lunes, 28 de septiembre de 2009

27°domingo ordinario, B (04 octubre 2009)


Texto a meditar y orar:
Marcos 10, 2-16

Lectura. La polémica con los fariseos tiende ahora a poner de relieve la necesidad que tiene la nueva comunidad mesiánica de superar la concepción moral exclusivamente legalista, característica de los fariseos. El tema se presta para poner en apuros.
El divorcio hebreo se regulaba a base de lo dicho en el libro de Deuteronomio 24,1-4, cuyo propósito original era tutelar a la mujer y garantizarle una cierta libertad. Pero en realidad lo que se discutía en las escuela de los rabinos judíos eran los motivos de divorcio. Esto quiere decir que la legislación judía concedía con mucha facilidad el divorcio, y esto iba ciertamente en envilecimiento de la mujer.
Los Fariseos plantean una pregunta. Han escuchado la rígida interpretación de Jesús y quieren hacer que entre en contradicción con la ley. La formulación de la pregunta corresponde a su modo de aplicación de ésta: según ella, un hombre, en últimas, sin razones valederas puede despedir a su mujer.
La pregunta de Jesús: ¿Qué les ha mandado Moisés? Este es el primer paso hacia un planteamiento diverso de la moral: hay que hacer una clara distinción entre una reglamentación humana, por aceptable que sea, y la perspectiva de Dios. Las prescripciones de la ley de Moisés referentes al divorcio, no pertenecen, por así decir, al proyecto primordial de Dios acerca de la unión del hombre y de la mujer. Las prescripciones de Moisés se refieren solamente al caso de la mediocridad humana “por la dureza de vuestros corazones”. La moral farisea estaba montada sobre la no confesada inferioridad de la mujer, que era considerada una propiedad del varón
Los fariseos le replican que Moisés ha dado el permiso para despedir a la mujer por medio de un acta de divorcio. En Dt. 24,1ss se permite el divorcio al hombre, si descubre algo “vergonzoso” en su mujer o si “ya no la ama”. Ya en tiempos de Jesús estas palabras se interpretaban amplia o estrictamente. El acta de divorcio tenía que explicar la voluntad del hombre de despedir a su mujer y dejarla libre para que se volviera a casar.
El reproche de Jesús, con respecto a “la dureza de corazón”, procede del A.T. y significa la pecaminosidad que resulta de la transgresión continua de la ley y la insensibilidad del hombre.
Jesús argumenta, con el “comienzo de la creación”, es decir, con la intención original de Dios, que fue deformada con la interpretación de los mandamientos. Jesús asocia dos afirmaciones en el relato de la creación, que contienen la intención original de Dios sobre el sentido del matrimonio, Gen 1,27; y 2,24; explican esto. De esto concluye Jesús que ya no son dos separados, sino que fundan una nueva comunidad. “Carne” indica la relación humana total. La unión del varón y de la hembra expresa la meta de una plenitud humana. No es el hombre el que asume en propiedad a la mujer, sino que uno y otro se enriquecen mutuamente. Por lo tanto, la unión procede de un proyecto de Dios, y por parte humana, sería “sacrílego” contraponerle un proyecto de separación y divergencia.
Dios ha “unido” y asiste a la comunidad de los cónyuges. El que sigue la voluntad de Dios, no debe buscar la separación. Separación, según la ley de Moisés supone pecado y fracaso.
En la “casa”, Jesús imparte enseñanzas particulares a los discípulos; éstas se comprenden como enseñanzas para el futuro.
Para el hombre y la mujer se afirma igualmente que una separación de acuerdo a lo mencionado en el libro del Duteronómio, Dt 24,1 va contra uno de los mandamientos. De esta manera se rechaza tajantemente la práctica judía de la época.
La escena de la acogida de los niños, constituye una invitación a reconocer en Jesús, un corazón misericordioso y amoroso de frente a las situaciones de dureza o de dificultad matrimoniales; es en el fondo una invitación a los discípulos a ser signos de ésta comprensión y misericordia de Dios. El Reino de Dios, tiene que ser recibido, es decir, es una iniciativa divina. Por lo tanto, la única postura apta para “recibir” es la de los niños: el reino de Dios se recibe primero, después se entra en él.

