martes, 29 de diciembre de 2009

Epifanía del Señor, C (3 enero 2010)


Esta fiesta solemne nos recuerda que la salvación de Dios que celebramos es para todos los pueblos, para la humanidad entera de ayer, hoy y siempre. La oración colecta de la misa lo expresa muy bien: "diste a conocer en este día, a todos los pueblos el nacimiento de tu Hijo, concede a los que ya te conocemos por la fe, llegar a contemplar cara a cara, la hermosura de tu inmensa gloria".

Texto que vamos a reflexionar:
Mateo 2,1-12


Lectio (Lectura: lee detenida y pausadamente el texto las veces que sea necesario para desentrañar su estructura, personajes, acciones y actitudes. Lo que dice el texto en sí mismo sin interpretar, para poder entender bien)

La narración nos sitúa en el tiempo en que aparece la estrella del rey de los judíos. De oriente nace el sol, y de oriente viene la estrella, y de oriente llegan los magos (los sabios representando a sus pueblos); es del oriente donde nos viene la Luz: esa Luz de los que buscan al Señor y lo hallan en el Niño que acaba de nacer. La señal inquieta tanto a los magos de oriente como al rey local. El centro del relato está en que, “Unos magos de oriente llegaron” para buscar y encontrar al Mesías, “¿Dónde está el rey de los judíos?" preguntaban. Unos para adorarle y se alegran: son unos ‘magos’ que buscan al Mesías dejándose llevar por la revelación de su estrella, para postrarse y adorarle; y el otros: para aniquilarle y porque siente que tiene un rival que hace tambalear su poder, Herodes y los jefes de Jerusalén, a pesar del testimonio de la Escritura, no llegan a reconocer la realidad de Jesús, como Mesías; para Herodes es un rival que hay que eliminar. En vez, los magos, son quienes lo buscan, encuentran y adoran; le ofrecen el oro por ser rey, el incienso por ser Dios y la mirra por haber nacido humano como nosotros. Y con ellos se significan a los pueblos no judíos, que reconocen al Mesías; y al encontrar al Niño, experimentan una “inmensa alegría”. Es el gozo de las gentes de todos los pueblos que caminan al encuentro del Señor, y entran a formar parte de la Iglesia de Cristo.


Meditatio (Meditación: lo a que a ti en tus circunstancias te dice ahora la palabra del evangelio)
San Mateo nos presenta un itinerario de fe, nos dice como hacer ese camino de fe que hicieron los magos: procuraron a Jesús, reconocieron a Jesús, superaron las dificultades, adoraron y ofrecieron. Y recibieron el mejor don: a Jesús mismo.

Este hecho histórico se mezcla con elementos teológico y simbólico. En estos hechos encontramos modelos para seguir o evitar: la de los magos, la de Herodes y la de los sacerdotes y escribas. Meditemos los modelos negativos, a evitar: Herodes, que se sobresalta, convoca no para conocer la verdad, sino para tramar un engaño. El ha elegido la suya propia, su interés, defendiendo su realeza; nada que perturbe el bien de la nación. Todo justifica y hasta ordena la matanza de los inocentes; también se puede llegar a tener esas actitudes de Herodes. Después, la otra actitud negativa, la de los sacerdotes y escribas, que saben dónde había de nacer el Mesías, dan respuestas exactas, son capaces de indicar a los demás pero ellos no se mueven, se quedan cómodamente en Jerusalén; son actitudes muy difundidas entre nosotros, sabemos bien lo que implica seguir a Jesús, hasta lo explicamos a los demás, pero nos falta el valor y la radicalidad de ser testigos de Cristo, sabiendo que se encuentra en los pobres, los humildes, los que sufren. Y finalmente, los Magos, ellos no enseñan con palabras, sino con hechos, no dudaron, se pusieron a camino, dejaron la seguridad de su propio ambiente, actuaron sin vacilación. Y una última indicación preciosa nos llega de los magos: “avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron por otro camino”; es decir, cuando se ha encontrado a Cristo ya no se puede volver por el mismo camino. Al cambiar la vida, cambia el camino: porque la manera de vivir ahora se parece a la de Jesús, al que fueron a adorar. Finalmente la Palabra nos dice que eres el Dios de todos y de todo, nacido de una mujer de nombre María, y que sólo a Ti, te hemos de adorar y reconocer como nuestro Dios.


