martes, 6 de enero de 2009

El Bautismo del Señor (11 enero 2009)



Evangelio que vamos a meditar y desde el cual vamos a orar:
San Marcos 1, 7-11

Lectio (Lo que dice el texto)

Brevemente el evangelista relata el inicio del ministerio público de Jesús: la predicación del Bautista y la intervención pública de Dios lo identifican como el Dador del Espíritu e Hijo predilecto de Dios. La narración sirve para descubrir la verdadera identidad de Jesús: es mucho más de cuanto se podía esperar, dado su poder de bautizar con el Espíritu de Dios; Dios en persona rompe su silencio, y el cielo, para declararlo públicamente su hijo. Difícilmente podría empezar mejor la 'vida de Jesús', el Mesías e Hijo de Dios. Así da a entender Marcos a sus lectores que su personaje no es un hombre de Dios más y que su mensaje no es simple buena noticia. En su persona y en su predicación se va a hacer presente el mismo Dios.

El evangelio hoy nos presenta a Jesús, ya adulto, que baja al Jordán para ser bautizado por Juan. Para Jesús tuvo que ser ésta una decisión fundamental, tanto como para señalar un hito en su vida: hasta este momento, y aunque apenas sepamos algo de cuanto pudo haber hecho antes o cómo debió haber vivido, se puede decir que llevó una existencia normal, la que correspondía a un campesino galileo; de ahora en adelante, vivirá en los caminos, sin techo ni familia propias, anunciando cercano el reino de Dios y acercándose a los hombres que quisieran escucharle; casi todo cuanto sobre él sabemos, los milagros que conocemos así como sus parábolas, las continuas disputas con sus antagonistas y la difícil relación con sus discípulos, su vida errante y su muerte trágica, corresponde al período que sigue a este encuentro con el Bautista y es su consecuencia lógica. El bautismo transformó radicalmente a Jesús: si tanto significó para él, ¿qué no podrá significar para nosotros?

Para los judíos el bautismo era una práctica penitencial; quien lo recibía, reconocía sus propios pecados y buscaba de todo corazón volver a Dios. Jesús se unió a una muchedumbre que descendía al Jordán en busca de perdón y ansiosa de conversión; pero su bautismo no fue efecto de su arrepentimiento: Dios en persona se encargaría de disipar cualquier sombra de duda al declararlo públicamente su Hijo Predilecto. Quienes fueron al Bautista para acercarse a Dios, encontraron en aquel compañero de camino al Dios que habían perdido: el Dios que creían alejado de sus preocupaciones y de su pecado, el Dios que tantas veces habían desconocido estaba junto a ellos, camino del Jordán. Y el Hijo de Dios, identificado ante la gente y Juan por su Padre, no sabe hacer otra cosa que predicar la conversión y acercar el Reino a quien más los necesitan: ser totalmente de Dios, pertenecer a su familia, lo pone a disposición de cuantos pertenecen a Dios y aún no son totalmente suyos.

Desde el momento en que Dios, rompiendo su silencio y rompiendo los cielos, proclama a Jesús como su hijo querido; éste no tuvo más misión en la tierra que proclamar el querer y la voluntad de su Padre que está en los cielos. Saberse hijo de Dios lo convirtió en misionero, haber sido anunciado como predilecto le llevó a anunciar al Dios que tanto le quería: sentirse amado por Dios lo hizo su envidado a los hombres.

Meditatio (Lo que me dice Dios desde el texto)

No deberíamos olvidarnos hoy de que también nosotros hemos sido, como Jesús y en su nombre, bautizados. Contemplar hoy a Jesús, llamado hijo por su Dios y llamado a predicar su reino, tendría que ayudarnos a recuperar nuestra dignidad de hijos y nuestra misión de testimonios, un honor y una tarea que hemos recibido al mismo tiempo el día de nuestro bautismo.

Si a veces no logramos sentirnos amados por Dios, si con frecuencia no somos capaces de encontrar al Padre en el Dios a quien acudimos, ¿no será que, a diferencia de Jesús, nos hemos olvidado de la misión del hijo, el quehacer que Dios impone a quien reconoce como hijo suyo el día mismo de su adopción? Si el reino de Dios no ocupa nuestro corazón y nuestras manos, si no nos preocupan los asuntos de nuestro Padre, no podremos jamás sentirnos, aunque lo seamos, familia de Dios: el Dios de Jesús deja de ser familiar con quien no se familiarice con su voluntad. ¿Con qué derecho nos lamentamos de que Dios nos se comporta con nosotros como debería un padre? Quien se sabe hijo, actúa como tal: se siente amado, sólo quien ama; seremos capaces de percibir la preocupación de Dios por nosotros, sus atenciones:; quien no se interesa por Dios, difícilmente podrá sentir el interés de Dios.

Perdemos mucho tiempo los cristianos, a veces toda la vida, cuando sólo nos interesa de Dios sus gracias y no su voluntad, sus dones y no el reino. Si sólo nos preocupa que Dios se nos muestre bueno, algo mejor hoy de cuanto fue ayer, no sentiremos su amor: el hijo no duda del cuidado del Padre y cuida de los intereses familiares sin esperar salario a cambio. Preocuparse un poco más por cuanto hay que hacer aún en el mundo para que Dios vuelva a ser conocido y amado, respetado y bendecido, nos convertiría en sus hijos amados. Ese fue el camino de Jesús que hoy estamos contemplando.

Oratio (Lo que le digo a Dios confrontando mi vida con el texto)

Gracias, Padre, Bueno porque en tu Hijo Jesús y en su nombre hemos sido bautizados y desde ese día somos y nos llamamos hijos tuyos y nos sentimos queridos y amados por Tí. Gracias, porque éste es el regalo más grande que podemos haber recibido en nuestra condición de hombres, el saber que Tú, todo un Gran Dios te has fijado en nuestras criaturas para llamarnos a gozar de la dignidad de tu Familia.

Esta gran dignidad de hijos la reflexionamos, agradecemos y contemplamos desde el momento en que contemplamos en la Palabra de Dios a Jesús llamado Hijo por su Dios y llamado a predicar su reino.

Gracias, Padre, porque con la adopción en el día del bautismo nos haces sentirnos parte de tu Familia. Que el regalo grande que has hecho de nosotros, de llamarnos a formar parte de la dignidad de hijos tuyos nos haga actuar como tales; que sintiéndonos amados, estemos llamados por vocación a amar; que Tú, Padre entres de lleno en nuestro corazón porque te interesas por nosotros para llevar adelante tu reino.

Contemplatio (Haz silencio, adora, alaba y bendice a Dios oculto, pero más presente que nada ni nadie en tu vida)

Dediquémonos a contemplar a Jesús: es él nuestro cielo abierto y la voz de nuestro Dios, su Hijo más querido. Y veamos en él cuanto estamos llamados a ser: hijos de Dios y misioneros del Padre.

Digamos al mundo, con “orgullo” que tenemos un Padre en nuestro Dios, nos convertirá en hijos suyos queridos. ¿Podríamos aspirar a más con tan poco esfuerzo?

Oraciones y bendiciones en este año para todos. Un grande abrazo:
P. Cleo. sdb.

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