miércoles, 26 de agosto de 2009

22° domingo ordinario, B (2 septiembre 2009)


Texto que vamos a reflexionar y orar:
Marcos 7,1-8. 14-15. 21-23.


En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron; “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores? (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).

Jesús les contestó: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.

Después, Jesús llamó a la gente y les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”.



Lectura (Lectio): lee atentamente el texto cuantas veces sea necesario, hasta identificar su estructura: personajes, verbos, lugares, relaciones entre ellos y el mensaje central.

El evangelio de San Marcos nos presenta una polémica entre Jesús y los fariseos y escribas. Todo parte del reproche que estos últimos hacen a Jesús porque sus discípulos no se lavan las manos antes de comer, pues con ese comportamiento contradicen “las tradiciones”; ese mismo comportamiento lleva a caer en la “impureza legal”. En tiempos de Jesús lavarse era más que una necesidad higiénica, era cumplir con leyes rituales de purificación acordadas por los ancianos desde tiempos inmemorables. A la doble crítica Jesús responde diciéndoles que se “fijan” (se quedan “fijos”, inmovilizados) en tradiciones humanas olvidando lo más importante: la voluntad de Dios. Para reforzar su sentencia Jesús cita al profeta Isaías donde dice que Dios rechaza el culto de Israel por ser puramente formal y externo, sin corresponder a los sentimientos de fondo de la persona. De este modo Jesús se sitúa en la línea de los “profetas” que criticaban el culto hipócrita separado de las exigencias morales y sociales de la ley. Y allí mismo, enfrente de ellos habla a toda la gente que lo escuchaba (también a nosotros) afirmando que la impureza no está fuera sino dentro de la persona, que la impureza y la pureza proceden de lo profundo de la mente y del corazón. De las malas intenciones nacen las acciones desordenadas. Con la pequeña lista de acciones Jesús no pretende agotar, sino que sólo señala algo de lo que procede del corazón de las gentes.



Meditación (Meditatio): saca del texto aquello que Dios nos dice a todos y te dice a ti en tu propia realidad.

¿Qué nos querrá decir Jesús ahora a nosotros miembros de la Iglesia? Con el presente texto Jesús no es, como un anárquico, alguien que discute toda ley y rechaza toda tradición y autoridad. Jesús respeta, defiende y cumple las normas de la convivencia social y religiosa de su pueblo, y quiere ir al espíritu mismo de la alianza entre Dios y su pueblo. No se trataba del cumplimiento meramente externo y legal, sino de ordenar desde lo hondo toda la vida, personal y social, al reconocimiento de Dios como Padre y Señor, y a la convivencia justa y fraterna entre los hombres, hijos del mismo Dios. A nosotros ahora (en la familia, en la sociedad y en la Iglesia) nos puede seguir pasando como a los fariseos, que eran buenas personas, cumplidoras de la ley, pero con defectos que Jesús denunció repetidas veces. Jesús denuncia en otras ocasiones la ‘exagerada interpretación y extensión de la ley’ a punto de olvidarse de lo importante y quedarse “fijos” en las minucias, haciendo con ello caer a la gente buena en complejos, angustias y desviaciones. Jesús los acusa de ‘cuidar demasiado la apariencia exterior’ y no darle importancia a su interior y los llama “sepulcros blanqueados”, hermosos por fuera y podridos por dentro, cuidan mucho el detalle pero sus intenciones son torcidas y amañadas. Jesús rechaza la actitud de los fariseos que ‘se creían superiores y mejores que los demás’, se hinchaban de orgullo porque cumpliendo con propiedad ritos, acuerdos y mandatos aparecían llenos ante los hombres pero vacíos de lo que más le importa a Dios: humildad, perdón y misericordia, que es lo que hace que el corazón sea puro. Por todo ello Jesús los llama “hipócritas”, porque aparentan por fuera lo que no son por dentro, porque les importa más lo que diga la gente de ellos que lo que Dios sabe y les conoce por dentro. Para Jesús lo más importante es lo que nace desde dentro del corazón y no le que llega de afuera, porque desde dentro sale lo bueno y lo malo de la gente. Por este motivo la impureza o pureza del corazón no llegará por las cosas que llegan de fuera sino lo por lo que uno “consume” o por los ritos que uno haga, sino ‘por la misericordia de Dios que, perdonándonos en todo lo que Él conoce y sabe de nosotros’, nos capacita para convivir con los demás porque se tiene un renovado corazón que ha experimentado y agradecido el perdón y el amor incondicional de Dios, nuestro Padre.