Oratio (Oración: lo que le digo a Dios desde su palabra y desde mi vida. Mi respuesta a su propuesta)

Padre bueno, gracias por darnos el regalo de tu hijo y ofrecernos en Él tu amor y tu salvación, para todas las personas. Señor Jesús, así como los magos, esos sabios de oriente se dejaron guiar por la estrella para encontrarte y adorarte, también te pedimos no sólo tus señales, sino sobretodo, ayúdanos a dejar todo para ir a adorarte. Danos la capacidad de seguirte, generosa y alegremente, cada día y para siempre; que nuestros sentimientos, pensamientos, cualidades, trabajo y nuestro empeño sean la manera de reconocer, que tú eres nuestro Rey, Dios y Señor. Esta manifestación de Jesús a todas las gentes, pueblos y naciones nos recuerdan nuestra vocación misionera. Te pedimos por todas las personas, lejanas y cercanas, que aun no te conocen y que por muchas causas: o por su egoísmo, soberbia, odios y apegos a las cosas, no han visto esa estrella, ni se han podido alegrar por tu venida, ni se han postrado delante de Ti reconociéndote como Dios. Te pedimos por la Iglesia: para que todos seamos misioneros y discípulos, en nuestra tierra; de tal modo que seamos testigos que anuncian y guían a los demás hacia ti, Jesús, Luz de las Naciones y del Universo.


Contemplatio (Contemplación: haz silencio y en tu interior adora, goza y bendice al Señor encontrado y hazle un ofrecimiento de cambio personal en tu vida ordinaria para la semana).

¿Qué le ofreceremos a Jesús Niño?

Felices fiestas de Navidad y Año Nuevo 2010.
Nacho, SDB.

La Paz con ustedes.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Domingo Infraoctava de Navidad, La Sagrada Familia (27 diciembre 2009)

Texto a meditar y orar:
Lc 2, 41-52


LECTIO: La ley de Moisés prescribía que todos los hebreos que hubiesen cumplido doce años de edad, tomaran parte, en el templo de Jerusalén, en las fiestas de Pascua, Pentecostés y en la de los Tabernáculos. El hecho que narra el evangelio el día de hoy es la obediencia a esta prescripción legal.

El evangelio presenta la familia de Jesús como una familia israelita ordinaria, con un padre “carpintero” y con “hermanos y hermanas” entre el pueblo. Ésta familia cumplidora de las prescripciones legales y tanto así pobre que para rescatar al “primogénito” utiliza el mínimo de la oferta exigida en el Templo.

Una peregrinación al Templo, cuando Jesús estrena mayoría de edad legal, concluye lógicamente el relato de su infancia. El relato no se centra ni en el viaje de ida a Jerusalén ni en la celebración de la Pascua, sino en cuanto sucede a continuación: la pérdida de Jesús en Jerusalén. Tras la anécdota de su extravío casual se cierne la amenaza de su definitiva pérdida: hallarán al hijo buscado entre los doctores admirados, pero no lo recuperarán sino como Hijo de Dios

Por vez primera y en boca de Jesús adulto, aparece la conciencia de su filiación divina; deberse al Padre y a sus intereses le libera de la patria potestad de su familia; por tanto, ni la búsqueda, ni la angustia están justificadas, porque ni se había extraviado, ni les pertenecía; con todo, tener como Padre a Dios y tener que ocuparse de sus asuntos no lo liberará de la obediencia a su familia.

La reacción de María vuelve a ser la única posible en una creyente: acompaña el crecimiento de su hijo con el crecimiento de su fe. El episodio define particularmente bien la capacidad contemplativa de María: su búsqueda de una razón para entender cuanto le ocurría se hace experiencia dramática cuando pregunta a su hijo por el motivo de su comportamiento; no reprocha a Jesús su extravío, desea una justificación que haga razonable su sufrimiento.

Respondiendo a su madre, Jesús dice que “…yo debía estar en la casa de mi Padre”; El verbo “debía”, equivale a “es necesario”; expresa la necesidad de dedicarse plenamente a la voluntad de Dios de las profecías y de las Escrituras. Jesús, por lo tanto, afirma que el “deber” hacia el Padre precede cualquier obligación delante de su familia terrena.

Y después, para Lucas, Jerusalén es la verdadera ciudad de Jesús; inicia y termina su evangelio presentando a Jesús ahí y presentando todas las manifestaciones (epifanías) de Jesús en ése lugar. Y el Templo que es el centro de Jerusalén y la casa de Dios es el verdadero lugar de Jesús. El motivo tan sugestivo de Lucas manifestando la incomprensión de los padres de Jesús; es un argumento utilizado muchas veces en su evangelio. El evangelio no dice hasta qué momento las “palabras” y la realidad de Jesús permanecieron incomprensibles para María, pero deja entender que ella llega por el camino de la “memoria” y de la “meditación”. Al final de la lectura de éste día, Lucas pone el “recordar” de María en el corazón, el cual bíblicamente, lo expresa como la sede de la inteligencia y del conocimiento y sobre todo el centro de la interioridad y de la espiritualidad del hombre. El verbo que se utiliza “conservar” , no es un verbo que indique inmovilidad, sino dinamicidad; es decir, va acompañado por la reflexión y por la reconsideración.



MEDITATIO: Jesús ha venido al encuentro del hombre a través de una familia. Esa fue la voluntad de Dios, hacerse presente a nuestro mundo a través de una familia. El Dios con nosotros, Aquél que se encuentra donde está la familia unida por Dios, es nuestro Dios. Sólo Ése.

Que Dios se nos haga encontradizo en el seno de la familia, no hace más fácil la convivencia con Él. La familiaridad de María y José con Jesús, el Dios encarnado, no les ahorró incomprensiones y dolores, al parecer gratuitos, innecesarios como es todo dolor familiar. Y es que, aunque es hijo, aunque familiar, Jesús es siempre diferente, extraño, alejado de nuestras preocupaciones pequeñas y ocupado siempre en dar satisfacción a su Padre.

Como María, que vivió la experiencia de su hijo que se le pierde; un Dios que se nos puede extraviar, aun yendo con nosotros, es un Dios al que no nos podemos acostumbrar, que siempre nos puede sorprender, que el creyente no puede dejar de contemplar. Darlo por conocido, saberse familiar, es la mejor manera de perderlo. María nos lo enseña.

Como María, con frecuencia, somos los primeros en sorprendernos ante un Jesús que parece extrañarnos con su comportamiento, cuanto más nos esforzamos por entenderlo; creemos que por haberlo aceptado un día, lo conocemos suficientemente; pensamos que somos ya familiares, por habernos familiarizado un poco con su voluntad.

María perdió a su hijo y encontró al Hijo de Dios. El caso es que ella no paró hasta recuperarlo y se atrevió a pedirle una explicación a su comportamiento. Fue ansiosa su búsqueda y grande su anhelo por reencontrarlo.

En realidad, y como María tuvo que aceptar al final, Jesús no se le había perdido: él sabía muy bien donde estaba y la razón; fueron sus padres quienes perdieron al hijo; renunciando a considerarlo como su auténtica familia, Jesús proclamaba Padre sólo a Dios.

La respuesta que Jesús dio a su madre no aclaró su comportamiento: la paternidad de Dios no había sido obstáculo para su maternidad; no lo pudo entender muy bien, pero tuvo que convivir con él. Y hubo que irse acostumbrando a no comprender a quien habría dado a luz. Se puede amar a Dios y cuidarse de El, como María hizo con Jesús, sin llegar a entender sus razones; pero sin dejar de custodiarlo, mientras vivamos en su compañía. Y de hecho, a medida que crecía Jesús, crecía ante su madre como Hijo de Dios.

La forma de conservar a Dios, respetando sus decisiones y aceptando sus opciones, por extrañas que nos parezcan, es, como lo hizo María; conservar cuanto con él vivía entrañablemente en el corazón: guardar en silencio cuanto veía, y guardarse de preguntar mientras con Él convivía.

El misterio de Dios no cupo en la mente de María, pero tuvo cabida en su corazón. Es la única manera garantizada que existe de no perder a Dios. Guardar cada instante que con Él vivimos en nuestra memoria, aprovechar toda ocasión, mientras esté con nosotros, para atenderlo, y renunciar a entenderlo con la mente para comprenderlo con el corazón.



ORATIO: Gracias, Padre, Bueno, porque en tu Hijo Jesús, nos has manifestado que eres un Dios que precisa de cuidados, dado que puede perdérsenos tu Hijo en cualquier momento y lugar.

Hoy, tu Palabra, me invita a dialogar contigo sobre lo que me lleva a perder de vista a tu Hijo o sobre lo que le lleva a Él a esconderse de mi vida y huir de ella.

Me descubro compañero de María en la búsqueda afanosa de Dios y en la angustia por haberlo perdido. Es una sorpresa agradable, y como tal la siento. Y por lo mismo, agradezco a María el haber pasado por esta situación y ser la Maestra en la búsqueda y en el hallazgo de Dios.

Caigo en la cuenta de que quien pierde a Dios no lo recupera idéntico a como lo tenía antes. Doy gracias a Dios por ello: bien valió la pena tu extravío, Señor, tras encontrarte, te recupero más divino. Me quedo admirado y agradecido con los métodos y la forma de proceder del Padre, no siempre comprensibles pero siempre estupendos y hechos por amor a sus creaturas.


CONTEMPLATIO: Me consuela pasar por la experiencia de perder a Jesús, para descubrir al Hijo de Dios y la voluntad del Padre. Quiero aprender a respetar los métodos de Dios y más bien contemplar su acción misericordiosa y amorosa.


