Jn. 6, 61-70
LECTIO
El Evangelio de hoy hace un discurso mucho muy fuerte: es decir, que Jesús sea Pan y Palabra que da la vida y comida verdadera productora de vida, no es tan fácil entenderlo. La fe de los discípulos que ha nacido apenas unos días atrás en un banquete nupcial, encontró su prueba determinante en torno a una mesa, en la que Jesús no fue compañero ni comensal sino comida y bebida; quiere decir que no basta al discípulo el seguimiento del Maestro, ha de alimentarse con su palabra pero sobre todo de su cuerpo.
El relato nos sumerge en el drama histórico del rechazo de Jesús por parte de los discípulos que habían creído en Él y que en un determinado momento lo abandonaron, defraudados en sus esperanzas que habían puesto en Él en que sería el mesías salvador.
A la murmuración incrédula de los discípulos, opone Jesús, que conoce su dificultad, signos aún mayores; contemplar su elevación a donde estaba antes; aunque la indicación es obscura, seguramente se refiere al retorno a la gloria que tenía, previa a la misión histórica, a través de la cruz; Jesús sube al Padre, dando la vida para que el mundo tenga vida. Entonces reconocerán los discípulos la presencia real de Jesús en la cena eucarística; allí, en esta cena, el recuerdo de Jesús será convivencia y la memoria se abrirá a la presencia celebrada; el recuerdo de su entrega se conmemorará siempre ante el cuerpo entregado para la vida del mundo.
Y es sólo el Espíritu, que es un regalo de Dios para el discípulo, el único que hace que se entiendan todas estas cosas: Él es el vivificador. Esta comprensión concedida como un regalo, justifica el comportamiento de los discípulos infieles. No pueden sentirse atraídos por Jesús quienes no fueron conducidos hacia Él por Dios. La decepción personal del discípulo está bien explicada: sólo la permanencia con Jesús, la convivencia con Él, no bastan; habrá que haber recibido el don.
A los a apóstoles, Jesús pregunta si piensan abandonarle; no es que desconociera su voluntad de fidelidad, es que quería ayudarla; y Simón reconoce que no tiene a donde ir.
Las últimas palabras de Jesús, dramáticas, nos remiten a la cena de despedida: es estremecedor que la traición del discípulo, su anuncio o su consumación, tengan como contexto una comida con Jesús. El anuncio de la traición en un contexto semejante, hace que la cruz sea para el evangelista el último, y más difícil, escándalo que los discípulos tendrán que soportar: aquí es Judas el protagonista y además el antagonista.
MEDITATIO
Es demasiado duro tener que seguir a alguien que es, además de compañero de mesa, también comida, alimento de viandantes lo mismo que compañero de camino. La Eucaristía siempre ha sido prueba para la fidelidad de los seguidores de Jesús. Regalo de Dios es para Jesús quien lo acepta como su auténtico alimento. Optar por quedarse con Él, como Pedro, sin llegar a entenderlo muy bien del todo, confirma que ha sido Dios quien nos ha elegido.
La fidelidad a Cristo es fácil cuando se descubre la fidelidad de Dios a uno y su amor privilegiado; y ambos dones sólo son percibidos por quien recibe a Jesús como alimento eucarístico.
Como los discípulos, el creyente, se siente tentado de dejar a Cristo por lo poco que le sirve o lo difícil que se le hace entenderse con Él. Sólo quien ha superado la tentación, deja probada su fidelidad.
Los que le abandonan en grupo, fueron sus discípulos. Aquellos que mejor lo conocían, quienes más habían intimado con Él, los que desde el inicio le habían seguido y alguna vez le prometieron seguirle siempre. Pero llegado el momento de aceptarlo, no por lo que querían de él sino por lo que él quería para ellos, no por lo que podía darles, sino cuanto deseaba ser, se sintieron defraudados y lo abandonaron.
Para abandonar al Maestro, siempre hay una buena excusa: “habla, decían los desertores, de forma inaceptable”. Para quedarse junto a él, basta la razón de Pedro, aunque una razón poco digna: “no tenemos otro a quien acudir”.
ORATIO
Gracias, Señor, Jesús, porque has querido ser Pan de vida eterna y alimento para mi vida; por ser el pan verdadero del cual tenemos necesidad de comerlo si queremos vivir. Te pido que éste sea el único motivo de mi vida buscarte porque sintiendo necesidad de Ti, descubriéndome hambriento de Ti, sepa y crea que Tú eres el pan de vida. Hoy, Señor, siento que optar por Ti, me descubre como Pedro, que has sido Tú quien me has elegido y me quieres. La fidelidad a Ti la descubro, porque he descubierto el amor de Dios sobre mí, y un amor privilegiado; todo esto ha sido posible por el alimento eucarístico.
Habiendo probado tu amor y tu bondad y habiéndome alimentado de tu Pan de vida, me dejas, Señor, en libertad, para optar por Ti y así convertirme en hijo tuyo y en tu amigo.
CONTEMPLATIO
Te invito a que escuchar a Jesús, acoger sus palabras, rumiarlas lentamente, dejarte interpelar, manifiesta en la oración tus sentimientos y tus actitudes. Pon delante de Él lo que te resulta escandaloso de la Iglesia, de la sociedad, de tu persona, lo que te produce escándalo y que no puedes aceptar, pero aprende a discernirlo a través de los ojos de Jesús.
También pon delante de Jesús tu historia que es la resultante de las opciones que para bien o para mal has hecho o de las decisiones que, con acierto o desacierto, has tomado a lo largo de tu vida. ¿Cuáles son estas opciones, que como a Pedro en el Evangelio, han marcado un cambio en tu vida?
