jueves, 16 de febrero de 2012

7° domingo ordinario, B (19 febrero 2012)

Evangelio que vamos a meditar y desde el cual vamos a orar: 
San Marcos 2, 1-12

Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban ahí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios”
Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’ o decirle: ‘Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados –le dijo al paralítico- : Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa.
El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!”

Lectura:
El Jesús que vamos siguiendo y conociendo en la versión de San Marcos sigue predicando el Reino, sanando de toda enfermedad y expulsando al mal que hay en toda persona. El pasaje de hoy tiene como protagonistas principales a Jesús y a un paralítico; como actores secundarios, a los amigos del paralítico que confían en Jesús y a la gente que escucha y es testigo de lo que hace Jesús con el enfermo; como antagonistas de Jesús están algunos maestros de la ley. El hecho se da en Cafarnaúm, en la orilla noroeste del lago de Galilea, y muy probablemente en la casa de Simón, uno de los cuatro primeros discípulos. El texto lo dividiremos en dos partes. La primera nos habla del regreso de Jesús a Cafarnaúm, donde inmediatamente se corre la voz de su llegada,  y la gente abarrota la casa; allí Él anuncia el “mensaje” del Reino como “quien tiene autoridad”. La segunda parte nos permite ver en sucesión el modo inusual como ponen a un paralítico frente a Jesús para que le cure; la reacción de Jesús que, al ver lo que hacen, le perdona los pecados; la posterior reacción de escándalo e incredulidad de los maestros de la ley; hasta la confirmación de que sí le fueron perdonados los pecados al hacerlo, también, caminar. El hecho finaliza con el reconocimiento y exclamación de la gente que, de ávida de escuchar a Jesús, pasa a convertirse en testigo y esto los coloca en situación de ventaja sobre los maestros de la ley, que sabiendo muchas cosas de Dios, no sabían abrirse ni dejarse sorprender por Él: “nunca hemos visto una cosa así”.