P. Cleo

martes, 22 de diciembre de 2009

Natividad del Señor (25 diciembre 2009)


22 de Diciembre de 2009
Les envío un aludo y les deseo una Feliz Navidad cuando estamos esperdo la Venida de Dios nuestro Salvador. Reciban un saludo y me saludan a su Familia de mi parte y les dicen que les ofrezco la intención en la Eucaristía del dia 24 por la noche. Dios les bendiga.


FIESTA DE LA NAVIDAD
Jn 1, 1-18


LECTIO: La liturgia del día de hoy propone el “prólogo” de Juan, una exquisita temática cristológica que constituye una síntesis que la define como una preciosa perla del evangelio de San Juan.

El párrafo evangélico de esta noche de Navidad no se centra en narrar el origen terreno de Jesús sino que lo afirma como principio de todas las cosas; más que interesarse por la existencia histórica de Jesús se ocupa de la preexistencia de la Palabra.

El prólogo, es un himno como tantos otros encontrados en el Nuevo Testamento; himnos cantados en común. Es un canto de la comunidad creyente que celebra agradecida su fe. Es la profesión de fe de una comunidad litúrgica; se insinúa así la mejor actitud para entender el testimonio del evangelio: la acción de gracias común es el punto de partida para la comprensión recta del evangelio.

La experiencia de la Palabra de Dios en Israel, hizo de su fe una vivencia histórica: la Palabra desvela el sentido de los hechos y comunica el designio concreto de Dios. La novedad en el uso juánico del “logos” está en afirmar que la Palabra preexistente ha asumido carne para siempre. El Verbo se ha hecho hombre (va contra el docetismo que atribuía a Cristo una apariencia, no una realidad plenamente humana); Jesús ha hecho propia hasta la fragilidad y la caducidad del la “carne”. En esto reside el misterio de la Encarnación.

El prólogo afirma dos verdades fundamentales del Verbo-Jesús: la de ser-Dios y la de haberse “en-carnado” con la naturaleza humana.

El centro del relato del evangelio es su síntesis: era Dios y se hizo carne; estaba junto a Dios y habitó entre los hombres. Es, sin duda, una de las afirmaciones del Nuevo Testamento más profundas; que incluye:

a) Se anuncia un acontecimiento nuevo: con la Palabra aconteció algo parecido a lo que sucedió con la creación; apareció convertida en realidad débil y mortal, hecha carne. La Palabra de Dios se hizo palabras de Jesús de Nazaret. La solidaridad del logos con la condición humana es total: se hizo hombre.

b) La encarnación es leída ahora asumiendo la imagen de proximidad que Dios mantuvo con su pueblo en el pasado. Habitar entre hombres es la consecuencia de la encarnación, su efecto lógico. La afirmación es programática para todo el relato evangélico: éste mostrará que la morada de Dios, su definitiva presencia entre los hombres, se da en Jesús de Nazaret; en él, Dios se ha querido hacer solidario con la historia del hombre.

En la Palabra encarnada el Dios Aliado se ha convertido en Hombre Dios: el Dios para nosotros se convierte en Dios como nosotros. Y ésa es su gloria, su realidad manifiesta. Quien lo cree, la ve.



MEDITATIO: Este himno abre el cuarto evangelio; es una meditación poética sobre Jesús Hijo y Palabra de Dios. La encarnación no fue más que la fase histórica de la existencia de la Palabra; en esta etapa el creyente pudo ver la gloria de dios y recibir la plenitud de su gracia. Para expresar el misterio de la encarnación de Dios, no existe mejor lenguaje que el que nace de la admiración y del agradecimiento.

Desde aquella primera Navidad nada hay en el hombre de verdaderamente humano que no haya sido deseado por Dios, que no haya sido -y ello es más sorprendente aún- asumido por Dios; ninguna experiencia humana le es ajena; nuestro Dios conoce nuestra vida, entiende nuestro corazón, sabe de penas y alegrías, tuvo una familia, vivió la vida del hombre.

Ante tamaño misterio de amor no cabe más que la sorpresa y el agradecimiento; lo único comprensible para el hombre es el reconocerse comprendido, amado por Dios. Ésta es la suerte, saber que Dios se nos ha hecho semejante.

El confesar con alegría que nuestro Dios fue hecho hombre como nosotros nos compromete. Dios se nos humanizó naciendo de María un día de Navidad; desde aquel día el hombre llega a Dios sólo si no da la espalda a los hombres; desde el día en que nos nació Dios, todo hombre es camino de ida hacia Dios. Puesto que Dios se nos acercó en un hombre, Jesús de Nazaret, todo hombre nos acerca a Dios.

