemos. Un Jesús así inquieta y asusta; se nos hace incómodo, molesta; sus silencios desconciertan, sus palabras cuestionan. No es de fácil convivencia alguien que puede decirte lo que piensas y conoce ya lo que aún no has expresado. Pero es ése el Jesús que sabe ver fe donde los demás sólo contemplan malestar o el ridículo; ante él no cabe la simulación, pero junto a él siempre seremos bien apreciados.

3.- Para hablar con Dios
Vivo en medio de personas paralizadas en sus males, no se mueven hacia ti, no se conmueven por ti. En vez de estimularme, el malestar de los demás me desanima; antes que volver a dolerme por cuanto no puedo solucionar, me refugio en la indiferencia o me niego a ver lo que es tan obvio. No logro ver en cada necesidad de mi hermano, la necesidad de ti y la necesidad de mí: de ti, porque eres el único que puedes satisfacerla; de mí, porque soy quien debe llevarlos a ti. No me pides que hable demasiado, sino que actúe un poco más; no esperas que haga milagros, deseas verme implicado en los males de mis hermanos, cercano a los que se sienten mal y solos. Insensible ante el mal que no padezco, no puedo creerme que estés contra todo mal. No acabo de entender que veas fe en cuanto pueda hacer por un hermano indispuesto. Quizá por eso mismo no soy buen creyente. No me siento impelido a creer en ti más, cuanto peor veo a mi prójimo. Seguro que si tuviera algo más de fe, me dedicaría a llevarte a todos los que no se sienten bien consigo mismos.
Señor, me desconciertas porque me prometes lo que yo no he soñado todavía y porque empeñas tu palabra en sanarme de lo que yo ni he advertido ni quiero reconocer. Y si descubres mi debilidad, es porque quieres curarla de raíz; si me haces ver que soy peor de cuanto te admito, es porque quieres hacerme mejor de lo que me imaginé. Gracias, Señor, por tu interés por mí; gracias, por tu empeño en hacerme bien, haciéndome bueno; gracias, por esa gracia que me haces cuando me salvas del pecado que no te he confesado. Gracias, Señor, por ser más grande que mis sueños y que mis deseos, por ser mayor que mis males. No te dejes engañar por cuanto te pido; que lo que deseo de ti no te despiste; sigue mirando en mi interior y desvela mis pecados. Sólo podré curarme de aquello que quieras tú curarme.
Como al paralítico un día, devuelve movilidad a mi cuerpo y perdón a mi corazón. Y vuelva yo, obedeciendo tu orden, a casa, liberado de la parálisis que me domina y libre del pecado que me atenaza. Seré, si lo haces, evangelio viviente entre los míos, prueba creyente de tu poder divino. Yo, Señor, y los míos lo necesitamos. Hazme experimentar tu salvación. Y conviérteme en testigo de tu poder, curándome de mis males.

4.- Para contemplar a Dios
Descubre los momentos de tu vida y de tu persona en los que Dios te ha desconcertado y te ha sorprendido. Déjate admirar de lo que Dios ha hecho en Ti; agradécele platícale y déjate llevar por su amor.


Con todo mi cariño, P. Cleo sdb

miércoles, 11 de febrero de 2009

6º Domingo Ordinario, B (15 febrero 2009)


Texto Marcos 1, 40-45

En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.

Lectura: Este relato lo situamos en el inicio del ministerio de Jesús en la Galilea. Ya nos había presentado varias curaciones. Ahora, nos presenta a Jesús y a un leproso, sin nombre. Un leproso que se acerca a Jesús transgrediendo la prohibición de aproximarse a la gente; y le suplica de rodillas, diciéndole: “si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadece de él y extendiendo la mano lo toca y le dice: “Sí quiero: sana”. A Jesús sin importarle el contacto físico con el leproso nos muestra que no le preocupaba ser considerado impuro. Y lo que Jesús da es la vida. Al leproso inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio. Lo despide con dos ordenes: no decir nada a nadie y la de presentarse al sacerdote para cumplir lo que dice el libro del Levítico (Lev 14,1-32) para ser declarado puro e integrarse a la vida social.; sin embargo el curado proclama públicamente su curación; de tal manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad y acudían a Él de todas partes.

