lunes, 6 de octubre de 2008

28° domingo ordinario, A (12 octubre 2008)


Texto evangélico para meditar y rezar:
Mateo 22, 1-14.

Lectura (qué dice el texto): lee atentamente el texto las veces que sea necesario hasta que logres distinguir los personajes y sus relaciones, los verbos principales y la situación señalada con su antes y su después.

La parábola de este domingo hace un compendio de las relaciones de Dios con su pueblo. La primera parte narra la doble invitación a la boda y el rechazo de los invitados, resalta la paciencia de Dios con el antiguo pueblo rebelde, pero también la desastrosa consecuencia del rechazo. Hay hasta tres invitaciones a participar en la boda y la última está dirigida a todos, buenos y malos, que forman el nuevo pueblo. La última parte del relato presenta el juicio severo del rey contra un comensal que no llevaba el vestido de fiesta.

El banquete nupcial, que representa el reino de Dios, es una imagen bíblica bien conocida. Y en el relato se dan hechos muy desconcertantes que asumen un significado alegórico y teológico.
El rey que prepara “la boda para el hijo” es Dios que celebra la alianza con los hombres mediante la misión de Cristo. El hijo no desarrolla no es el protagonista en el conjunto del relato; pero es a su boda que los hombres son invitados.

El verbo “llamar”, invitar es usado ocho veces en el relato. La invitación expresa el grande honor que Dios hace a Israel; ya que todos los miembros del pueblo elegido son convocados.

A pesar del rechazo de los primeros y de su mal comportamiento con los enviados, el banquete está siempre listo, porque la actitud negativa de algunos no quita la buena y libre intención del rey.

“Buenos y malos” son los invitados y esto es una característica expresión oriental que designa la totalidad.

Todos pueden entrar en el reino, a ninguno se le excluye, ya que la sala de la boda, debe estar llena. Esta llamada que viene de Dios es un momento decisivo para la vida del hombre; la aceptación de la invitación no puede ser rechazada, porque todo está listo, todo está preparado y no se espera más que la presencia de los convidados.

Los primeros invitados no se interesan de la invitación divina y se muestran indiferentes; los intereses económicos y personales prevalecen sobre el deber y sobre la alegría de la fiesta nupcial.

El hombre que ha entrado gratuitamente en la sala de bodas no es considerado digno por la falta de vestidos adecuados. No se ha puesto en la condición de participar en modo digno a la invitación del convite real; le faltaba el ejercicio de la justicia, la purificación, una verdadera conversión.

La escena del convivio se transforma al final en un proceso judicial y el veredicto del rey se expresa mediante una imagen apocalíptica, que hace mención al castigo eterno.

El haber entrado en la sala nupcial no nos asegura la garantía de la salvación: es necesario convertirse, estar vigilantes y practicar la justicia: Cada uno de los que han sido invitados al reino es puesto en guardia contra una superficial respuesta a la invitación de Dios.


Meditación (lo que te dice Dios desde el texto): desde el texto busca lo que Dios te dice para tu vida ordinaria.

La parábola de la boda real proclama el comportamiento insólito de Dios. Nada hay más importante para Él que su alegría. Sólo porque los invitados no acudan, la fiesta no ha de posponerse. Esto manifiesta con mayor claridad el insólito deseo del rey de celebrar las nupcias y por la gratuita invitación que hace a los ociosos de los cruces de los caminos. Que Dios desee compartir la fiesta, le lleva a no poner demasiadas condiciones previas; pero ello no le impide exigir de sus invitados un mínimo de respeto: la participación en el banquete es inmerecida, pero la asistencia a él obliga a no aprovecharse de la fiesta sino a aceptarla y a vestirse para ella. No se merece la alegría de su Señor quien no cambia de hábito y se reviste de alegría.

Como aquel rey a quien se le casa un hijo, nuestro Dios tiene ganas de fiesta y compartir con sus amigos la alegría, y porque no sabe guardarse su alegría para unos pocos, sus más íntimos, invita a todos los que cree sus súbditos. Y es curioso que quienes no se hubieran atrevido a rechazar una orden de su rey, se negaron a seguir su deseo. Solo porque no se les había impuesto; desobedecieron más fácilmente un deseo de su rey que una orden.

Los primeros invitados no quisieron unirse al gozo de su rey, por miles de excusas, y se pasan la vida sin probar las alegrías de Él; porque de Él sólo aceptan sus órdenes y no sus ruegos: quien vive sólo para obedecer, aunque se desviva en ello, no dejará nunca de ser un criado; quien en cambio comparte el gozo de su Señor, se convertirá pronto en su íntimo; el siervo obedece más y mejor que el amigo, pero es con los amigos con quienes compartimos vida e intimidad, deseos y proyectos. Como en la parábola, a Dios le molesta menos la desobediencia de siervos, que las desatenciones de los amigos. Porque ocupados en sus negocios, se despreocuparon de la fiesta de su Señor y de sus ganas de compartirla; pesaron más los asuntos ordinarios de su vida que el banquete extraordinario de su Señor.

Pero el gozo no merecido exige un mínimo de respeto a sus invitados, impone un reconocimiento de la gracia: aceptar la compañía de Dios y su gozo ha de cambiar nuestros hábitos. No se merece la alegría de su Señor, quien no cambia de hábito y se reviste de alegría; sentarse a su mesa exige asentir su alegría. Si su invitación ni siquiera logra mudarnos de aspecto, en verdad que no merecería nuestro tiempo, ni Dios nuestras atenciones. Dios no es así: quiere de sus invitados una alegría que cambie sus vidas y sus hábitos.

Oración (lo que tú le dices a Dios): desde tu vida iluminada por el texto háblale a Dios.

Gracias, Padre Bueno, porque tienes intenciones de hacer fiesta y porque quieres hacernos patente tu invitación para la boda de tu Hijo. Lo que cuenta es el grande deseo que tienes de compartir con tus amigos, tus alegrías; de entrar a intimar con aquellos a quienes les tienes confianza y les das, no una orden, como a un siervo, sino una invitación como a unos amigos tuyos que son.

Gracias, Señor, porque haces la invitación a todos; es un regalo de tu infinita bondad el acercarnos al banquete de bodas de tu Hijo, y el compartirnos íntimamente tu alegría y tu sentido de fiesta. Gracias, Padre, porque sin merecerlo de nuestra parte, pues somos tus siervos, ahora nos has elegido a la dignidad de amigos con los cuales quieres compartir tu alegría y la fiesta de tu Hijo.

Aceptar tu invitación y compartir tu gozo y alegría, me exige cambiar mis hábitos y revestirme de alegría. Sentarme a la mesa de un Dios alegre, exige asentir su alegría. Y es que Tú, Dios, quieres de tus invitados una alegría que cambie sus vidas y sus hábitos.


Contemplación: haz silencio en lo más íntimo de tu corazón y desde allí agradece, adora, alaba y bendice a Dios; ofrécele cambiar en algo para bien tuyo, de los demás y gloria de Él.

Me sé consolado cuando Dios Padre se ha fijado en mí para hacerme partícipe de la fiesta de su Hijo. Pero me siento indigno por no llevar el vestido adecuado a la misma. Y también me siento contemplado por Dios en mi vestimenta.


Participemos espiritualmente en el Sínodo sobre la Palabra de Dios, juntamente con el Papa y los Obispos del mundo. Octubre mes de las misiones y del Rosario. El Señor te bendiga.

P. Cleo sdb

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