Hacerse con Dios supone, hoy como ayer, recibir a Jesús; únicamente a cuantos lo recibieron, se les dio la facultad y el rango de hijos de Dios. Es nuestra oportunidad. Y puesto que Dios, desde que se hizo hombre, habla nuestro mismo lenguaje, el lenguaje de las manos y el del corazón humano, no nos obliga más que hacernos, como Jesús de Nazaret, verdaderos hombres. Sólo nos exige ser mejores hombres; cuanto más humanos nos hagamos, tanto más nos acercaremos al Dios hombre.


ORATIO: Gracias, Padre, Bueno, porque tu Palabra a través de las mediaciones humanas se ha ido manifestando y has revelado tu voluntad de acercar al hombre a Tí. Pero gracias infinitas porque en la Encarnación de tu Hijo nos has revelado el máximo deseo y la plena voluntad tuya: la nueva creatura redimida en la nueva Creación inaugurada por tu Hijo Jesús y en su Encarnación. Ante este Misterio tan grande de amor, Padre, no me queda más que darte gracias, celebrarlo agradecido y pedirte que tu Espíritu me ayude a corresponder a tan grande Amor. No puedo entender cómo fue posible y porqué lo has hecho; qué es lo que te ha llamado la atención del hombre como para que decidieras que tu Hijo se hiciera uno como nosotros. Tendré que hacer experiencia de ese Amor que me has manifestado y que tendré y vivir tan feliz de sentirme querido y por lo mismo agradecido contigo.

Para mí como creyente, ya no tendré que vivir normando mi vida con leyes; ahora es una persona, es Cristo tu Hijo quien tendrá que ser mi criterio, la ley, el modelo y la promesa de mi vida. Creer en Él me hará vivir en el amor. Sentirme amado por Él me hará saberme llamado a vivir en la fidelidad a Él mismo y a vivir de amor, más que del cumplimiento de leyes y normas. Saberme querido por Dios me hace sentirme llamado a una misión: ser testigo de la presencia de Dios en medio del mundo y de un Dios que encarnándose se manifiesta amándonos y que nos invita a vivir unidos por el amor.

Por lo tanto, tu Palabra, Señor, me revela que tu Voluntad es descubrir tu amor y descubrirlo presente en los que me rodean; es en ellos y a ellos a quien estoy llamado a vivir mi misión. Si Tú has querido hacerte como uno de nosotros, ser hombre con todas las consecuencias, menos el pecado, quiere decir que amando mi naturaleza humana tendré que manifestar que soy tu discípulo en la medida que sea signo de ese amor entre los que me rodean. Gracias, Señor, porque tu presencia y tu amor, pasa por el sacramento del hermano.

CONTEMPLATIO: Agradezco a Dios su Amor; y saber que Dios me ama tanto que viene con su Hijo para redimirme del poder del pecado y darme su salvación me hace vivir confortado. Creer en Jesús y confiarme totalmente a su misericordia y a su poder amoroso.

* Pedir perdón de mi pecado de auto-salvación.
* Confiar en que Jesús es la salvación.
* Experimentar el amor de Dios en mi vida.


P. Salvador Cleofás Murguía V. sdb.
Inspector de MEG

martes, 15 de diciembre de 2009

4º domingo adviento, C (20 diciembre 2009)


Texto
Lucas 1, 39-45


En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. Palabra del Señor.



El Adviento corresponde a las cuatro semanas que anteceden a la fiesta de Navidad. En el actual calendario litúrgico, las tres primeras semanas del Adviento alimentaron en nosotros el deseo de la llegada gloriosa del Señor; en esta última semana hacemos memoria histórica del nacimiento del Señor en Belén.

Lectura (lee detenida y serenamente el texto cuantas veces sea necesario para desentrañar su estructura y personajes y poder comprender lo que dice en sí mismo):
En este cuarto domingo de Adviento, el evangelio de este día se acostumbra llamar “de la visitación de María a Isabel”, y nos muestra la visita de María a su prima Isabel, que también estaba embarazada y a punto de dar a luz a Juan, el Bautista. Pertenece a los relatos de la infancia de Jesús. Y Lucas nos narra no cómo sucedieron los hechos sino una relectura de los hechos a la luz de la muerte y resurrección de Jesús, para ayudar a las primeras comunidades cristianas. Las dos mujeres, llenas del Espíritu Santo, están reunidas y llenas de gozo por el fruto bendito del vientre de María: Jesús. Hay que hacer notar algunas actitudes de María y de Isabel. María lleva en su seno al Hijo de Dios y corre presurosa a servir a su prima y este servicio, más que significar la ayuda proporcionada, es acercar al mismo Hijo de Dios. Por parte de Isabel encontramos la sencillez, gratitud y acogida de quien se reconoce indigna de tal gracia, de tal visita. Además, llama bendita a su prima por el fruto que lleva en el vientre, la reconoce como la madre del "Señor". Es una escena donde se muestra que Dios se muestra a los pobres y hace de ellos su morada. Son significativos los mismos nombres: Jesús (Dios que salva), Juan (Dios es misericordioso), Zacarías (Dios se acordó), Isabel (Dios es plenitud) y María (la amada). Puesto son aquellos que proclaman la misericordia de Dios que se acuerda de ellos y viene a morar con ellos porque los ama y les trae plenitud y salvación. Finalmente hay una afirmación que pone al centro al Dios de la fe de María: "dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor". El anunciado es Jesús, el Hijo de Dios.