Oración (Oratio): desde el texto y desde tu vida háblale y respóndele a Dios.

Señor Jesús, purifica y limpia nuestro corazón del egoísmo y del orgullo que nos tientan para vivir de apariencia, en doblez e hipocresía. Haz que seamos humildes para poder reconocer nuestro pecado y para poder aceptar nuestros defectos y nuestros limites delante de ti y de los demás sin tener que buscarnos una “fachada”. Haz que experimentemos de ti la misericordia y el perdón que renueva y purifica el corazón; y que purificado nuestro corazón podamos ser con los demás misericordiosos y comprensivos. Danos libertad para obrar en todo según tu voluntad en lugar de quedarnos “fijos” en tradiciones meramente humanas. Señor Jesús, abre cada vez más nuestros corazones para que Tú estés siempre en nosotros y demos testimonio de ti y de lo que es tuyo.



Contemplación (Contemplatio): busca un lugar apartado y haz silencio, y en lo más hondo de tu corazón, adora, alaba, bendice y agradece a Dios que te habla y te invita a cambiar tu vida.

Muchos saludos y el Señor les bendiga, tanto a ti y a toda tu familia.

Nacho, SDB.

La Paz con ustedes.

miércoles, 19 de agosto de 2009

21° domingo ordinario, B (23 agosto 2009)

Texto a meditar y orar:
Jn. 6, 61-70

LECTIO
El Evangelio de hoy hace un discurso mucho muy fuerte: es decir, que Jesús sea Pan y Palabra que da la vida y comida verdadera productora de vida, no es tan fácil entenderlo. La fe de los discípulos que ha nacido apenas unos días atrás en un banquete nupcial, encontró su prueba determinante en torno a una mesa, en la que Jesús no fue compañero ni comensal sino comida y bebida; quiere decir que no basta al discípulo el seguimiento del Maestro, ha de alimentarse con su palabra pero sobre todo de su cuerpo.
El relato nos sumerge en el drama histórico del rechazo de Jesús por parte de los discípulos que habían creído en Él y que en un determinado momento lo abandonaron, defraudados en sus esperanzas que habían puesto en Él en que sería el mesías salvador.
A la murmuración incrédula de los discípulos, opone Jesús, que conoce su dificultad, signos aún mayores; contemplar su elevación a donde estaba antes; aunque la indicación es obscura, seguramente se refiere al retorno a la gloria que tenía, previa a la misión histórica, a través de la cruz; Jesús sube al Padre, dando la vida para que el mundo tenga vida. Entonces reconocerán los discípulos la presencia real de Jesús en la cena eucarística; allí, en esta cena, el recuerdo de Jesús será convivencia y la memoria se abrirá a la presencia celebrada; el recuerdo de su entrega se conmemorará siempre ante el cuerpo entregado para la vida del mundo.
Y es sólo el Espíritu, que es un regalo de Dios para el discípulo, el único que hace que se entiendan todas estas cosas: Él es el vivificador. Esta comprensión concedida como un regalo, justifica el comportamiento de los discípulos infieles. No pueden sentirse atraídos por Jesús quienes no fueron conducidos hacia Él por Dios. La decepción personal del discípulo está bien explicada: sólo la permanencia con Jesús, la convivencia con Él, no bastan; habrá que haber recibido el don.
A los a apóstoles, Jesús pregunta si piensan abandonarle; no es que desconociera su voluntad de fidelidad, es que quería ayudarla; y Simón reconoce que no tiene a donde ir.
Las últimas palabras de Jesús, dramáticas, nos remiten a la cena de despedida: es estremecedor que la traición del discípulo, su anuncio o su consumación, tengan como contexto una comida con Jesús. El anuncio de la traición en un contexto semejante, hace que la cruz sea para el evangelista el último, y más difícil, escándalo que los discípulos tendrán que soportar: aquí es Judas el protagonista y además el antagonista.