Meditación: Nos hace meditar que el encuentro de Jesús con el leproso es totalmente una novedad: “se compadeció de él”, o sea,”sus entrañas se llenaron de ternura”, delante de la angustiosa desesperanza de aquella persona. Jesús no está de acuerdo que se le tuviera marginado. Jesús “extendiendo la mano” muestra el gesto liberador, no solamente al lanzar la mano sino al tocarlo. Jesús sabía de las normas rígidas que se debía tener sobre un leproso (la mishnah presenta setenta y dos tipos de lepra o enfermedades de la piel, y hasta se les prohibía de acercarse al muro de Jerusalén); sin embargo, después de curarlo lo invita a que se presente al sacerdote, para que sea readmitido por el representante y a la vida social y religiosa. Jesús asume el mal del otro y comparte su destino. Le dice: “Sí quiero: Sana”. Jesús es el lugar para acercarse al Reino y lo será incluso para aquellos que se acercan a los excluidos, marginados, superando todas las distancias. Jesús curándolo lo introduce a un nuevo encuentro con Dios y con la comunidad. El leproso sana de la manera más radical, por su fe y en su fe. El enfermo lo comprendió. Nosotros somos invitados a poderlo comprender. Jesús es el Dios cercano que acorta distancias. Jesús con estas señales, con estas curaciones, manifiesta que tiene todo poder ante el mal que destruye a la persona: que es el pecado, simbolizado en la lepra. Por eso la curación del pecado es la más radical que aquella de la lepra. Es Jesús el único que sana del pecado que es la enfermedad más grave, que puede acontecer en el hombre, en la mujer, en el joven; es decir, en cualquier persona.

Oración: “Si quieres, puedes curarme” es la súplica, es la oración de aquel que llega a reconocer el propio pecado, que es como la lepra. Señor, pidiéndote perdón proclamamos que Tú, Señor, eres grande, por las maravillas y por las grandes obras en la historia de las gentes y en nuestra historia personal, porque hemos experimentado tu grande Amor, al reconocer nuestra situación de pecado personal y social. Tú, Señor, siempre estas dispuesto a acercarte, a tocarnos con tu mano, con tu amor, porque tienes entrañas de misericordia, a todo aquel que, con fe, es capaz de decirte: “Si quieres, puedes curarme”. Eres el Dios con nosotros, siempre dispuesto a decirnos: “Quiero; queda limpio”.

Feliz Domingo. Que nos dejemos tocar por el Señor, y les bendiga con su Amor.

Nacho, SDB.

martes, 3 de febrero de 2009

5º domingo ordinario, B (8 febrero 2009)





Texto:
Marcos 1, 29-39.

Lectura:
El párrafo evangélico de éste día es la así llamada “jornada de Cafarnaúm”, que se ha ubicado en el tiempo de un día y en un espacio concreto como es Cafarnaúm, sobre la costa septentrional del lago de Tiberíades.
La primera escena, íntima y familiar, es la curación de la suegra de Pedro, enfebrecida y postrada en el lecho. Jesús se acerca y tomándola de la mano la levanta; aparece por lo mismo en toda su solemnidad la fuerza de Cristo, su potencia sobre el mal. Marcos usa unos verbos muy importantes y que clarifican el sentido del milagro: por un lado el “alzarla” de la mujer, está expresado con el mismo verbo con el que se expresa la “resurrección”, por otro, el verbo “servir”, está descrito con el término griego de la “diakonía”, el ministerio caritativo del fiel.
La segunda escena se realiza a las puertas de la ciudad, al atardecer. Jesús realiza una serie de curaciones en masa (enfermedades y curaciones de demonios), una especie de intervención en contra del mal; y aflora aquí, también el célebre “secreto mesiánico” del que el evangelio de Marcos habla mucho; “No permitía que los demonios hablaran porque lo conocían”.
La tercera escena. Jesús se encierra en el silencio de la contemplación, pero inmediatamente después es buscado por la multitud, ansiosa de ser liberada del mal.
El misterio de salvación de Cristo supera los confines de una tribu, los muros de una casa, las puertas de una ciudad, las fronteras de una región: “Le trajeron todos los enfermos y endemoniados”; “curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios”; “Todos te buscan... y anduvo por toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios”.