Meditación (trata de ver qué es lo que la palabra te dice a ti en tu vida y circunstancias ordinarias):
La palabra nos invita a meditar y a detenernos y profundizar en varios puntos:
Que desde que has entrado, en la historia y en la vida como hombre, en el seno de María, eres "la buena noticia de Dios".
Que quien cree en ti como Buena Nueva del Padre te lleva en el centro de la vida y lo muestra en el amor solidario hecho servicio.
Que María es la mujer creyente en el Hijo de Dios, es la atenta y disponible a la voluntad del Padre y eso la hace mensajera de la buena noticia.
Que el mejor modo de vivir es atender a Dios que nos habla y servir con alegría y prontitud al Dios recibido y al prójimo necesitado.
Que aprendemos de Isabel, como aquella que es capaz de reconocer la presencia del Señor, sobretodo en reconocer que es el Señor Dios para quien todo es posible.
El meditar la Palabra del Señor, nos invita a alegrarnos por Jesús Salvador que nacerá y, también, por las vidas nacidas y las vidas por nacer.
Que el Señor que nos ha buscado para amarnos y salvarnos, nos invita a ir en busca de los necesitados; y que hace saltar de alegría las vidas cuando saben del fruto bendito de su vientre; porque ambas mujeres, expresan el gran valor de creerle a Dios.



Oración (Desde la palabra y desde tu vida alaba, bendice y da gracias al Señor que te habla):
Padre bueno, Dios del amor y de la vida, te alabamos y te damos gracias porque quisiste salvarnos con el regalo de Jesús, tu Hijo.
Señor Jesús, Hijo del Padre, te alabamos y te damos gracias por haberte hecho hombre, para vivir entre nosotros y por mostrarnos al amor y ser el camino que lleva al Padre.
Espíritu Santo, te alabamos y te damos y gracias por fecundar con el amor de Dios el seno de María Virgen.
María, madre de Dios y madre nuestra, bendita seas por creer lo que te anunció el Señor; bendita seas por decir sí, a su invitación; bendita eres por llevar a Jesús dentro de tu vientre; bendita eres por darnos al Hijo de Dios, el único Salvador. Nosotros, como Isabel, reconocemos que no somos dignos de que venga a vernos la madre de mi Señor, pero enséñanos a creer y a recibir el fruto de tu vientre; y así se llenará de alegría y del Espíritu Santo nuestra vida. Amén.

Contemplación:
En estos días de adviento quien mejor nos enseña a recibir a Jesús es su misma madre. María: atenta a la palabra y a la voluntad de Dios, en un silencio interior de oración y vida ofrecida al Señor, en un servicio solidario que busca a los necesitados para darles al Dios que lleva y así alegrar sus vidas.

Como regalo en esta navidad pide el mejor de todos los regalos: al hijo de Dios, Jesús, donado por María. Él alegrará y llenará de luz tu vida, y amarás a todos como El nos enseña.



Navidad es Jesús. Una Feliz Navidad, para todos.

Nacho, SDB.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

3er. domingo Adviento, C (13 diciembre 2009)


Texto a meditar y orar:
Lc 3, 10-18


LECTIO. Igual que el domingo anterior, el evangelio presenta la figura de Juan el Bautista, pero su persona desaparece rápidamente detrás de la personalidad de aquel a quien él anuncia. La misión de Juan consiste en invitar a la disponibilidad para recibir a Cristo. Juan el Bautista logró despertar en el pueblo una actitud de espera señalando que está por realizarse el evento por excelencia, la llegada de Jesús. El objetivo de esta espera mantiene en tensión al creyente, Juan lo presenta a través de tres imágenes: la imagen del siervo, la imagen del agricultor y las imágenes de los dos bautismos.