Meditación: Para la meditación nos ayudarán las acciones y actitudes de Jesús y de los personajes con quienes interactúa. Primero hay que señalar que Jesús “enseña” la Palabra de Dios y la gente, ávida de ella, corre a escucharlo. La noticia de su regreso a Cafarnaúm es respuesta a su necesidad de Dios y abarrotan la casa donde Jesús enseña pacientemente, pues a eso ha venido. Jesús también llega a nuestra vida y hace de ella su casa y, por eso mismo,  lugar de convocación de creyentes y de predicación de la Palabra de Dios y de su Reino. En segundo lugar encontramos a un grupo de personas que hacen hasta lo imposible para que su amigo enfermo sane. El modo inusual de acercar y poner al paralítico frente a Jesús. Eso mismo deja ver el grado de amor al amigo y de confianza en Jesús. Superando obstáculos desoyen posibles burlas y críticas, y se atreven a desbaratar un techo, con tal de que Jesús, viéndolo, se compadezca y le devuelva la salud. Su confianza es correspondida y rebasada: le perdona su pecado y le hace caminar. Nuestras personas, tantas veces inmóviles y paralíticas por el pecado y por traumas y complejos, siempre tendrán oportunidad de encontrarse con personas amigas que con amor, y superando todo tipo de  críticas, resistencias y obstáculos, nos colocarán en el lugar privilegiado para un enfermo: en una casa, en medio de una asamblea eucarística y frente a Jesús. Sin que lo hayamos pedido, y permaneciendo siempre mudos, saldremos de su presencia a la vida ordinaria amados, caminando y sin pecado. Nosotros un día podemos ser personas que lleven al amigo enfermo delante de Jesús, y otro día podemos ser enfermos portados ante Jesús por los amigos. Cuando Jesús rompe y supera las expectativas al decir: “hijo, tus pecados te quedan perdonados”, entramos al tercer momento y centro del mensaje. De ahí el interrogante de los maestros de la ley: “¿Cómo se atreve este a hablar así, si sólo Dios puede perdonar los pecados? Dentro del interrogante está el rechazo de Jesús como Dios y el tacharlo de blasfemo, también la descalificación de su persona por mentir, pues el perdón de los pecados no se ve. A nosotros muchas veces no nos preocupa el pecado dado que no se ve, en cambio le damos demasiada importancia a la apariencia y también al físico, que sí se ven. Le pedimos con insistencia a Jesús que nos cure de enfermedades físicas y no  pedimos que nos sane de la grave enfermedad de nuestro pecado, tal vez porque no creamos que lo pueda hacer. Nos ilusionamos en que estando sanos podremos ser felices, aunque estemos viviendo en pecado. Nuestra peor parálisis se vuelve oportunidad para acrecentar la fe al reconocer a Jesús como Dios; para dejarnos acercar por otros y escuchar su tierna y paternal voz dentro de nosotros: “hijo, hija, te perdono tus pecados”. En un cuarto momento parece que no ocurrió nada. Sigue la parálisis y se agudiza el silencio externo, sólo hay ruido e interrogantes en el corazón y mente de los que se resisten a creer en la divinidad de Jesús. Por eso Jesús decide confirmar “la autoridad del Hijo del Hombre” para perdonar los pecados concediendo, también, la salud física al paralítico: “a ti te digo, levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa”. Si de modo divino Jesús perdonó los pecados, también de modo divino regala la salud. Jesús nos quiere íntegros y completos para Dios y para los demás. Con el perdón de los pecados nos libera de las parálisis en que nos tienen atados los complejos y traumas, los odios y rencores, los orgullos y egoísmos. Jesús nos manda sanos a casa, al interior de la familia, donde nuestro pecado nos tenía paralizados, inutilizados. Nos pide que aceptemos y carguemos nuestra realidad, que no la despreciemos. El que antes era paralítico es mandado con su camilla a su casa pero libre, caminando, pisando tierra, aceptándose con presente y pasado, amado y perdonado. Es el mejor modo de volver y de estar de nuevo en casa, en familia. En el quinto paso el texto concluye, primero,  confirmando la salud espiritual y física del enfermo: “tomando su camilla salió de allí, a la vista de todos”. Después presentando las actitudes de admiración y alabanza a Dios por parte de los que primero eran, simplemente, curiosos o ávidos oyentes de Jesús y luego quedan en la posibilidad de creyentes al exclamar: “nunca hemos visto algo así”. Nosotros también, ante las sanaciones espirituales o físicas que Jesús realiza a las personas que nos rodean, podemos quedar confirmados en nuestra incredulidad y rechazo o crecer en la fe alabando y dando gracias a Dios por lo que hace a través de Jesús. Nos toca decidir, nunca somos obligados.

Oración: Podemos concluir orando: “Señor Jesús, muchas gracias por mis familiares, amigos y comunidad, especialmente por mi confesor y director espiritual, porque ellos me han cargado en camilla y me han puesto muchas veces frente a ti para que me sanes de mis pecados y de todas mis parálisis. Nos dices por medio de tus sacerdotes, tus mismas Palabras: “Tus pecados son perdonados”. Perdona mi falta de fe al no reconocer que liberas y sanas a tantas personas inmovilizadas por sus pecados, por su pasado, por sus complejos. Perdóname por aquellas veces en que, por miedo al ridículo y a la crítica, no me he atrevido a convocar a otros a desbaratar techos ni a cargar a gente inmóvil. Señor Jesús, te alabo y te bendigo porque devuelves a la realidad de la vida y de la familia a gente que antes estuvo inmóvil, porque con tu perdón y tu amor ayudas a aceptar y a cargar libremente su realidad, ya que antes estaba oprimido y paralizado. Porque Tú eres Dios entre nosotros y con nosotros”. Amén.

Alaba y bendice a Dios por sus obras en ti y en los demás. Adóralo y haz tu propia oración. El perdona y sana. Haz un propósito que te ayude a crecer en fe, esperanza y amor.

La Paz con ustedes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tedEurAMe parece muy interesante los comentarios y sencillos de entender. Gracias por compartir vuestra sabiduria de la Palabra. Dios les bendiga.