MEDITATIO
Es demasiado duro tener que seguir a alguien que es, además de compañero de mesa, también comida, alimento de viandantes lo mismo que compañero de camino. La Eucaristía siempre ha sido prueba para la fidelidad de los seguidores de Jesús. Regalo de Dios es para Jesús quien lo acepta como su auténtico alimento. Optar por quedarse con Él, como Pedro, sin llegar a entenderlo muy bien del todo, confirma que ha sido Dios quien nos ha elegido.
La fidelidad a Cristo es fácil cuando se descubre la fidelidad de Dios a uno y su amor privilegiado; y ambos dones sólo son percibidos por quien recibe a Jesús como alimento eucarístico.
Como los discípulos, el creyente, se siente tentado de dejar a Cristo por lo poco que le sirve o lo difícil que se le hace entenderse con Él. Sólo quien ha superado la tentación, deja probada su fidelidad.
Los que le abandonan en grupo, fueron sus discípulos. Aquellos que mejor lo conocían, quienes más habían intimado con Él, los que desde el inicio le habían seguido y alguna vez le prometieron seguirle siempre. Pero llegado el momento de aceptarlo, no por lo que querían de él sino por lo que él quería para ellos, no por lo que podía darles, sino cuanto deseaba ser, se sintieron defraudados y lo abandonaron.
Para abandonar al Maestro, siempre hay una buena excusa: “habla, decían los desertores, de forma inaceptable”. Para quedarse junto a él, basta la razón de Pedro, aunque una razón poco digna: “no tenemos otro a quien acudir”.

ORATIO
Gracias, Señor, Jesús, porque has querido ser Pan de vida eterna y alimento para mi vida; por ser el pan verdadero del cual tenemos necesidad de comerlo si queremos vivir. Te pido que éste sea el único motivo de mi vida buscarte porque sintiendo necesidad de Ti, descubriéndome hambriento de Ti, sepa y crea que Tú eres el pan de vida. Hoy, Señor, siento que optar por Ti, me descubre como Pedro, que has sido Tú quien me has elegido y me quieres. La fidelidad a Ti la descubro, porque he descubierto el amor de Dios sobre mí, y un amor privilegiado; todo esto ha sido posible por el alimento eucarístico.
Habiendo probado tu amor y tu bondad y habiéndome alimentado de tu Pan de vida, me dejas, Señor, en libertad, para optar por Ti y así convertirme en hijo tuyo y en tu amigo.

CONTEMPLATIO
Te invito a que escuchar a Jesús, acoger sus palabras, rumiarlas lentamente, dejarte interpelar, manifiesta en la oración tus sentimientos y tus actitudes. Pon delante de Él lo que te resulta escandaloso de la Iglesia, de la sociedad, de tu persona, lo que te produce escándalo y que no puedes aceptar, pero aprende a discernirlo a través de los ojos de Jesús.
También pon delante de Jesús tu historia que es la resultante de las opciones que para bien o para mal has hecho o de las decisiones que, con acierto o desacierto, has tomado a lo largo de tu vida. ¿Cuáles son estas opciones, que como a Pedro en el Evangelio, han marcado un cambio en tu vida?

viernes, 14 de agosto de 2009

20º domingo ordinario, B (16 agosto 2009)


Texto Juan 6, 51-58.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mi.

Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.

Cuando san Juan escribió el evangelio, la celebración eucarística era ya la Pascua en cada semana del pueblo de Dios: así se reunía, se formaba y se desarrollaba la comunidad. La eucaristía tenía esa dimensión comunitaria.

Lectura. En este Evangelio Jesús se define a si mismo como “el pan bajado del cielo”. Es un diálogo entre Jesús y los judíos. Es una discusión entre ellos: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Es un rechazo de parte de ellos y la insistencia de Jesús en que El es el alimento y bebida enviados por el Padre. San Juan no nos cuenta la institución de la Eucaristía, sino que la presenta como un convivio, como una cena, donde comida y bebida son el cuerpo y la sangre del Señor. Esa imagen del banquete nos evocan sentimientos de comunión e intimidad, expresa nutrición y fortalecimiento de la vida, infunde esperanza del gozar juntos, es una celebración festiva, pone el acento en la vida y en la resurrección más que en la muerte. Pero sobre todo, nos coloca en la necesidad de “comer la carne” y en el “beber la sangre” y la consecuencias del “permanecer” y en el “vivir” en Jesús. Cuando san Juan escribió el evangelio, la celebración eucarística era ya la Pascua en cada semana del pueblo de Dios: así se reunía, se formaba y se desarrollaba la comunidad. La eucaristía tenía esa dimensión comunitaria.


Meditación: En este Evangelio Jesús se define a si mismo como “el pan bajado del cielo”. Así podemos experimentar el “pan de la vida” y lo confirma al mencionar unas ocho veces la acción del “comer”. Por eso los judíos primero “murmuran” y después “discuten”, “guerrean”, porque les parecía absurdo el hecho de comer la propia sangre del Señor. Así se hace evidente el sentido eucarístico, y con mucha fuerza “comer la carne” diverso del “comer el pan”: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Aquí pues san Juan nos habla de la eucaristía. Este sacramento está unido con la Palabra y con el anuncio de Jesús. Es la Palabra de Jesús que convertía los corazones, resucitaba los muertos y era capaz de transformar la naturaleza para hacer presente al Hijo de Dios, bajo los elementos del pan y del vino. Asumir la Palabra es condición indispensable para recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor. “Quien come tiene vida”. Es condición absoluta, indispensable para tener vida. “Si no comen… no tendrán vida”. Es a través del sacramento de la Eucaristía donde la vida llega a ser “vida eterna”, en la “resurrección del último día”.

Oración: Oh admirable Misterio de la Carne, “el que come mi carne y bebe mi sangre” es la humanidad y divinidad de Jesús de Nazaret la que se entrega. Qué sobrecogimiento y también qué gozo ante un alimento tan sublime. Sólo Dios pudo haber inventado tan gran misterio. Oh Misterio de Fe, cuando desde la consagración de pan y del vino se dice: “Este es el sacramento de nuestra fe” la asamblea aclama: “Por tu cruz y resurrección nos has salvado Señor”; Oh Misterio de Fe, misterio de salvación. Sólo la mirada de fe penetra en el misterio de muerte y resurrección que se verifica cuando se consagra el pan y el vino para remisión de nuestros pecados y redención de nuestra pobre existencia. Oh Misterio de Amor, La Eucaristía es el último gesto de amor que Dios se inventó a favor de la humanidad. Es decir, se nos habla de permanecer en el Amor, ser poseídos por el Amor, En la medida en que la criatura humana ha experimentado un Amor que no sea puramente sensible y ha sido elevada a otras formas del amor estará mejor preparada para captar más fácilmente el Amor de Cristo Eucaristía. Un amor, presente en el pan eucarístico que la asamblea cristiana celebra y adora en la liturgia dominical con cantos y con himnos de alabanza y acción de gracias. El Amor merece ser celebrado públicamente para que nos contagie a todos y para testimoniarlo a los demás.