La llamada a la conversión de parte del Bautista suscitó una respuesta positiva entre el pueblo, que Lucas ejemplariza en un triple diálogo, la gente, los publicanos y los soldados. Quien había incitado a la conversión a Dios, indica el modo de realizarla, en concreto, mediante una conversión al prójimo; la relación interpersonal, renovada, es consecuencia y prueba de una relación renovada con Dios. El amor al prójimo es el denominador común de las tres exigencias y respuestas de Juan el Bautista. Exige, Juan el Bautista relaciones de amor entre las personas y el restablecimiento del derecho mediante el respeto de la justicia de las personas y de las cosas. Las exigencias más importantes son la participación en la pobreza del otro y participar ayudándole y condividiendo, como lo hacía la primitiva comunidad cristiana.

Sorprende la forma tan radical de ésta exigencia en las palabras del Bautista; exige la renuncia, exige interés por los pobres y también a cuando no es indispensable para el sostenimiento de cada día. El Bautista enseña a su modo, que la espera va vivida en la radicalidad del amor al hermano.

Tras Juan vendrá uno que no sólo llamará a la conversión sino que la hará posible con el bautismo del Espíritu; y es Jesús que exigirá mucho más.



MEDITATIO. La alegría es la característica de ésta liturgia de este domingo.

Podrá el creyente estar seguro de preocupaciones profundas, si su ocupación primera es servir al Dios de la alegría. Podrá encarar un futuro con esperanza, porque cree que Dios en persona es su futuro. No puede robarle la alegría, dificultad alguna que surge en su vida, porque es testigo de un Dios que habitó entre los hombres. Y ser testigo de éste Dios-hombre, de modo creíble, sólo puede realizarse estando alegres: hoy esa es la misión, tal vez la más urgente, dar a los demás prueba y razones para vivir con alegría.

A pesar de todo lo malo que pueda haber a nuestro alrededor, a pesar de lo malo que podamos aún ser, el creyente tiene razones para vivir con gozo; no porque se las dé a sí mismo, sino porque Dios lo espera de él. El creyente que confía en que Dios está a su lado, puede conservar siempre la calma y dar siempre testimonio de su serena alegría.

Y es que la alegría que Dios espera del creyente, no es fruto del esfuerzo propio y superación de sus dificultades. Es la alegría del que se sabe cercano a Dios, a pesar de la prueba. Es la paz de quien conoce que su Dios comparte su pena y su preocupación; es el gozo de quien comprende que la fuerza de su esperanza le viene de Dios y no de sus propias fuerzas. La alegría del creyente es la alegría del que espera que Dios sea más grande que su propia necesidad.

Hoy hacen falta creyentes con ilusión, hombres que, por tener fe, conservan su esperanza.

Ésta es la conversión que Dios nos pide a cuantos vivimos esperándolo. Vivir sabiendo que Dios está de regreso, ha de convertir en gozo el tiempo de nuestra espera.



ORATIO. Señor Jesús, esperarte a Ti en este tiempo de adviento, y vivir en contínua espera es vivir en la radicalidad del amor al hermano.

Que Tú, Señor, quieras venir a vivir en nuestro mundo y habitar en nuestros corazones, me tiene que empeñar y comprometer en la construcción de un Reino que se está acercando y me tiene que hacer construir unas relaciones dignas del Señor que viene. La mejor espera del Señor, es la que se hace en familia, hermanados y empeñados en la construcción del Reino.

Vivir así, pensando en Ti y ansiándote, alienta mi esperanza y me hace vivir en alegría. Porque te quiero pedir que me ayudes a vivir sirviéndote y sirviendo a los hermanos; descubriendo en esto los motivos de mi vida y la alegría llena de esperanza de mi corazón.

Enséñame, Señor, a vivir con alegría y lleno de esperanza; despertando en los demás y en los que me has confiado, ilusiones para vivir y trabajar llenando de esperanza los corazones de todos. Gracias, Señor mío y Dios mío.



CONTEMPLATIO. Me llena de gozo y gratitud el reconocer a Dios cercano del hombre y en especial a mi vida. Un Dios encarnado, que es alegría y esperanza de salvación es un Dios que motiva a afrontar con una fe más profunda en Él, los problemas y dificultades de la vida; porque el amor sostiene la esperanza del que creyente que se sabe amado por su Dios. ¡Ven Señor, Jesús¡



Dios les bendiga. P. Cleo sdb.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

2º domingo Adviento, C (6 diciembre 2009)


Texto de Lucas 3, 1-6

En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías.

Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías:

Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios.





