jueves, 3 de septiembre de 2009

23° domingo ordinario, B (6 septiembre 2009)


Texto a meditar y orar:
Mc. 7, 31-37

Lectura: En tierra extranjera, Jesús realiza uno de los signos “soñados” por el profeta Isaías. El párrafo evangélico describe la curación de parte de Jesús de un sordomudo en pleno territorio pagano: es un hecho emblemático, donde se cumplen las palabras de Isaías y donde se revela la liberación que se está actuando precisamente en la obra de Jesús.
Emblemático, porque el episodio inicia con la presentación de un sordomudo, y termina con la mención general de “los sordos y los mudos”. La doble caracterización de la enfermedad y sobretodo la mención final de los sordos y de los mudos, nos conducen a la profecía de Isaías de la primera lectura de hoy; detrás de éste hombre se deja ver, el pueblo hebreo, que entonces como hoy, espera la liberación definitiva. Este sordomudo que vive en pleno territorio de la Decápolis, representa el paganismo, toda la humanidad reunida por una misma incapacidad de oír y de hablar.
El gesto donde Jesús “pone los dedos en los oídos” del enfermo hace referencia al dedo de Dios, expresión con la cual los magos de Egipto comentan las plagas de los mosquitos realizada por el bastón milagroso de Aarón. Ese gesto de Jesús es entonces, revelador de un nuevo éxodo (salida).
Todos estos elementos, aunque en modo sobrio y alusivo, invitan a ver en Jesús el Mesías, el enviado de Dios.
Las exclamaciones del texto del Evangelio como la de “ha hecho bien todas las cosas” y demás expresiones, son alusiones al A.T, anotadas antes, tienen dos finalidades, una, manifestar la identidad de Jesús y una segunda, mostrarnos la cualificación de su obra. En efecto, si El, “hace bien todo”, como Dios, significa que se está actuando la nueva creación; si en él obra el “dedo de Dios”, significa que un nuevo Exodo se está cumpliendo. Ya desde antes el profeta Isaías había descrito la salvación como una nueva creación y un nuevo éxodo; ahora es la palabra del profeta que se cumple en la obra de Jesús, y no solamente en favor de los hebreos, sino de todos los hombres. Por lo mismo se entiende que Jesús libera al hombre de su verdadera esclavitud, aquella del pecado.
El contexto del párrafo evangélico subraya la sordera y el mutismo de los discípulos, es decir, su incapacidad para comprender la persona y la misión de Jesús.


Meditación: Jesús, una vez que le fue presentado el sordomudo, no tardó tiempo en sanarlo: “miró al cielo, suspiró y dijo: ábrete”. Más que los oídos, ese mandato sanó de raíz al hombre, pues le salvó de la soledad radical de quien vive sin poder comunicarse con los semejantes; metiéndole los dedos en los oídos y tocándole con la saliva la lengua tomaba Jesús en serio la causa de sus males y, devolviéndole su natural capacidad devolvió, al hombre a la comunidad; si la sordera y la mudez lo habían condenado al aislamiento y a la marginación, el milagro de Jesús le devolvió su dignidad humana. Encontrarse con Jesús lleva a rencontrar la palabra y la voluntad de escucha: nadie que es presentado a Jesús vuelve a presentarse a su prójimo estando cerrado a la comunicación y al diálogo: el hombre radicalmente sano es un hombre libre en su hablar y liberado para escuchar.
Cuanto más presente esté Jesús en la vida de nuestros amigos y de nuestros jóvenes, tanto mayor será su capacidad de comunicación con nosotros. Presentémonos y presentemos a los demás ante Jesús, nuestra incapacidad le moverá a compasión, y nos devolverá la escucha y la palabra; nadie que se haya encontrado realmente con Jesús, por más incapacitado que estuviera, ha regresado a su mutismo anterior: Cristo sana al hombre que lo encuentra, devolviéndole a la comunidad con ganas de hablar y voluntad de escuchar.
Una vez curado, el sordomudo se lanzó a proclamar cuanto le había sucedido; no pudo guardar para sí lo que Jesús le había procurado: verse libre de su mudez, lo convirtió en predicador; no quiso silenciar el milagro, pues lo que Dios había hecho en él, no le pertenecía; convirtió su experiencia personal en contenido de su proclamación de Cristo.

Hacer oír al sordo y hablar al mudo es obra de Dios, de quien se espera la salvación; no importa que estemos aún lejos. Dios viene a quien siente necesidad de Él. Y para sentirla, hay que sentir el propio mal como mal y como propio. Nadie espera lo que no necesita: Dios no es necesario a quien no lo echa en falta. Y no es indiferente que el milagro realizado haya sido posibilitar la escucha y abrir al diálogo a un hombre. De poco sirve que Dios quiera hablarnos, si nos cerramos en nuestro mutismo; el precio que pagamos por no hacernos responsables de nuestra obediencia es la incomunicación.



Oración: Señor Jesús. Escuchando tu Palabra quiero pedirte un favor Señor, que me libres de éste mal que invade mi vida, la sordera y la mudez, de este mal que me hace no sentir necesidad de Tí y no buscarte. Que me hagas descubrir tu liberación al acercarte a mí y quitarme los impedimentos que no me dejan manifestarme como me has llamado a ser y como me has creado, para proclamarte a Tí ante los demás. Verme libre de todos estos impedimentos me hace, como el sordomudo, lanzarme a anunciar las maravillas que has realizado y que realizaste en mí. Me hace no quedarme callado, sino testimoniar con alegría que Tú sigues haciendo maravillas y no precisamente a los que están cerca de Tí y que se sienten libres de pecado, sino a quien se siente alejado, pero que confía en Tí y se deja ser tocado por Tí y está abierto a la escucha de tu palabra



Contemplación. Agradecido con Dios porque me percibo el centro de la atención de la atención de Él, tocado por Jesús, objeto de su oración; me contemplo y soy concsciente de lo que soy y de lo que vivo y también tomo conciencia de mi sordera y de mi mudez de mi realidad, de mis dudas y sonbras, de mis ambigüedades….. y rezo ante Dios.

Dios les acompañe. P. Cleo sdb

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