Contemplación. La eucaristía es la invitación a la fiesta en la que Cristo está al frente, que invita y preside, y juntamente es también comida puesta sobre la mesa para que sea “pan de vida”. Y así se aprende a quedarse lejos de todo mal y haciendo el bien, a buscar la paz y a ir tras ella. La necesidad de Cristo para salvarse es absoluta. Ninguno puede pensar de poder alcanzar la vida que está en Dios fuera de El y sin El. Por eso es necesario de manera absoluta ese encuentro a través del sacramento del bautismo y de la eucaristía.

El hambre y sed de Jesús se tiene normalmente en el hambre y en la sed de su cuerpo y sangre eucarísticos. Tener hambre y sed de El; rechazar el alimento es un mal signo, o es por enfermedad que anuncia muerte. Tenemos que hacer nacer hambre, apetito de El. La liturgia de la Palabra es el mejor aperitivo para la liturgia eucarística. Una liturgia donde se expresen los “sentimientos, himnos, cánticos espirituales, cantando con todo el corazón las alabanzas al Señor. Den continuamente gracias a Dios Padre por todas las cosas”.

Reflexionar sobre mi encuentro en la Eucaristía ¿es una necesidad o como obligación?

¿Considero la eucaristía como el centro para la vida de la Iglesia y del cristiano?

Es pues el tiempo de sentarse a la mesa, de tomar el puesto en el banquete preparado, no anhelemos las cebollas de Egipto. Participemos siempre con alegría, en fraternidad y en señal de amistad.



Feliz Día del Señor.

martes, 4 de agosto de 2009

19° domingo ordinario, B (09 agosto 2009)


Texto para leer y meditar:

Jn. 6, 41-51

LECTIO
Jesús continúa el discurso que había iniciado tras la multiplicación de los panes. De nuevo aparece la resistencia a creer, mediante una verdadera murmuración contra Dios y que tiene su punto de partida en un malentendido: no se puede arrogar orígenes superiores aquel de quien se conoce de dónde viene, cuál es patria y quién es su padre. La murmuración que suscitan sus palabras entre sus oyentes le confirma que no han sido llamados por Dios para vincularse a él: creen conocerle bien, pero Jesús no les reconoce como suyos; y es que la aceptación de sus palabras es el criterio básico para aceptarlos o bien para rechazarlos. La ironía no puede ser más sutil: verdaderamente lo conocen, pero no lo pueden reconocer porque no se les ha dado como regalo; sus objeciones confirman que Dios no los ha conducido hasta él. Sólo a quien Dios atrae, camina hacia Jesús: de ahí que quien se acerca a él, deba saberse movido y motivado por Dios: su movimiento hacia Jesús ha sido iniciado por Dios, por eso son sus “iniciados”, discípulos de Dios.
El Evangelio de hoy habla nuevamente sobre el pan del cielo, repitiéndose la comparación con el pan dado al Pueblo Hebreo en el desierto. Como el maná, Jesús viene del cielo; sólo el pan que baja de lo alto, Jesús en persona, garantiza la vida. De esta forma, la vida se relaciona con un pan que da la vida y que hay que comer. Aparece, un nuevo e inaudito dato en la revelación: de creer en él es necesario pasar a alimentarse de él; es decir de la fe a la comida; el modo de relacionarse con Cristo es ahora tan concreto como insólito.
Tras haberles saciado el hambre multiplicando el pan y haberles, después, recriminado que volvieran a buscarlo sólo porque andaban en búsqueda de pequeños prodigios, Jesús se presenta ante amigos y extraños, para sorpresa de todos, como el verdadero milagro: yo soy el pan bajado del cielo. A sus primeros oyentes semejante identificación tuvo que resultarles excesiva: no podían creerse que el inesperado donante, en la multiplicación de los panes, fuera también el don más anhelado; una cosa es procurar el pan, aunque sea de forma prodigiosa, a una muchedumbre hambrienta y otra, bien distinta, es presentarse uno mismo como alimento divino.