Lectura: En este evangelio San Lucas nos ubica históricamente. Es una característica de su evangelio. Señala rápidamente el tiempo y las divisiones geográficas y políticas. Da a conocer los personajes con poder político y religioso. De ese modo queda claro que Dios eligió ese espacio y ese momento de la historia para dirigir su palabra a Juan, el hijo de Zacarías, primero, que vivía en el desierto y, segundo, que predicaba junto al Jordán. Así hace de él, su profeta, el precursor de su Hijo que para esas fechas andaba arriba de los treinta años.

Después de ubicarnos nos ofrece el contenido de la predicación de Juan: bautizaba pidiendo un cambio de vida para el perdón de los pecados. Los profetas anteriores a él también pedían la conversión personal y del pueblo. San Lucas alude y hace referencia al cumplimiento de lo predicado hacía muchos años por Isaías: la conversión de la vida. De ese modo "llegará la salvación de Dios y todo mortal la contemplará".



Meditación: Nos ayuda a meditar que el Señor, en un tiempo y lugar determinados de la historia, eligió a Juan como profeta, le dirigió su Palabra para que fuera el precursor de su Hijo, para que anunciara al Salvador esperado. En medio del desierto, de la aridez y escasez de tu palabra resuena una voz que invita a la conversión. A todos lo que experimentaban la ausencia de Dios en sus vidas se les invitaba a cambiar, a disponerse al Dios que venía, nadie sería excluido, Él haría que todos vieran su salvación. También ahora, en el desierto en que vivimos, donde la ausencia de sentido y de palabra de Dios gana campo y se le excluye, resuena la palabra de Juan: "conviértanse", cambien los rumbos del pensamiento, de la acción, de los afectos, para dirigirnos todos y con todo, al Dios que viene. El mensaje de Juan Bautista pretendió preparar a sus contemporáneos para la llegada del Mesías. Nos enumera datos precisos para fundamentar nuestra fe en El. Porque Jesús no aparecería así como de la nada; puesto que sus padres pertenecieron a familias concretas que vivían en determinados pueblos; y en tiempo debidamente determinados. Juan Bautista nos ayudó a establecer cómo hacer y qué tenemos que hacer. Y cuando llegase la Salvación de Dios, por medio de su Encarnación. Y fue motivo de esperanza para todos los pueblos. Para esto es necesario prepararse...

Al contemplar al Precursor y al escuchar su predicación podemos seguir dos pistas para nuestra reflexión:

La primera nos lleva a buscar en Juan Bautista un modelo de imitación: su manera de vivir, su coherencia, su austeridad. Sobretodo nos invita a ser como él: anunciadores de Cristo, dar a conocer a los hermanos al Salvador que llega;

Y una segunda, es el volvernos a su mensaje que con diversas expresiones nos llama a la preparación, quiere decir a la conversión: “preparar el camino del Señor, enderezar senderos tortuosos, aplanar obstáculos...”; con esta forma de decir las cosas nos indica cómo debemos mejorar en el interior, en el fondo de corazón, tanto de las comunidades como de las personas; así de esta manera nos prepararemos para encontrar al Señor. Esta llamada a la conversión lo repite la Iglesia, en especial en este tiempo del año litúrgico



Oración: Señor, gracias por dirigir en un tiempo y espacio determinados tu palabra a Juan y hacer de él tu profeta, el precursor y anunciador de tu Hijo. Señor, gracias por querer que llegue tu salvación a todas las gentes, por querer incluirnos a todos en el amor y la alegría de tu fiesta, en la comunión contigo; Señor, quisiéramos que nuestro mundo fuera diferente, que las todas las divisiones cayeran y dejaran paso y espacio a tu salvación entrando en un camino allanado de conversión donde el centro de todo fueras Tú y allí nacieran la paz y la justicia, el amor y la paz, la solidaridad y la comunión. Señor, no podemos por nosotros mismos, ayúdanos a enderezar lo torcido de nuestras intenciones, a rebajar las asperezas de nuestras relaciones y a cubrir los vacíos de nuestras vidas.



Contemplación: (Guardo silencio y gozo la presencia de Dios en mi vida, contemplo sus maravillas, lo bendigo, lo alabo y lo adoro) La liturgia de este Domingo nos invita a preparar el camino que nos conducirá al encuentro con Jesucristo: lo que vivimos en Navidad y el encuentro definitivo en el “día del Señor”. Es este el sentido de la predicación de Juan Bautista con la llamada a esta preparación.

El Adviento que vivimos es el tiempo de vivir en la esperanza, de saber estar a espera; la semana pasada se nos invitó a la vigilancia; en esta semana se nos invita a la preparación. Preparémonos entonces.



Que la Virgen María, Inmaculada de Guadalupe, sea nuestra madre, maestra y guía, durante este adviento de su Hijo.

Nacho, SDB.