miércoles, 11 de noviembre de 2015

XXXIII Domingo Ordinario, B

15 noviembre 2015

Versión en PDF (disponible hasta el 19.11.2015)

1er Lectura: Dn 12, 1-3
2a Lectura: Hb 9, 24-28
Salmo: 145, 7.8-9a.9bc-10. Alaba, alma mía al Señor
Evangelio: Mc 12, 38-44

24Mas en aquellos días después de aquella tribulación, el sol será oscurecido y la luna no dará su brillo y 25las estrellas serán precipitadas desde el cielo y las potencias en los cielos serán sacudidas. Entonces 26se verá al Hijo del hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria. 27Y entonces enviará a los ángeles a reunir a sus elegidos desde los cuatro puntos desde el extremo de la tierra  hasta el extremo del cielo.
     28Aprendan de la parábola de la higuera, cuando su rama se hace ya tierna y broten las hojas, conocen que el verano está cerca. 29De esta manera, ustedes, cuando vean que estén sucediendo estas cosas, conocerán que está cerca a las puertas. 30En verdad les dijo que no pasará esta generación antes que todo esto suceda. 31El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
     31Nadie conoce acerca de aquel día y hora, ni los ángeles en el cielo ni el hijo, si no el Padre.
¡Gloria a ti, Señor, Jesús!

LECTIO Busca leyendo…
El discurso de Jesús asume un tipo de narración apocalíptica – tantas veces confundido con un estilo críptico o fatalista – que no pretende detallar una sucesión de hechos, sino a través de figuraciones dar una mensaje profundo de la soberanía divina.
Primero se enuncia una tribulación – un momento de crisis profunda para la comunidad – que podría identificarse históricamente con la persecución a manos del imperio, pero queda abierta a las posteriores hasta las hoy actuales persecuciones, La tribulación no es cualquier peligro o situación difícil, sino aquella que produce una gran angustia, que después de ella no se puede ver claro el futuro, porque se piensa que este no existirá. Simplemente, hablar de un después de la tribulación es un signo de algo más grande que esa situación que va más allá de nuestras propias fuerzas. Es una tribulación y un día inciertos, señalados como "aquella, aquellos". 
     Los signos apocalípticos están restringidos al ámbito celeste: el sol y la luna se vuelven tiniebla. Este signo que nos evoca la noche y el fin, también es el mismo signo del origen, antes de la creación; aún en ella, está presente Dios. 
     Las estrellas que caen y las potestades – fuerzas que designan los ejércitos: podrían tratarse de otros astros, ángeles, etc. – que  se sacuden nos muestran que esta tribulación no es sólo una realidad humana, sino cósmica, y la realidad natural y sobrenatural, también son afectadas, no son indiferentes al sufrimiento del hombre. 
     Estos signos no tienen más función que una introducción para el momento central: la venida del Hijo del Hombre. El evangelista retoma una visión de Daniel, que ha sido objeto de variadas interpretaciones, la lectura cristiana ha visto en este una figuración de Cristo. En el NT el título es usado sólo por Jesús para designarse a sí mismo. Entendido como título mesiánico liga a Jesús con la humanidad, un concepto más amplio que "Hijo de David" que hacer referencia a Israel.  Su venida, sobre las nube con gloria y poder lo revelan como el juez mesiánico universal. 
     El ejemplo de la higuera hace ver los signos con la simplicidad de los ciclos anuales, de vida y renovación. Los signos vistos preparan a reconocer la inminencia de lo que vendrá. Sin embargo, la hora y el día exactos no son conocidos, sino sólo por el Padre. Aparece de nuevo el Hijo, él como signo y actor queda también en esta tensión de expectación. Los referentes temporales: ver los signos de inminencia y el desconocimiento del día y la hora, enmarcan una declaración de Jesús, introducida por "en verdad les digo": la promesa que no pasará esta generación sin que sucedan estas cosas, pero que su palabra no pasará.  Frente a esta generación y esta promesa, el cielo y la tierra, sí pasarán. 

MEDITATIO … y encontrarás meditando...
Tantas veces creemos tener el control sobre nuestras vidas, nos sentimos seguros en la medida en que podemos dominar todas situaciones. Cuando los problemas de la vida – naturales o provocados por un mal ejercicio de la libertad humana – rompen esta situación de control, sufrimos. Cuando este control nos orilla a situaciones que nos ponen en el límite de nuestras fuerzas, sentimos que es el final. El futuro se ve oscuro, un callejón sin salida. Así como nosotros experimentamos esta aflicción en lo personal, también lo experimentamos como comunidad, y también lo experimenta la creación entera. Pero eso no es el final, le vemos así por nuestra incapacidad de ver más allá, porque el final sólo está en las manos de Dios. Después de la tribulación, del momento de crisis, se reestructura la vida y la existencia de una manera diversa; la figura del Hijo del Hombre nos recuerda que Cristo Jesús, Dios y Hombre verdadero, es el criterio para esta nueva configuración. Él congrega a sus elegidos, para que en él encuentren punto de unidad, ya no estaremos dispersos por el mundo, no se sufre en solitario, no se salva en solitario. Nuestra fe nos empuja a la esperanza, a reconocer que más allá de nuestra oscuridad está la vida en Dios, El signo que se compara con esta oscuridad – la higuera – es un signo de vida, de fruto, no de destrucción.
     Desde los primeros tiempos, hasta hoy, han existido milenaristas, que aguardan el fin de los tiempos, de una manera caótica. ¿Por qué tarda tanto en llegar ese día? San Pablo pensaba en su inminencia, Pedro dice que la espera es tiempo de misericordia para nuestra conversión. Lo que Jesús nos recuerda es que pasará este mundo, pero nuestra generación y sus palabras no pasarán. No se vive para lo que pasa, lo que pasa ayuda sólo a vivir. Nuestra generación permanecerá porque está marcada por la Palabra de Dios. El destino de la humanidad – en el cual la Palabra se hizo carne – va más allá de la tierra y del cielo: nuestro destino es Dios.

ORATIO … llama orando...
Oremos con el salmo 138: Señor, tú me sondeas y me conoces.
5Me estrechas por detrás y por delante, apoyas sobre mí tu palma. 6Tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo alcanzo.
     7 ¿Adónde me alejaré de tu aliento?, ¿adónde huiré de tu presencia? 8Si subiera al cielo, allí estás tú; si me acostara en el abismo, allí estás; 9si me remontara con las alas de la aurora para instalarme en el confín del mar, 10aun allí me guiaría tu izquierda y tu derecha me aferraría. 11Si dijera: Que me encubra la tiniebla y la luz se haga noche en torno a mí, 12ni la tiniebla es tenebrosa para ti, aun la noche es luminosa como el día: la tiniebla es como la luz del día.
      17¡Qué insondable me resultan tus pensamientos, oh Dios, qué incalculable su suma! 18Si los cuento, son más que granos de arena; y aunque terminara aún me quedarías tú. 
Amén.

CONTEMPLATIO … y se te abrirá por la contemplación!
     ¿Cuáles son mis tribulaciones? ¿Dónde pongo mi confianza, en quién? ¿Verdaderamente me abro a la venida del Señor, o aún gestiono mi vida según "mis tiempos y mis criterios"? ¿Qué lugar tiene la Palabra de Dios en mi vida? Al leer los signos de los tiempos que veo en las noticias, ¿me lleno de temor, o refuerzo mi esperanza? ¿Cómo hacer operante esta esperanza?

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