viernes, 14 de agosto de 2009

20º domingo ordinario, B (16 agosto 2009)


Texto Juan 6, 51-58.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mi.

Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.

Cuando san Juan escribió el evangelio, la celebración eucarística era ya la Pascua en cada semana del pueblo de Dios: así se reunía, se formaba y se desarrollaba la comunidad. La eucaristía tenía esa dimensión comunitaria.

Lectura. En este Evangelio Jesús se define a si mismo como “el pan bajado del cielo”. Es un diálogo entre Jesús y los judíos. Es una discusión entre ellos: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Es un rechazo de parte de ellos y la insistencia de Jesús en que El es el alimento y bebida enviados por el Padre. San Juan no nos cuenta la institución de la Eucaristía, sino que la presenta como un convivio, como una cena, donde comida y bebida son el cuerpo y la sangre del Señor. Esa imagen del banquete nos evocan sentimientos de comunión e intimidad, expresa nutrición y fortalecimiento de la vida, infunde esperanza del gozar juntos, es una celebración festiva, pone el acento en la vida y en la resurrección más que en la muerte. Pero sobre todo, nos coloca en la necesidad de “comer la carne” y en el “beber la sangre” y la consecuencias del “permanecer” y en el “vivir” en Jesús. Cuando san Juan escribió el evangelio, la celebración eucarística era ya la Pascua en cada semana del pueblo de Dios: así se reunía, se formaba y se desarrollaba la comunidad. La eucaristía tenía esa dimensión comunitaria.


Meditación: En este Evangelio Jesús se define a si mismo como “el pan bajado del cielo”. Así podemos experimentar el “pan de la vida” y lo confirma al mencionar unas ocho veces la acción del “comer”. Por eso los judíos primero “murmuran” y después “discuten”, “guerrean”, porque les parecía absurdo el hecho de comer la propia sangre del Señor. Así se hace evidente el sentido eucarístico, y con mucha fuerza “comer la carne” diverso del “comer el pan”: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Aquí pues san Juan nos habla de la eucaristía. Este sacramento está unido con la Palabra y con el anuncio de Jesús. Es la Palabra de Jesús que convertía los corazones, resucitaba los muertos y era capaz de transformar la naturaleza para hacer presente al Hijo de Dios, bajo los elementos del pan y del vino. Asumir la Palabra es condición indispensable para recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor. “Quien come tiene vida”. Es condición absoluta, indispensable para tener vida. “Si no comen… no tendrán vida”. Es a través del sacramento de la Eucaristía donde la vida llega a ser “vida eterna”, en la “resurrección del último día”.

Oración: Oh admirable Misterio de la Carne, “el que come mi carne y bebe mi sangre” es la humanidad y divinidad de Jesús de Nazaret la que se entrega. Qué sobrecogimiento y también qué gozo ante un alimento tan sublime. Sólo Dios pudo haber inventado tan gran misterio. Oh Misterio de Fe, cuando desde la consagración de pan y del vino se dice: “Este es el sacramento de nuestra fe” la asamblea aclama: “Por tu cruz y resurrección nos has salvado Señor”; Oh Misterio de Fe, misterio de salvación. Sólo la mirada de fe penetra en el misterio de muerte y resurrección que se verifica cuando se consagra el pan y el vino para remisión de nuestros pecados y redención de nuestra pobre existencia. Oh Misterio de Amor, La Eucaristía es el último gesto de amor que Dios se inventó a favor de la humanidad. Es decir, se nos habla de permanecer en el Amor, ser poseídos por el Amor, En la medida en que la criatura humana ha experimentado un Amor que no sea puramente sensible y ha sido elevada a otras formas del amor estará mejor preparada para captar más fácilmente el Amor de Cristo Eucaristía. Un amor, presente en el pan eucarístico que la asamblea cristiana celebra y adora en la liturgia dominical con cantos y con himnos de alabanza y acción de gracias. El Amor merece ser celebrado públicamente para que nos contagie a todos y para testimoniarlo a los demás.


Contemplación. La eucaristía es la invitación a la fiesta en la que Cristo está al frente, que invita y preside, y juntamente es también comida puesta sobre la mesa para que sea “pan de vida”. Y así se aprende a quedarse lejos de todo mal y haciendo el bien, a buscar la paz y a ir tras ella. La necesidad de Cristo para salvarse es absoluta. Ninguno puede pensar de poder alcanzar la vida que está en Dios fuera de El y sin El. Por eso es necesario de manera absoluta ese encuentro a través del sacramento del bautismo y de la eucaristía.

El hambre y sed de Jesús se tiene normalmente en el hambre y en la sed de su cuerpo y sangre eucarísticos. Tener hambre y sed de El; rechazar el alimento es un mal signo, o es por enfermedad que anuncia muerte. Tenemos que hacer nacer hambre, apetito de El. La liturgia de la Palabra es el mejor aperitivo para la liturgia eucarística. Una liturgia donde se expresen los “sentimientos, himnos, cánticos espirituales, cantando con todo el corazón las alabanzas al Señor. Den continuamente gracias a Dios Padre por todas las cosas”.

Reflexionar sobre mi encuentro en la Eucaristía ¿es una necesidad o como obligación?

¿Considero la eucaristía como el centro para la vida de la Iglesia y del cristiano?

Es pues el tiempo de sentarse a la mesa, de tomar el puesto en el banquete preparado, no anhelemos las cebollas de Egipto. Participemos siempre con alegría, en fraternidad y en señal de amistad.



Feliz Día del Señor.

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