MEDITATIO
La multitud acudió en la búsqueda de alimento abundante y se encontraban con que, quien pudo un día procurárselo, se ofrecía ésta vez a sí mismo como pan; y, lo que es peor, creían conocerlo demasiado bien como para no esperar milagros de su parte; sabían sobre él tanto, como para no creerse lo que les estaba diciendo: un hombre cuyos padres son conocidos, no puede venir inventándose orígenes insólitos; no proviene del cielo aquel cuyos padres viven en la tierra.
Conocer tan bien a Jesús puede acarrear en el creyente la duda de fe en todo lo que le promete. La familiaridad con él y con su evangelio, puede hacerle al creyente dar por sabido todo lo que pueda decirle, y por imposible todo cuanto pueda prometerle. Por ser tan conocido, Jesús ha dejado de intrigarle al creyente y hasta de ilusionarle. El discípulo está perdiendo la ocasión de experimentar lo que tanto desea y más necesita, la satisfacción de sus necesidades, sólo porque le parece imposible que en Jesús tenga solución.
Jesús mismo apunta el motivo: “nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre...Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí”. Y es que a Jesús se va sólo quien es enviado por Dios; no busca a Jesús quien quiere, sino quien es querido por su Padre, que es quien lo encamina hacia él. Dios no nos manda a Jesús sólo para calmar necesidades momentáneas, sino para calmar una necesidad fundamental: hacerse discípulo de Dios pondría a nuestro alcance el pan que tanto necesitamos; aprender lo que Dios quiera enseñarnos nos descubriría que tenemos en Jesús no ya el pan de hoy, que asegura la subsistencia, sino la vida para siempre.
Los que encuentran en Jesús el Pan de vida es que han vivido a la escucha de Dios, de su voluntad y en su escuela.
Más que con necesidades que cubrir, tenemos que buscar a Jesús con la confianza de encontrar en Él más de lo que habríamos sospechado. Para lograrlo necesitamos menos conocimiento y más fe. La fe y la confianza entre los hombres y con Dios sólo pueden esperarse por amor; es Jesús quien nos lo ha recordado: “nadie viene a mí si no lo trae mi Padre”: creer que Jesús es la solución a nuestros problemas y entregarse a él con todos nuestros problemas, no es algo que nazca de nuestra necesidad; surge, más bien, de la necesidad que Dios siente de ponernos en las manos de su Hijo. Quiere decir que Jesús ya nos está esperando antes de que sintamos necesidad de Él; antes de que pensemos en Él, Él ya ha pensado en nosotros; nuestra fe, la opción de seguir a Jesús y quedarse con Él, es, pues, reflejo y efecto de la fidelidad que Dios mantiene con nosotros.

ORATIO
Creo en Ti, Padre Bueno que nos llamas y mostrándonos a tu Hijo nos llevas a creer en Él; y creo en tu Hijo Jesús que es el Pan bajado del cielo, el alimento de nuestras vidas.
Que sepa descubrir, Señor, que tu Padre está al inicio de mi vida y de mi fe, sólo Él es quien me ha llamado y me hace conocer los secretos que encuentro en la experiencia de encuentro contigo. Y siendo elegido y querido por el Padre, buscaré ser discípulo de su Hijo.
Ésta es la voluntad del Padre, descubrirlo y hacer su voluntad; descubriendo que mi necesidad más fundamental puede ser saciada solamente en Jesús. El es el Pan de Vida que asegura la vida para siempre.
Enséñame, Señor a estar siempre a la escucha de tu Palabra y en docilidad a tu voluntad y encontrar en Jesús el Pan que da la vida.

CONTEMPLATIO
Saberme fruto del Amor de Dios y llamado a alimentarme de su Palabra, de su Pan. Sentirme amado y alimentado en el amor.