Meditación:
En la actividad de una jornada el evangelista presenta a Jesús curando y orando, entre la gente necesitada de él y necesitando él de Dios para volver de nuevo a la gente.
Hay una dinámica universalista en el texto evangélico: La jornada de Jesús; un día sábado, se vuelve así emblemática de la nueva intervención creadora de Dios en Jesús, que introduce al hombre en el reposo de la palabra y lo cura de su mal vivir. Todavía mejor, se debe hacer notar una progresiva ampliación de perspectiva , entre la curación de la suegra de Pedro “en la casa”, la liberación de muchos enfermos y endemoniados en la puerta, donde se reúne “toda la ciudad”, y, en fin, no obstante el “Todos te buscan”, el ir más allá del Señor en “toda la Galilea”.
Los milagros que realiza Jesús son el signo más eficaz de que el reino ha llegado: un signo que dice que la salvación y la liberación de Cristo cura a “todo” el hombre. Él cura a muchos pero se preocupa también de aquellos que no acuden a Él. Su curación alcanza todas las dimensiones humanas; nos predica la palabra de la esperanza que cura la libertad. El relato de la curación de la suegra de Simón se vuelve programático del camino perfecto con el cual sucede la curación y la liberación que realiza Jesús. El pequeño párrafo está iluminado por la luz pascual. “Jesús se acerca a la mujer y la levanta tomándola de la mano”. Y después, la mujer “se pone a servirle”. Él pasa sanando y haciendo el bien, pero esto es un anticipo de la resurrección y habilita a aquél servicio de caridad, que hace del bien recibido, un bien agradecido porque es un don, un regalo.

Oración:
Señor, te invito como los discípulos a mi casa y que le hable de mis males y de mis enfermedades; que esté dispuesto a comentarle todo, aunque no todo en mi casa y en mi vida esté bien dispuesto. Abrirle a tu Hijo las puestas de mi casa y de mi corazón es el primer paso para que Jesús me cure.
Señor, quiero platicarte de mí, de las ansias de ser liberado del pecado por Tí; del mal que he hecho y que no me deja vivir tan sólo para Tí, del mal que me avergüenzo pero que tengo que decirte para que me entiendas y me puedas curar, quiero platicarte desde el fondo de mi corazón y desde la intimidad de mi casa, de lo que soy y quiero que me ayudes a cambiar. Te platico de mí y de los míos, de los que más quiero y que como yo, están enfermos; de los que me has puesto para guiar y ser pastor de sus almas, siguiendo tu ejemplo y obedeciendo tu mandato cuando me has elegido para ésta misión. El abrirte mi corazón, Señor Jesús, es porque Tú eres mi Salvación.
Cuando veo, Señor Jesús que te retiras a rezar, a la intimidad con tu Padre y a la búsqueda de su Voluntad en tu vida; siento que es necesario ir a buscarte, y estar convencido de donde te puedo encontrar, porque tengo confianza en que te puedo encontrar, porque te necesitan los demás, te necesitan los que me has confiado y porque te necesito yo. Tengo que convencerte para que vuelvas, Señor Jesús, porque todos te andan buscando; es más, yo te ando buscando.

Contemplación:
Me consuela el saber que Dios está en medio de nosotros, como Salvador en la persona de Cristo Jesús. Que su Voluntad es salvarnos del mal y del pecado
Tendríamos que perder el miedo a tener que hablar con Jesús, de nuestros males, de esos males que escondemos a los demás, pero alimentamos en nosotros; presentárselos a Jesús nos hará descubrirlo como nuestro Salvador.
Mi oración, un saludo y que Dios les bendiga. P. Cleo sdb