Meditación. Jesús opta con una radicalidad inusual en su tiempo, por el designio original de Dios: ni una ley tradicional, ni siquiera un hombre de Dios como Moisés, han de poner trabas al proyecto inicial de Dios.
Para entender la respuesta de Jesús, hay que advertir que la misma ley aprobaba el repudio de la esposa en el caso de que el marido encontrase “en ella algo que le desagrade” (Dt 24,1). La discusión entre los entendidos se centraba en saber qué podía ser ese algo desagradable que justificara la ruptura de la vida matrimonial. Para Jesús no hay nada, desagradable o no, que pueda llevar a la separación matrimonial. Y es que el plan de Dios fue, desde un principio, que hombre y mujer fueran una sola carne, una única comunidad de vida; y de ese plan original de Dios, Jesús se hace portavoz y, defensor a ultranza, sin conceder excepción alguna.
Hoy los hombres se oponen a la voluntad de Dios que Cristo defendió contracorriente; curiosamente, se quisiera volver a ese estado de cosas que Jesús declaró como contrario al plan primitivo divino. Y se recurre, como hacían ya los contemporáneos de Jesús a leyes más comprensivas, a normas más humanas, a costumbres más universales, para menospreciar la voluntad primera de Dios. Y es que desatenderse de Dios conduce, inexorablemente, a desatender al prójimo, incluso a aquel a quien se ha prometido amor y dedicación de por vida.
Con su intransigencia, Jesús se pone de parte de Dios y nos descubre la voluntad primera de Dios sobre nosotros. Hay dos cosas que debemos aprender: La primera es que la relación entre hombre y mujer la concibió por vez primera Dios; no es fruto del querer de cada cual. Atentar contra su estabilidad, luchar por disolver la unión por Dios querida, en cualquiera de sus formas y cualquiera que sean los resultados significa un atentado contra Dios y un desconocimiento de su plan primero.
Porque Dios optará por quien ha optado por él. En el fondo, y aquí reside la segunda lección que Jesús nos ofrece hoy, la intransigencia en la defensa del matrimonio nace de una opción radical por Dios La postura de Jesús sólo la comprende quien, como El, pone a Dios por encima de todas las cosas, quien le permite ser Dios siempre. Dejar que Dios sea Dios también en nuestra vida matrimonial permitirle que su voluntad conforme nuestra vida de intimidad con los seres que más queremos, hacer de su voluntad la norma suprema de nuestros afectos y el fundamento principal de la fidelidad que debemos a quienes se la prometimos, significaría poder vivir como Dios nos pensó en un principio, vivir ya como él no quiso desde el inicio; ello nos llevaría a sentirnos queridos desde el principio.

Oración. Gracias, Padre Bueno, porque siempre nos has manifestado en Cristo Jesús tus planes; que tu voluntad ha sido siempre de respeto hacia cada una de los seres que has creado, en particular hacia cada uno de nosotros que somos personas y que siempre has manifestado tu deseo de que los hombres respetándose como personas, viva unidos; especialmente quienes han decidido hacerlo para continuar tu mandato de amor y de procreación.
Hoy tu Palabra, nos presenta a tu Hijo Jesús como el defensor de la persona humana y de la dignidad y en contra de convencionalismos y de falsos intereses, respetando así los valores que nos hacen ser creaturas, hijos del mismo Padre en Cristo Jesús.
Pareciera que el hombre, quiere hacer su propia voluntad y no respetar el querer Tuyo, Padre. Nos olvidamos que desatendiéndonos de tu querer, empezamos a desatender a nuestro prójimo y la infidelidad se vuelve más fácil y la separación es la consecuencia.
Nos olvidamos que obrando así, desconociendo el primitivo plan de amor y de unidad de Dios para todos nosotros, expresado en el sacramento del matrimonio, estamos atentando contra Ti, Dios.
Obedecerte a Tí, Señor, y ponerte por encima de todas las cosas, dejarte ser Dios para mí, que tu voluntad conforme mi vida de intimidad con los seres que más quiero, y dejar que ella sea el fundamento principal de mi fidelidad significa poder vivir como Tú, Señor, me has pensado y has querido que realice mi vida y mi vocación, porque tu amor se ha hecho presente en mi vida.

Contemplación.
Me siento contemplado, pensado y amado por Dios para vivir en la unidad y en la fidelidad. Reza a Dios por lo que eres y por lo que tienes; por el amor que Dios te hadado para compartir con otras personas por sentirte sacramento de Dios aquí y ahora.

P. Cleo

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