viernes, 13 de enero de 2012

Epifanía del Señor, B (8 enero 2012)

Evangelio que vamos a meditar y desde el cual vamos a orar: 
San Mateo 2, 1-12
 
Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Unos magos de oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: “Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo”.
Al enterarse de esto, el rey Herodes se sobresaltó y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá, pues de ti saldrá un jefe, que será el pastor de mi pueblo, Israel”.
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisarán el tiempo en que se les había aparecido la estrella y los mandó a Belén, diciéndoles: “Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño y, cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo”.
Después de oír al rey, los magos se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos, hasta que se detuvo encima de donde estaba el niño. Al ver de nuevo la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos durante el sueño de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
 
Lectura. “Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes”. Con esta sencilla y contundente frase San Mateo nos ubica geográfica, histórica y teológicamente de modo inmediato. Destacan como personajes del texto: Jesús, que acaba de nacer; el rey del territorio donde nace Jesús, Herodes; unos magos, o mejor dicho unos sabios de oriente, que buscan al “rey de los judíos para adorarle”, y María, la madre del niño. Por otra parte también una estrella tiene protagonismo en el texto dado que “guía” a los sabios de oriente hasta el lugar donde Jesús acaba de nacer y allí le ofrecen regalos, después de adorarlo.
Las actitudes y sentimientos mostrados por los personajes nos enseñan y guían a nosotros en la propia búsqueda del Mesías y Salvador. En los sabios de oriente notamos, junto con la búsqueda y la inquietud, el reconocimiento de que el niño que nació en Belén es hombre, y le ofrecen mirra, es rey de los judíos y le ofrecen oro, es Dios y lo adoran ofreciéndole incienso. Notable es su inmensa alegría por haber culminado exitosamente su búsqueda. Contrasta con la actitud de los extranjeros la del rey Herodes. Tan lejano está de la realidad y de su pueblo que ignora lo que está sucediendo en su propio territorio, aunque “ya lo había dicho el profeta”, y además se sobresalta puesto que ve en ese niño una amenaza para su inseguro y corrompido poder que una liberación de ataduras para él mismo y para su pueblo. Queda también claro que los conocedores de las escrituras saben del anuncio de su nacimiento a detalle, pero eso no les faculta para reconocerlo ya nacido entre ellos, mientras que los extranjeros vienen desde lejos buscándole y se acercan a reconocerle para rendirle adoración, ellos sí creen que Dios puede hacerse hombre. Hay otro personaje que sólo es señalado una vez y que sin separarse del niño permanece en silencio contemplando a su Hijo: María.
 
Meditación. Esta “epifanía”, esta manifestación de Dios también a los extranjeros, después de haberse manifestado ya a los sencillos pastores la noche de Navidad, nos da una idea de la universalidad del amor de Dios, del regalo de la salvación a toda la humanidad en la persona de Jesús, rebasando ámbitos culturales, sociales y políticos. Dios se manifiesta como Dios de todos y para todos, él es la luz y alegría de todas las personas de todos los tiempos, de todas las naciones. Para poder entender y aceptar la epifanía de Dios hoy es necesario que nos abramos a signos diversos de la vida ordinaria, al diálogo frecuente, a la pregunta inquieta en la vida humana de todos los días. Si el Hijo de Dios se hizo humano para humanizarnos y para divinizarnos, quiere decir que desde lo humano recibiremos su luz y podremos encontrarle, reconocerle y adorarle como Hijo de Dios. Ese es el objetivo y finalidad de toda búsqueda, de todo camino, de toda vida: encontrar, reconocer y adorar alegremente al Hijo de Dios, al rey-pastor y salvador universal hecho hombre, porque en él nos podemos ver y encontrar pacífica y auténticamente todos los pueblos. Así entendemos más el por qué esta fiesta es una llamada más a ser una Iglesia misionera, para que todos los pueblos, anuncien, reconozcan, amen y adoren a Cristo Jesús, ya que es el único Salvador.
 
Oración. Señor Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, luz y alegría de todos las gentes, de todos los pueblos y naciones de la tierra, abre nuestras mentes y nuestros corazones para buscarte y aceptarte, para reconocerte y adorarte en nuestra vida, en la humildad de nuestra carne. Que de María, tu santa madre, aprendamos a contemplarte en humilde silencio y que jamás nos separarnos de ti. Que de los sabios extranjeros aprendamos a buscarte sin descanso y a no ceder ante las dificultades, ni ante las tentaciones, ni ante las presiones de los poderosos; que de ellos, “llamados reyes”, aprendamos a ofrecer más que a pedir regalos. Sé Tú nuestra luz, nuestra alegría y nuestra esperanza; sé tú el centro de nuestras vidas, de nuestras familias y de nuestros pueblos. Hijo de Dios hecho hombre, sé tú nuestro amor y nuestra paz. Amén.
 
Te invito a hacer un momento de silencio que te permita contemplar y adorar a Jesús recién nacido como luz, alegría y salvador de todas las gentes.
 
Feliz “fiesta de reyes” en la cual te dones generosamente a Dios y a las personas que están a tu alrededor. Un abrazo grande y mi oración.
 
 
La Paz con ustedes.

No hay comentarios: