LA SANTÍSIMA TRINIDAD, A.
Lectura Orante de la Palabra del Evangelio según: Juan 3, 16-18.
"Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvará por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios".
Palabra de Dios.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Lectura (Lectio): lee atentamente y cuantas veces sea necesario el texto hasta que logres distinguir claramente sus partes, los personajes y sus acciones y relaciones. Distingue el pensamiento o frase central. Encuentra lo que Dios dice en el texto.
Este pequeño pero denso trozo de evangelio pertenece al final del capítulo 3º de San Juan donde Jesús dialoga con Nicodemo y le invita a "nacer de nuevo del agua y del Espíritu". La claridad del texto es única. Aquí aparecen dos de los sustantivos y verbos más utilizados por el evangelista San Juan: amor y vida, creer y salvar. Lo podemos dividir en tres partes: Primero, nos pone de manifiesto el grande amor de Dios por el mundo, por todos los hombres de todos los tiempos, es un amor inimaginable. A tanto llega este amor que entrega a su propio Hijo, al amado, con tal de que nadie se pierda, para que todos tengan vida eterna. Visto bien podemos afirmar que Dios ya no puede amar más. Segundo, además de confirmar el amor de Dios, queda expresada la misión del Hijo: salvar al mundo y no condenarlo. Los paisanos del tiempo de Jesús creían que vendría Dios a condenar a los malos. En cambio en Jesús, Dios quiere salvar a todos, los hombres y mujeres de siempre, sin excepción. Tercero, se retoma el tema de la fe en el Hijo ya señalado. A la entrega y al envío del Hijo por parte del Padre corresponde la fe de las gentes como respuesta. El que crea en él no se perderá pues tendrá la luz para caminar seguramente hacia el Padre, hacia la vida eterna. En cambio el que conociéndole le rechace, no tendrá la luz necesaria para ir a Dios y se perderá en su propia oscuridad.
Meditación (Meditatio): busca lo que Dios te dice a ti, en tu vida y circunstancias, desde el texto.
La Iglesia, después de las fiestas de Resurrección, Ascensión y Pentecostés, nos invita a profesar que nuestro Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Celebramos así la fiesta de la Santísima Trinidad. San Pablo en sus cartas cuando, saluda o bendice, utiliza con frecuencia una fórmula trinitaria y hasta nombra a cada persona divina con alguna característica propia: "la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con ustedes". Si con la fiesta del domingo pasado terminábamos la Pascua, con la fiesta de hoy comenzamos el tiempo ordinario caminando juntos hacia Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. No estamos solos sino en comunión y acompañados en la vida; no estamos perdidos sino que iluminados sabemos por qué camino vamos; no estamos desorientados sino que ya sabemos a dónde y hacia quién vamos. A nosotros desde pequeños nos enseñaron a utilizar esta fórmula al momento de hacer la señal de la cruz, porque en la cruz y resurrección conocimos la comunión de Dios Trino y su amor y gracia hacia nosotros. De ese modo reconocemos que no tenemos otro Salvador fuera de Jesús, que no hay otra luz con la que podamos caminar hacia el Padre y hacia la vida eterna. A Dios Trinidad lo reconocemos en múltiples fórmulas y signos dentro de la liturgia y de la vida ordinaria, la fiesta de hoy es una invitación a "bendecir" con la señal de la cruz e invocando a la Santísima Trinidad a toda persona, particularmente a aquellos con quienes vivimos y nos encontramos a diario: familiares, amigos, compañeros de vida y de trabajo. De ese modo nunca olvidaremos el amor tan grande que Dios nos tiene a todos y cada uno de nosotros, sus hijos e hijas.
Oración (Oratio): respóndele a Dios desde tu vida. Háblale haciendo oración como respuesta a lo que te dice.
Dios Padre: ¿Cómo no reconocer tu amor eterno e infinito por nosotros? Gracias por darnos a tu Hijo y por amarnos como a tu Hijo. Perdónanos por las veces que te hemos olvidado. Dios Hijo: ¿Cómo no reconocer tu gracia salvadora en nuestras vidas? Gracias por habernos dado a conocer al Padre y por habernos dado la vida y vida en la cruz. Perdónanos por las veces que te hemos rechazado. Dios Espíritu Santo: ¿Cómo no reconocerte como comunión entre el Padre y el Hijo y como nuestro santificador? Gracias por estar entre nosotros y con nosotros. Perdónanos por las veces que te hemos ignorado. Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Contemplación (Contemplatio): haz silencio delante de Dios y de ese modo adóralo y contémplalo y, finalmente, saca alguna aplicación o propósito para vivir en conversión a Él durante la semana.
La Paz con ustedes.
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