El Evangelio de hoy hace un discurso mucho muy fuerte: es decir, que Jesús sea Pan y Palabra que da la vida y comida verdadera productora de vida, no es tan fácil entenderlo. La fe de los discípulos que ha nacido apenas unos días atrás en un banquete nupcial, encontró su prueba determinante en torno a una mesa, en la que Jesús no fue compañero ni comensal sino comida y bebida; quiere decir que no basta al discípulo el seguimiento del Maestro, ha de alimentarse con su palabra pero sobre todo de su cuerpo.
El relato nos sumerge en el drama histórico del rechazo de Jesús por parte de los discípulos que habían creído en Él y que en un determinado momento lo abandonaron, defraudados en sus esperanzas que habían puesto en Él en que sería el mesías salvador.
A la murmuración incrédula de los discípulos, opone Jesús, que conoce su dificultad, signos aún mayores; contemplar su elevación a donde estaba antes; aunque la indicación es obscura, seguramente se refiere al retorno a la gloria que tenía, previa a la misión histórica, a través de la cruz; Jesús sube al Padre, dando la vida para que el mundo tenga vida. Entonces reconocerán los discípulos la presencia real de Jesús en la cena eucarística; allí, en esta cena, el recuerdo de Jesús será convivencia y la memoria se abrirá a la presencia celebrada; el recuerdo de su entrega se conmemorará siempre ante el cuerpo entregado para la vida del mundo.
Y es sólo el Espíritu, que es un regalo de Dios para el discípulo, el único que hace que se entiendan todas estas cosas: Él es el vivificador. Esta comprensión concedida como un regalo, justifica el comportamiento de los discípulos infieles. No pueden sentirse atraídos por Jesús quienes no fueron conducidos hacia Él por Dios. La decepción personal del discípulo está bien explicada: sólo la permanencia con Jesús, la convivencia con Él, no bastan; habrá que haber recibido el don.
A los a apóstoles, Jesús pregunta si piensan abandonarle; no es que desconociera su voluntad de fidelidad, es que quería ayudarla; y Simón reconoce que no tiene a donde ir.
Las últimas palabras de Jesús, dramáticas, nos remiten a la cena de despedida: es estremecedor que la traición del discípulo, su anuncio o su consumación, tengan como contexto una comida con Jesús. El anuncio de la traición en un contexto semejante, hace que la cruz sea para el evangelista el último, y más difícil, escándalo que los discípulos tendrán que soportar: aquí es Judas el protagonista y además el antagonista.
MEDITATIO
Es demasiado duro tener que seguir a alguien que es, además de compañero de mesa, también comida, alimento de viandantes lo mismo que compañero de camino. La Eucaristía siempre ha sido prueba para la fidelidad de los seguidores de Jesús. Regalo de Dios es para Jesús quien lo acepta como su auténtico alimento. Optar por quedarse con Él, como Pedro, sin llegar a entenderlo muy bien del todo, confirma que ha sido Dios quien nos ha elegido.
La fidelidad a Cristo es fácil cuando se descubre la fidelidad de Dios a uno y su amor privilegiado; y ambos dones sólo son percibidos por quien recibe a Jesús como alimento eucarístico.
Como los discípulos, el creyente, se siente tentado de dejar a Cristo por lo poco que le sirve o lo difícil que se le hace entenderse con Él. Sólo quien ha superado la tentación, deja probada su fidelidad.
Los que le abandonan en grupo, fueron sus discípulos. Aquellos que mejor lo conocían, quienes más habían intimado con Él, los que desde el inicio le habían seguido y alguna vez le prometieron seguirle siempre. Pero llegado el momento de aceptarlo, no por lo que querían de él sino por lo que él quería para ellos, no por lo que podía darles, sino cuanto deseaba ser, se sintieron defraudados y lo abandonaron.
Para abandonar al Maestro, siempre hay una buena excusa: “habla, decían los desertores, de forma inaceptable”. Para quedarse junto a él, basta la razón de Pedro, aunque una razón poco digna: “no tenemos otro a quien acudir”.
ORATIO
Gracias, Señor, Jesús, porque has querido ser Pan de vida eterna y alimento para mi vida; por ser el pan verdadero del cual tenemos necesidad de comerlo si queremos vivir. Te pido que éste sea el único motivo de mi vida buscarte porque sintiendo necesidad de Ti, descubriéndome hambriento de Ti, sepa y crea que Tú eres el pan de vida. Hoy, Señor, siento que optar por Ti, me descubre como Pedro, que has sido Tú quien me has elegido y me quieres. La fidelidad a Ti la descubro, porque he descubierto el amor de Dios sobre mí, y un amor privilegiado; todo esto ha sido posible por el alimento eucarístico.
Habiendo probado tu amor y tu bondad y habiéndome alimentado de tu Pan de vida, me dejas, Señor, en libertad, para optar por Ti y así convertirme en hijo tuyo y en tu amigo.
CONTEMPLATIO
Te invito a que escuchar a Jesús, acoger sus palabras, rumiarlas lentamente, dejarte interpelar, manifiesta en la oración tus sentimientos y tus actitudes. Pon delante de Él lo que te resulta escandaloso de la Iglesia, de la sociedad, de tu persona, lo que te produce escándalo y que no puedes aceptar, pero aprende a discernirlo a través de los ojos de Jesús.
También pon delante de Jesús tu historia que es la resultante de las opciones que para bien o para mal has hecho o de las decisiones que, con acierto o desacierto, has tomado a lo largo de tu vida. ¿Cuáles son estas opciones, que como a Pedro en el Evangelio, han marcado un cambio en tu vida?
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